La semana pasada regresé de un viaje a España con mi familia. Una vez más escuché el latido de la música española; visité los perfiles de piedra que alzan los castillos y las catedrales, ofreciendo siempre sus trágicos susurros al viento; leí la prensa española, escuché sus programas, y conversé con su risueña gente. Me fijé en que el pulso económico de la nación late fuerte y se me ocurrió pensar que al comparar la situación de Cuba con España ha llegado un momento decisivo de formular una proposición a los cubanos, a los españoles y quién sabe si a los hispanoamericanos.
Pero aclaremos que mi vínculo con España nació temprano. En Cuba hace 70 años tuve un joven profesor español, recién exiliado por la guerra civil, que trataba de explicarnos todas las complicaciones de la madre patria y el dolor creciente del pueblo español. De sus lecciones la más sencilla y memorable era que todos los ciudadanos debían siempre luchar por la paz. No se olviden, nos repetía, que para los jóvenes es siempre más atractiva la guerra que la paz. Luego se fue a los Estados Unidos y no supimos más de él.
La primera vez que fui a España, como estudiante en 1949, al ganar una beca cubana por un estudio del pensamiento de Enrique José Varona, la Segunda Guerra Mundial había terminado y fui con estudiantes cubanos como el pintor Servando Cabrera, y nicaragüenses como Armando Rizo Oyanguren. El mutuo trato enriquecía los conocimientos. España estaba bajo una dictadura fuerte mientras mi Cuba era una libre y envidiada democracia que parecía marchar hacia un gran futuro.
Veinte años más tarde, en 1970, la historia se había torcido. Cuba había caído bajo una dictadura totalitaria que la arruinaba, mientras España se movía hacia la democracia y la libertad. Es decir, había llegado el momento de plantear otros cambios.
No se trata de pedirle a España ayuda económica o préstamos de negocios. Se trata de que, aun después de la Guerra de Independencia, España y Cuba siguieron bien unidas y la población española seguía partiendo hacia la isla. Se trata, por tanto, de que España ayude a Cuba y acepte la misión de ser el único país hispano-europeo que puede ser guía de una nación del Caribe. Se trata de ayudarnos en el camino hacia la libertad y el progreso. La idea es vincularnos a la tradición y experiencia del único régimen-latino-europeo. No se trata de un ''imperialismo'' ibérico, abusos de poder o creer que Cuba puede llegar a ser absoluta y totalmente independiente. Ninguna nación lo es en esta edad compleja y difícil. De ahí que se trate de seguir el desconocido consejo de mi profesor. Es preciso hacer atractiva la paz y no la guerra, estudiar la política hispana, discutir problemas comunes, analizar con cariño y sacrificios lo que Cuba necesita y lo que puede compartir con España.
Podemos, por ejemplo, citar unas malas tendencias comunes a casi todos los países de Latinoamérica que deberían movilizar a nuestros líderes para evitar el daño que suelen hacer. Me refiero al ''personalismo'' que lleva a dividir a todo partido político, o fragmentar a todos nuestros grupos. En Cuba, y fuera de Cuba, surgen los grupos dominantes. Nada más célebre que el caso de un político cubano a quien le pidieron que votara a favor de uno de los dos temas que podían unificar a los liberales. La respuesta fue clásica: "Soy el único liberal en este pueblo y estoy dividido''.
En la España admirable de hoy se nota también ese peligro de fomentar divisiones, y cabe de inmediato señalar las a veces violentas escisiones entre los vascos, la voluntad idiomática de los catalanes, y ciertas proclamaciones regionales que señalan muy hondos conflictos. Nadie quiere en Cuba juzgar lo que ocurre en España. Pero sí podemos advertir la peligrosidad de tales extremos. Creo que fue Julián Marías quien escribió que tales dilemas son tan hondos que es posible imaginar el colapso de España. Obviamente tenemos que cerrar filas en torno a la idea de España, para ayudar a la alianza que queremos crear y expandir. Y acudir en ayuda de toda propaganda y toda denuncia que convenga fortalecer, comenzando por la denuncia a la situación de los presos políticos.
Pero dejemos partir al enfermizo verdugo, no le criemos ejemplos que seguir. En Cuba o en Venezuela. Por eso a todo aquél que sigue criticándolo todo, le ofrecemos unas líneas sobre España de un mal comunista y un gran poeta, Pablo Neruda:
Salimos perdiendo, salimos ganando... / Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. / Se llevaron todo y nos dejaron todo / Y nos dejaron las palabras...
Enero 18, 2004
Preciosa la cita de Pablo Neruda. Para bien o para mal, creo que tanto la gente hispanoamericana como la de España forman un solo pueblo, con sus peculiaridades, con sus diferencias enriquecedoras tambien. Pero en definitiva uno, puesto que son mas las cosas que nos unen de las que nos separan, aunque a veces no lo parezca y creo que algun dia volveremos a ser un solo pueblo, nose bajo que bandera, himno o organizacion.
ResponderBorrarSaludos desde España.