viernes, 21 de octubre de 2011

MARI PAZ MARTÍNEZ NIETO, UNA ESPAÑOLA Y 25 AÑOS LUCHANDO POR LOS DERECHOS HUMANOS EN CUBA


( Foto de Internet )

Una española y 25 años de lucha por los Derechos Humanos en Cuba.  Trailer

Del Blog Todo el mundo habla


Mari Paz Martínez Nieto(, ) 
Mari Paz Martínez Nieto nació en Madrid (España). Es una luchadora infatigable en pro de los derechos humanos. Es fundadora y presidenta de ASOPAZCO (Asociación por la Paz Continental), que agrupa a los Comités Pro Derechos Humanos de Cuba en Europa e Iberoamérica. "Cuba? El abrazo imposible", fué su primer libro en el que relataba las vivencias acontecidas durante los años de su trabajo en defensa de los derechos humanos. La autora participa activamente en organizaciones i instituciones internacionales siempre vinculada a la defensa de los derechos fundamentales del ser humano. Ha viajado incesantemente por Iberoamérica y participado como ponente en varios congresos sobre derechos humanos en Italia, Rusia, Alemania, Suiza, España, Uruguay, Argentina, Brasil, Chile y México. Ha publicado artículos sobre su trabajo en defensa de los derechos humanos en medios de comunicación de Europa, Estados Unidos e Iberoamérica.
Info de LIBROSLIBRES


LOS MARTIRIOS DE MARTÍ. POR ONDINA LEÓN

( Foto de Internet )


Por Ondina León 

Del Blog GUITÁFORA, del amigo pintor y poeta JosEvelio

Decir Cuba es decir José Martí. El hombre es sinónimo de toda una nación. El alma de un pueblo se condensa en una sola voz que se escucha en todo el mundo. Sin embargo, probablemente no exista otra figura en la historia cubana que haya sido más manipulada, manoseada, falsamente venerada y ultrajada que la de este hombre breve, pero intenso. Si alguien no ha tenido paz en su tumba, ese ha sido Martí, el más desconocido de los próceres conocidos, a fuerza de ser impuesto en los catecismos cívicos de las escuelas, en bustos hidrocefálicos al sol, en imágenes tatuadas en las paredes de oficinas y despachos de líderes de dudosa reputación, en citas que salpican los más variados textos y discursos políticos, en el pan seco y duro de la historia que alimenta cada día la pesadilla que vivimos. Porque, ¿quién fue o es, en realidad, este ícono? Los pocos que lo conocen bien saben que nunca se termina de conocer, que acercarse a su obra y a su vida es una empresa infinita y que hay tantas perspectivas y opiniones como estudiosos y amantes de su universo. Los genios son así de escurridizos, ambiguos, polisémicos y conflictivos.

Para empezar a valorarlo, a primera vista, Martí es una paradoja viviente. El gestor de la cubanidad más acentuada y de un país que no existía al no ser como hipótesis, era hijo de españoles, de un valenciano y de una canaria, y vivió la mayor parte de su vida fuera de Cuba, a donde retornó después de muchos años sólo para hallar la muerte. Los dos grandes enemigos políticos de este gran hombre, paradojas de paradojas, fueron sus padres formadores: España ―la tradición cultural, la lengua, la literatura, el sentir humano― y los Estados Unidos ―la modernidad, el pragmatismo, el periodismo, la visión de futuro―; uno con sangre absolutista y otro con savia democrática; uno con un alma de mosaicos regionales y excluyentes y el otro con vocación de aldea global, lo que es hoy. Sin estos dos países, y otros tantos donde vivió, como Francia, México, Guatemala y Venezuela, Martí no hubiera llegado a ser quien fue: un hombre iluminadamente universal para su época. 
Pero, ¿fue un político, que escribía como los ángeles, o un escritor, que tuvo que hacer política monda y lironda? ¿Quién fue el autor de los “Versos sencillos”, ese poemario simple y críptico a la vez? Fue poeta, filósofo, narrador, ensayista, periodista, dramaturgo, político, patriota, tal vez alcohólico, quizás drogadicto, cualquier cosa que pueda ser un hombre, como podemos comprobar, menos un militar. Su personalidad era ajena a las estructuras rígidas y violentas de los cerebros marciales. Quien es capaz de escribir apasionadamente sobre otro hombre, Ignacio Agramonte, y afirmar que “es un diamante con alma de beso”, no tiene vocación para pintar de sangre un campo de batalla, aunque lo obliguen ciertas circunstancias y ciertos caudillos soberbios. Quien recibe una bofetada de un militar en campaña es condecorado para la posteridad con la más justa de las dudas ―¿qué decían las páginas de su “Diario”, que Máximo Gómez arrancó privándonos de alguna verdad suprema? Otro enigma de nuestra historia violentamente épica, absurdamente cínica, derrochadora de testosterona.

Así, de retazos, de fragmentos dispersos de hombres, crean los pueblos los símbolos que necesitan para su ego colectivo, porque sin ellos no se puede ir conformando una identidad, al parecer. Hoy, algunos intelectuales cubanos, disidentes del culto martiano, acusan a Martí de haber creado, a partir de su empeño por la independencia de España, un monstruo de arrogancia, delirio y enajenación llamado Cuba, un país inventado y moldeado con el desapego de razas, culturas y religiones sembradas en una isla enloquecida, el reino del revés, que ha devenido paradigma de desastre socioeconómico en la América Latina y el Tercer Mundo, aunque las izquierdas antidemocráticas lo vendan como faro. 

Sin embargo, si bien es cierto que Martí tuvo que aferrarse a una hipérbole de nación para sustentar su proyecto político, desafiando a los reformistas, anexionistas y a los indiferentes, que eran la gran mayoría de los “cubanos” de aquel entonces, en el siglo XIX, luego las generaciones sucesivas se han encargado de tergiversar y manipular no sólo el legado cívico y político de este auténtico padre de la patria, que ha llegado a hacer daño con su amor fundacional, sino también han pervertido la esencia del hombre que fue. Porque primero lo sacralizaron llamándolo “apóstol” y difundiendo una imagen de mártir empedernido, sin pasiones humanas ni debilidades (o virtudes, depende) ni vicios: Martí era un santo y punto. Luego, a partir de 1959, el discurso castrista y sus oradores, sin desacralizarlo, han llevado a Martí a la categoría de “héroe nacional”, de “autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada”, de “internacionalista” y de hermano ideológico de Marx, en un intento burdo por legitimar su experimento macabro con el barniz de un humanismo que sólo ha parido fusilados, torturados, desaparecidos, desterrados y mendigos en el archipiélago de la desesperación y el desasosiego, durante 53 años. 

Martí se ha reducido, hasta hoy, a un puñado de aforismos para adornar discursos de las peores tribunas, en ambas orillas de la nación, y a “Los zapaticos de rosa”, para adornar el adoctrinamiento de los niños pioneritos allá; el otro Martí, vasto, complejo, culto, demiurgo de su lengua, poeta infinito y desafío intelectual, ese produce alergias en el vulgo, en el común de los mortales que se agota y se rinde con sólo mirar la colección de tomos de sus “Obras Completas” (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, por ejemplo), entre los que se destacan para un conocimiento del “otro” Martí los dedicados a sus “Cuadernos de apuntes” y los “Fragmentos”, en los que se descubre a un hombre desnudo en su frágil vitalidad, uno que confiesa: “Yo: esto es: una personalidad briosa e impotente, libérrima y esclava, nobilísima y miserable, divina y humanísima, delicada y grosera, noche y luz. Esto soy yo. Esto es cada alma. Esto es cada hombre. Entremos en esto”. Entremos en Martí, entonces, y dejemos de martirizarlo con nuestra pobreza de espíritu y nuestra frustración como pueblo.