domingo, 13 de febrero de 2011

Muerte de Martí según prensa de Madrid y bajas por la guerra de 1895-98




Pedro PASCUAL
Doctor en Ciencias de la Información y Licenciado en Geografía e Historia



 Las publicaciones periódicas de Madrid, en general y salvo las excepciones que a continuación mencionaré, se mantuvieron en una cerrada postura de patrioterismo barato en torno a las guerras de Cuba, siguiendo las doctrinas defendidas por los dos Presidentes de los Consejos de Ministros, Cánovas del Castillo y Práxedes Mateo Sagasta. Por ello es ocioso analizar las informaciones y editoriales de cada uno de los diarios, o si se quiere, por grupos de mayor o menor importancia.

 Las excepciones fueron fundamentalmente El Socialista, órgano del Partido Socialistay los diarios El Imparcial Heraldo de Madrid. Como ejemplo del más radical ultrarreaccionarismo se pueden poner a El Motín, republicano, y Blanco y Negro, primera de las publicaciones de la empresa de los Luca de Tena y que desde su primer día defendieron a la monarquía. Blanco y Negro no tuvo inconveniente en publicar párrafos como estos:

 El trístemente celebrado José Martí, jefe civil de la actual insurrección y titulado presidente de la República, quedó muerto en dicho combate, sostenido entre los ríos Cauto y Contramaestre. Y aunque no resulte cierta la noticia de haber muerto en dicho encuentro los cabecillas Estrada y Máximo Gómez, basta con el cadáver de Martí para que la insurrección quede descabezada y nuestras tropas sostengan el vigoroso espíritu y valiente entusiasmo de que tantas muestras van dando en esta campaña (1-VI-1895).

 La más negra es que no se busca por los enemigos de España ni las autonomías, ni la anexión, ni la total independencias de la isla de Cuba sino el exterminio de los blancos, sean españoles, sean criollos. (14-XII-1895).

 Miguel de Unamuno publicó un artitulo titulado "Paz y trabajo" en El Socialistadel que son estas líneas, en consonancia con lo que esta publicación venía ofreciendo a sus lectores: Al celebrar la fiesta del 1º de mayo los obreros españoles conscientes de su dignidad y de su posición social, impónese como primer deber el de protestar de la guerrra que lleva a Cuba a morir y a matar a tantos trabajadores, cuyo progreso moral y material en nada dificultan los insurrectos y sí los que contra ellos los envían. (1-V-1896).

 La postura de El Imparcial queda reflejada en este párrafo: Cada bohío es una estación telegráfica y cada campesino, un servidor de la insurrección. Como consecuencia, los soldados españoles ni siquiera pueden dormir en las casas de los pueblos, porque les robaran incluso las armas y municiones. Los movimientos de las columnas peninsulares son inmediatamente reseñados por los "pacíficos" con toda suerte de detalles, mientras las informaciones alternativas están plagadas de errores. De este modo, el juego de marchas y contramarchas se revela agotador y estéril. Los soldados se mueren literalmente de hambre, mientras experimentan las enfermedades e infecciones propias de un país tropical. Tal es el balance de " tantas idas y venidas inútiles como hacen nuestras columnas". (12-VII-1896).

 Y así se manifestaba Heraldo de Madrid en un artículo titulado "Para los heridos de Cuba": ...a medida que avanza el tiempo es mayor el número de soldados que regresan de Cuba imposibilitados para seguir prestando los duros servicios de la guerra (…).

 No pocos regresan inutilizados por completo; sus lesiones los han dejado sin medios de acción para ningún oficio. Muchos vuelven consumidos por las fiebres, destruídos por el vómito, víctimas de la anemia, extenuados y demacradísimos. La piel pegada a los huesos, los ojos hundidos en las órbitas, sin fuerza para andar, perdido el apetito, en la mayor miseria fisiológica, causa lástima infinita verlos. Estos últimos constituyen la mayoría de las bajas del glorioso ejército. (23-X-1896).

 Y en otro firmado por Gonzalo de Reparaz: Aquellos 200.000 muchachos que la Patria mandó a la manigua para defender la integridad del territorio han muerto o enfermado casi todos víctimas de tres causas que, habiéndose podido remediar no se han remediado. La primera, el hambre. El soldado ha comido poco y malo, y en ocasiones no ha comido nada. A veces su único alimento ha sido un pedazo de galleta agusanada (...). Las medidas higiénicas aconsejadas por la subinspección de Sanidad Militar en las instrucciones impresas en 1º de abril de 1896, no se han cumplido. El cansancio, esa era la segunda causa de mortalidad (...). Al soldado no se le daba cama ni abrigo, ni tiempo siquiera para dormir. (6-XI-1897).

 El Diario Oficial de la Marina de Guerra publicó 174 listados de víctimas de la Guera de la Independencia de Cuba (1895-19898), enviados por el Capitán General de Cuba (23-III-1896/7-VI-1900) con los jefes, oficiales, subodificiales y soldados caídos en Cuba, Puerto Rico y Filipinas en esos tres años de guerras finales, con todos los datos de filiación: nombre, lugar y día de nacimiento, arma o cuerpo, grado y muerte y causas de ésta. He tenido la inmensa paciencia de contar uno a uno todos esos nombres, pues no se publicaron las cifras totales.

 De 1895 a 1898 estas fueron las bajas en Cuba:

2.032 muertos en el campo de batalla
1.069 muertos a consecuencia de las heridas recibidas
16.329 muertos por el vómito
24.959 muertos por enfermedades diversas o accidentes.
Total: 44.389

 Esto significa que los muertos en lucha fueron 3.101 (98% del total) y por enfermedades, 41.288 (93’01%). A esto hay que añadir 9 soldados hechos prisioneros por los mambises, 15 desaparecidos, 33 suicidados y 2 fusilados.

 Las bajas en Puerto Rico fueron: 1 per fiebre amarilla, 3 por enfermedades, 1 en campo de batalla. Las de Filipinas no se pueden ofrecer dada la confusión existente en las mismas.

 Es imposible saber el número de los heridos y enfermos que pudieron regresar a España y fallecieron en sus casas o en diversasos lugares. El DOMG publicó listados (abril 1896-mayo 1898) con los componentes de las unidades de Ultramar que regresaron enfermos de Cuba. En total fueron 16.415. Los que murieron en España a consecuencia de las enfermedades contraídas en Cuba debieron ser muchos, si se tienen en cuenta las bajas absolutas ofrecidas anteriormente y las condiciones en que vivían los soldados, mal alimentados y sin anticuerpos y defensas naturales físicas para hacer frente a las enfermedades tropicales.

 Cierro esta parte de cifras con los listados (octubre 1898-abril 1899) que publicó el DOMG con los nombres y filiación de los que regresaban enfermos de Cuba y murieron al poco de ser ingresados en la treintena de hospitales civiles y militares dispuestos al efecto e incluso en alguno de los barcos en que regresaban. Fueron 827, cantidad que parece baja si se tiene en cuenta el estado en que volvían.

Bibliografia:

La Habana de 186… vista por el viajero norteamericano Samuel Hazard en Cuba Española ( Parte III )







La Habana de 186… vista por el viajero norteamericano Samuel Hazard

Por: Emilio Roig de Leuchsenring



Continuación:

 Se asombra también, y además le molesta, la cantidad de iglesias que hay y el insoportable escándalo que arman con los toques de campanas. «Figúrate, ¡oh, lector –dice– a tu pueblo nativo con una iglesia en cada cuadra, cada iglesia con un campanario, o quizás dos o tres, y en cada campanario media docena de grandes campanas, de las cuales dos no suenan igual; coloca las cuerdas de éstas en las manos de algunos hombres frenéticos, que tiran de ellas primero con una mano, luego con la otra y tendrás una débil idea de lo que es un primer despertar en La Habana. En un verdadero desconcierto de sonidos, atruenan en el aire de la mañana, cual si se tratara de una general conflagración, y el infortunado viajero se tira frenéticamente de la cama para inquirir si hay alguna esperanza de salvarse de las llamas que se imagina amenazar ya a toda la ciudad». Tan es así –agrega– que la respuesta que sobre su primera impresión de la Habana, daría el viajero, al ser interrogado sobre ella, sería:


«!Campanas, señor; nada más que campanas!»

 Como es natural, no demuestra admiración por las iglesias habaneras, desprovistas de interés arquitectónico, de belleza en su decorado interior y de riqueza artística en cuadros, tapices, etc. De la Catedral, lo que más le entusiasma es la tumba de Colón. De La Merced, Santo Ángel, San Juan de Dios, San Felipe, San Agustín, Santa Clara, tiene que hablar solamente de sus piedras ennegrecidas, su aspecto vetusto, su pequeñez o el que «nada hay en ella que llame la atención del extranjero», a no ser algún techo, algún altar, o alguna anécdota o historia milagrosa que le refieren.

 Dedica Hazard un capítulo a los mercados, de los que poseía cuatro en aquella época La Habana; el de Cristina, en la Plaza Vieja, y el del Cristo, intramuros; el de la Plaza de Vapor o Tacón y el de Colón, extramuros, considerando que los más dignos de verse son los de Cristina y Tacón. Existía, además, la Pescadería, al comienzo de la calle de Empedrado.

 Como es natural, a Hazard le interesan sobre manera nuestros castillos y fortalezas y a ellos dedica otro de los capítulos de su obra; ocupándose, asimismo, de aquellos edificios públicos que ofrecen alguna peculiaridad o curiosidad al extranjero: El Templete, el Palacio del Capitán General, La Intendencia, la casa de Beneficencia; la Cárcel, el Teatro Tacón; el Correo, que se hallaba al extremo de la calle de Ricla, más arriba de la Machina, teniendo a su frente la Comandancia de Marina, el Arsenal, que ya «aparecía desierto, sin que se efectúe en él ningún trabajo importante»; las Murallas, de las que dice: «todavía existen en parte, en tolerable buen orden, aun cuando ya ofrecen un aspecto de decadencia y están condenadas a desaparecer. 

 Bastarían algunos certeros cañonazos para reducirlas rápidamente a fragmentos. No son ya de utilidad, pues puede decirse que están ahora en el corazón de la ciudad y de nada servirían en el caso de un fuerte ataque, excepto, como un dernier resort para un pequeño número de hombres.

 Con todo, todavía se monta guardia en algunas puertas y los cañones adornan sus bocas por las almenas cubiertas de hierba. Los fosos, con el tiempo, han ido llenándose de toda clase de estructuras y en ciertos lugares se ven cubiertos de huertas».

Aunque en aquella época no existían ya todas las antiguas murallas, dice Hazard, «todavía se oye la expresión tan usual y familiar, de intramuros y extramuros, augurando que «cuando se complete la mejora de ocupar el lugar de las Murallas con nuevos edificios, esta parte de la Ciudad progresará mucho, y ofrecerá La Habana mejor perspectiva».

Fín.