miércoles, 8 de diciembre de 2010

LA MASONERÍA ESPAÑOLA Y LA CRISIS COLONIAL DEL 98 (Parte II). Por José Antonio Ferrer Benimeli

(Continuación)

Lo más significativo de la masonería filipina es que después del 98 y de la singular “independencia” de las islas o dependencia de los Estados Unidos, fueron muchas las logias de Filipinas que prefirieron seguir unidas a Madrid y a la masonería española. Logias que fueron incorporándose en 1900, 1907, 1921 y 1922 al Grande Oriente Español que llegó a crear en 1922 la Gran Logia Regional de las Islas Filipinas. Entre 1889 y 1924 fueron no menos de 60 los organismos masónicos que desde Filipinas siguieron fieles a España.

Otro tanto habría que decir de Puerto Rico, pues aunque su “independencia” fue radicalmente diferente a la de Cuba y Filipinas, la masonería española allí implantada que alcanzó más de 90 logias y organizaciones masónicas dependientes de España antes del 98, después de pasar a soberanía norteamericana alguna de estas logias previeron continuar en la masonería española formando parte de la Gran Logia Regional de Puerto Rico, constituida ya en 1911.

La génesis de la masonería española en Puerto Rico es muy similar a la de Cuba y Filipinas, pues hasta la revolución de 1868 no se puede hablar de una instalación estable. Masonería que se identificó con la dominación española frente a otra corriente masónica de signo diferente emprendida desde la isla de Cuba, y que, a su vez, lo había sido desde Estados Unidos, a través de la Gran Logia de Colón que acabó denominándose Gran Logia de la Isla de Cuba, con sede en La Habana.

Catorce logias de Puerto Rico terminaron siendo sus satélites en Puerto Rico, constituyendo la Gran Logia Soberana de Libres y Aceptados Masones de Puerto Rico; obediencia masónica que no tardó en enfrentarse a las organizaciones masónicas de obediencia española.
Y al igual que en Cuba y Filipinas, las dos masonerías adoptaron posturas radicalmente diferentes frente a la independencia. Las masonerías autóctonas, apoyadas por Estados Unidos, favorecieron el autonomismo, y las dependientes de Madrid defendieron el españolismo. De ahí que tras las respectivas independencias estas últimas logias prefi- rieran seguir vinculadas a España.

A este propósito resulta interesante lo que en el Boletín Oficial del Gran Oriente Español, en su número 114, de 10 de noviembre de 1900 se decía:
El Gran Oriente Español, que tanto trabajó masónica y profanamente en favor de la integridad de la Patria, y muy especialmente contra toda tendencia separatista, y que cada día lamenta más la pérdida de nuestras antiguas posesiones de América y de Oceanía, ve con gran satisfacción la fidelidad que a la masonería española guardan los masones de aquellas que fueron nuestras provincias, cuya mayoría continúa perteneciendo a nuestra federación, y engrandeciendo así nuestra orden. Si contra nuestros propósitos y contra los suyos, hoy resultamos extranjeros, bueno es que sigamos siendo hermanos en Masonería.1

Ante esta actitud que, tal vez, resulte extraña a más de uno, de que una parte importante de la masonería de las colonias ya independizadas prefiriera seguir perteneciendo a la masonería de España, se impone aclarar otro aspecto y es el de la actitud de la masonería española frente al problema colonial, antes de que Cuba, Puerto Rico y Filipi- nas se separaran de España, o si se prefiere, antes de que los Estados Unidos se apropiaran de ellas; algo que hoy día ,- lejos ya de viejas y estériles polémicas -, está mucho mejor conocido.

Es cierto que algunos masones fueron miembros destacados en el movimiento independentista tanto de Cuba como de Puerto Rico y Filipinas, si bien esta actitud fue debida más a un compromiso individual o personal que a un propósito señalado por la masonería peninsular.

Como contrapartida hay que destacar en las tres colonias la gran participación de masones, de las masonerías autóctonas, en el movimiento emancipador, e incluso en los primeros cargos de los gobiernos “autónomos” del 98.

En cualquier caso esto nos llevaría a plantear si existió una clara influencia de la concepción masónica en su vertiente filosófica-educativa de corte liberal ,- asimilista en el caso de la masonería española, autonomista o independentista en el de las masonerías autóctonas -, influencia que pudo servir para ampliar y conformar conciencias nacionales en torno a las “nuevas” patrias.

Pero, a pesar de la participación directa o indirecta en esta labor de algunos des- tacados representantes, como Martí y Rizal, su labor no debe sobrevalorarse en el balance final de la lucha emancipadora, como se hizo en cierta prensa del momento y se sigue manteniendo en algunos círculos historiográficos.

Baste recordar lo que ya en 1897 publicaba La Lectura Dominical, órgano del Apostolado de la Prensa, en su número del 9 de mayo. Bajo el epígrafe “Lo que España debe a la Masonería”, aparte de otras muchas revoluciones como la de 1820, 1848, 1854, 1868, 1873..., se citan expresamente “las tres guerras separatistas de Cuba”, y “la insurrección tagala”, como obra de la masonería.2

En las ediciones antisectarias, dirigidas por el presbítero Juan Tusquets, apareció en 1938 un libro de Primitivo Ibáñez, titulado La Masonería y la pérdida de las colonias3 en el que se sintetizan todos los tópicos y falsedades que sobre la materia se pueden decir. Este libro, síntesis de la antihistoria, todavía mereció en 1981 los elogios más destacados de Ricardo de la Cierva, quien abogaba desde Ya nada menos que por su reedición en un truculento y desvariado informe titulado “Vuelve la masonería. ¡Abajo máscaras!”.4

Cuarenta años antes, en noviembre de 1942, Fabregues había publicado algo semejante en un curioso artículo titulado “La FrancMasonería y la pérdida del imperio colonial español”, en la revista antimasónica francesa Los documentos masónicos, dirigida por el colaboracionista del entorno de Petain, Bernad Fay.5

Un par de años antes el general Francisco Franco Bahamonde, en el preámbulo de la ley de 1 de marzo de 1940 sobre represión de la masonería y del comunismo, volvía a culpar a la masonería de la pérdida del imperio colonial español.6

Y unos años más tarde volvería a hacerlo, en 1952, con el pseudónimo de J. Boor, en un libro titulado Masonería.7 En el Prólogo justifica el libro como necesaria defensa de la patria frente a una organización apenas investigada pero que es acusada, entre otras muchas cosas, “de haber llevado la guerra a nuestras colonias” convirtiendo nuestro siglo XIX “en un rosario sin fin de revoluciones y contiendas civiles”.
La acusación de que la masonería propició con sus doctrinas y hechos la segregación de las colonias del dominio español, ha pasado a engrosar la “leyenda negra ” antimasónica como algo que se da por hecho y no necesita justificación.

En este sentido son muchos los que se han dejado llevar del tópico, como Mañé y Flaquer, Casas y del Atrio, Pastells, Mauricio, Cruz de la Espada, Polo y Peyrolón, Creus y Corominas, Pacheco Quintero, Comín Colomer, Patricio Maguirre, Ponte Dominguez...,8 aparte de los ya citados Teodosio, Ibáñez, De la Cierva, Fabregues, y Franco Bahamonde.

Más recientemente podríamos citar, a título de ejemplo, a Ortiz de Andrés9 quien utiliza y manipula claramente a Hugh Thomas como testimonio de autoridad de algo que en modo alguno dice.10

Por su parte el profesor Lalinde Abadía no duda en acusar a la masonería de Puerto Rico,- sin matizar entre unas y otras masonerías -, de ser la autora, como en tantos otros territorios americanos, “de la actividad revolucionaria que condujo a la independencia o que, al menos, creó el clima que la permitió”.11

Casi un siglo antes, Camilo García de Polavieja, Capitán General de Cuba en los años 1890-92, tampoco supo diferenciar correctamente sobre qué masonería y qué masones luchaban por la independencia cubana. Esto es, al menos, lo que se deduce de sus propias palabras:
No han sido extrañas tampoco a la descomposición del partido español las logias masónicas, que aquí siempre tuvieron, tienen y tendrán carácter e influencia política... Los masones españoles siempre han ignorado cuánto en terreno político intrigan y trabajan las logias; mas éstas los educan y dirigen por modo tal, que de buena fe y con recta intención son elementos de perturbación, cuando no de oposición.12
En la documentación y revistas masónicas de la época se constata que en el último tercio del siglo XIX los diferentes Grandes Orientes españoles coinciden en señalar una doble y enfrentada masonería colonial.

Por un lado la nativa (cubana, puertorriqueña o filipina) que pretendía,- apoyada por los Estados Unidos -, conseguir la independencia nacional, y por otro la masonería española o metropolitana, defensora de la integridad del territorio por encima, incluso, de los fundamentos masónicos de la fraternidad.

En este sentido es muy claro el Boletín Oficial del Gran Oriente Español, del 15 de mayo de 1892, en un escrito dirigido precisamente a los talleres y masones de la Federación residentes en Puerto Rico. Allí se reconoce que la masonería antillana se divide en dos: “una que pretende por todos los medios borrar su carácter nacional; y otra que todo lo sacrifica al nobilísimo dictado de la Masonería española”.
Y añadían que la masonería antillana que no formaba parte del Gran Oriente Español o del Grande Oriente Nacional de España tendía a separar, en tanto que la de estos dos Orientes tenderá a unir, pues la causa que defendían era “además de masónica, nacional”. Nacionalismo que abarca “la tierra española, peninsular, americana o filipina”, dirá el mismo escrito oficial, firmado por el Gran Maestre Miguel Morayta y demás miembros del Consejo de la Orden, para quienes “el lema principal de los masones regulares es Masonería, y el que sigue, Patria”.13

Un par de meses antes, en abril de 1892, la logia Borinquen no 81, de Mayagüe, de la Federación del Gran Oriente Español, era la que había acusado de forma directa a la masonería autóctona en su informe al Gran Consejo:
Existe aquí una masonería irregular, titulada de Puerto Rico, que no es otra cosa que una hija bastarda de la de “Colón” con todo su filibusterismo. Esta masonería no practica más nada de la Orden General, que la beneficencia; en lo demás es puramente una asociación separatista; ya sabemos para qué uso ejerce la beneficencia, pues si no le valiera para ocultar sus aviesos fines, estamos seguros de que tampoco la ejercería.14

De esta visión nacional de la masonería española, opuesta a todo movimiento segregacionista, aunque no exenta de exigencias reformistas que sanearan la política y administración colonial, se separó,- dentro de la masonería española -, la Gran Logia Sim- bólica Regional Catalano-Balear, por su carácter federalista recogido en sus Estatutos y Constituciones de 188615 y que fue la única obediencia metropolitana que, consecuente con lo que pedía para Cataluña, defendió postulados favorables a la independencia de las colonias de ultramar, si bien la Gran Logia Independiente de Sevilla y el Grande Oriente Nacional de España, de Alfredo Vega, Vizconde de Ros, también reconocieron y apoyaron, - al menos durante algún tiempo -, a la Gran Logia de Colón en su independencia masónica, aunque no en la política.16

Se puede decir, pues, que las masonerías españolas en general, tanto las metropolitanas, como las antillanas y filipinas, compartieron el mismo ideal patriótico de unidad nacional. Basta recorrer la documentación masónica del momento o las revistas que los diferentes Grandes Orientes publicaban por entonces para uso interno, y por lo tanto carentes de cualquier veleidad propagandística.

Así, cuando el Gran Consejo Regional de la Isla de Cuba del Gran Oriente Espa- ñol acudió al registro de sociedades, en cumplimiento de la ley de asociaciones de 188717 lo hizo dejando constancia de que uno de los fines de esta agrupación era sostener y defender la integridad territorial de la Nación en todos sus ámbitos.18

En este mismo sentido se expresaría unos años después, el 15 de febrero de 1891, el Boletín Oficial del Grande Oriente Nacional de España, órgano de otra de las masone- rías españolas instauradas en las Antillas. Refiriéndose al Capítulo Departamental de la Isla de Cuba, se alude” aquel hermoso trozo de la Nación Española“ donde tan necesaria era la masonería “para estrechar los lazos que nos unen por comunes intereses, hermanan- do la más amplia libertad con el orden, fuente de toda prosperidad y con el respeto a los legítimos poderes, único medio de llegar por el común esfuerzo a épocas de ventura y bienestar”.19

(Continuará)

LA MASONERÍA ESPAÑOLA Y LA CRISIS COLONIAL DEL 98 ( Parte I ). Por José Antonio Ferrer Benimeli

Si bien la implantación y organización de la masonería en España es tardía respecto al resto de Europa, pues se remonta a la revolución de 1868 y subsiguiente Constitución del 69 que reconocía la libertad de reunión y asociación, sin embargo, en apenas los treinta años que separan 1868 de 1898, considerados la edad de oro de la masonería española, ésta creó entre la metrópoli y las colonias más de 2.000 logias y otros organismos masónicos (capítulos, cámaras y triángulos especialmente), lo que en líneas generales supondría no menos de 40.000 afiliados, si bien la elevada conflictividad interna hizo que un alto porcentaje de masones militaran en diferentes logias, lo que complica el cálculo estadístico correcto.

Por su importancia geográfica habría que destacar Andalucía, Madrid, Cataluña, Cuba, el Levante y Sudeste mediterráneo, Galicia... Se trata de una masonería con implantación especialmente significativa en la periferia peninsular, es decir en las zonas más liberales, republicanas y al mismo tiempo más desarrolladas; así como en el Archipiélago Canario, Cuba, Puerto Rico y Filipinas donde el comercio marítimo era esencial. Pero la masonería se extendió no solamente en las grandes ciudades, empezando por la capital Madrid, sino también en gran cantidad de núcleos urbanos, muy alejados de la importancia de Barcelona, Valencia, Cartagena, Sevilla, Cádiz, La Habana o Manila, de gran implantación masónica. El caso de Andalucía es bastante sintomático, donde encontramos logias en numerosos pueblos.

Por profesiones predominan los empleados y funcionarios, militares y marinos, artesanos, profesiones liberales, comerciantes e industriales, sin olvidar, aunque en número muy inferior a los obreros y propietarios. El orden de importancia varía según regiones y épocas. Respecto a la presencia de las mujeres en las logias es bastante minoritaria, si bien más importante y avanzada en el tiempo que en la mayor parte de Europa.

Gran número de los que experimentaron la atracción hacia la masonería pertenecen al elenco de quienes, constituyendo una pequeña parte de la historia de España, no han pasado al panteón de hombres ilustres. Sin embargo otros, como Sagasta, Ruiz Zorrilla, Romero Ortiz, Manuel Becerra, Tomás Bretón, Santiago Ramón y Cajal, Rosario de Acu- ña, Ma Angeles López de Ayala, Miguel Morayta, José Rizal y José Martí, por citar solo algunos más significativos, sí tuvieron la veleidad o el sincero convencimiento de militar, al menos durante algun tiempo o años, en una organización que decía defender la libertad política, religiosa y educacional, los derechos humanos de blancos y negros, la justicia, la fraternidad entre clases sociales, razas y pueblos, la igualdad entre peninsulares y los pueblos de ultramar, o entre judíos, cristianos y musulmanes ,- especialmente en el norte de Africa -, la tolerancia frente al despotismo político, militar o religioso…

Una organización que abogaba por la abolición de la esclavitud y de todo privilegio; que deseaba la paz entre todos los hombres y todos los pueblos, pero que, al mismo tiempo, derivó en una gran multiplicidad de obediencias masónicas enfrentadas entre sí, en flagrante incumplimiento de la fraternidad masónica proclamada en estatutos y reglamentos.

En el terreno político-social, y como reacción ante los poderes constituidos, gran número de masones no ocultaron su simpatía por el republicanismo, el laicismo, el librepensamiento y el anticlericalismo. En consecuencia, una organización que albergaba sus propias contradicciones internas y externas siendo, quizá, demasiado avanzada ideológicamente para su tiempo.

Una organización a la que cierta historiografía ha cargado con tintas excesivamente negras, convirtiéndola en el macho cabrío culpable de todos los males pasados, presentes y futuros de España, y en especial del llamado “desastre ” del 98. Sin embargo la masonería no es ese mito maniqueo donde los unos sólo ven la maldad, intriga y contubernio, y los otros a la preclara responsable de todo lo bueno,- progresivamente hablando -, que ha sucedido en España durante los últimos tres siglos. En la historia de España la masonería es una organización mucho más anodina de lo que se cree, y, por supuesto, en el 98 colonial no tuvo el protagonismo que algunos polemistas le han querido adjudicar.

La masonería fue acusada de filibusterismo y de ser causante de la pérdida colonial. En consecuencia los responsables del Grande Oriente Español y del Gran Oriente Nacional de España ,- las dos obediencias masónicas más importantes y supervivientes de las más de una docena que en años anteriores compitieron entre sí -, fueron perseguidos por la justicia; sus archivos secuestrados por la policía, y la masonería optó por autodisolverse en espera de mejores días que llegarían con el comienzo de siglo y con la proclamación de inocencia por parte de las autoridades judiciales que no encontraron motivos reales de condena.

Hoy planea de nuevo el revisionismo del 98 cien años después de que la pérdida de las últimas colonias llevara a España a un estado general de pesimismo, desaliento y búsqueda de culpables. La nueva historiografía contemporánea ha abordado desde el Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (Universidad de Zaragoza) con serenidad y espíritu académico-científico un tema difícil por sus precedentes polémicas y difícil también porque no siempre se dispone de la documentación que uno desearía.

Sin embargo, tanto en Cuba como en Puerto Rico y en Filipinas, y al margen de problemas ideológico-prácticos derivados de la política, del conflicto colonial y del tradi- cional y mutuo enfrentamiento masónico-clerical, la nueva historia resulta clarificadora e innovadora en la secular polémica acusatoria contra la masonería como causa principal o importante de la pérdida de las últimas colonias, especialmente en el caso filipino.

Pues, si algo queda manifiesto es la exaltación patriótico-española, en algunos casos incluso patriotera, de las diferentes masonerías implantadas en Cuba, Filipinas y Puerto Rico desde la metrópoli. Masonerías que no sólo se mantuvieron alejadas de todo proceso revolucionario-independentista, sino que, además, se mostraron contrarias al mismo, a pesar de la presencia de destacados masones entre las principales figuras del movi- miento emancipador, como Martí y Rizal.

Masonería o masonerías españolas que, aunque tardíamente implantadas en Cuba, llegaron a contar con más de 200 logias en una época en la que la metrópoli, Madrid, sólo tenía 172 y Cataluña otras 177. De esta forma, Cuba, después de Andalucía que contaba con no menos de 435 logias, fue el foco masónico más importante de la masonería española.

Importancia que queda igualmente manifiesta en el número de miembros contabilizados que superan los 8.000 de los que en torno a 5.000, es decir el 70 por ciento, eran masones que dependían directamente de Madrid, o si se prefiere de España, y entre los que se constata una elevada participación de criollos.

También resulta, en este caso, curiosa la procedencia de los masones españoles afincados en Cuba entre los que sobresalen los asturianos, gallegos, catalanes y andaluces. Más importancia ofrece la composición socio-profesional de los masones cubano-españoles, coincidente en gran medida con lo que ocurría en la metrópoli respecto a la destacada presencia de profesiones liberales, funcionarios de la administración pública y artesanos.

Por lo que se refiere a Filipinas la masonería existente antes de 1873 fue algo puntual y carente de vinculación con la Península. La masonería llegó a las islas tarde y su implantación fue débil hasta 1892. Una parte del problema fueron los protagonismo personales de los propios masones, pero, otra muy importante, se debió a las características del territorio con más de 7.000 islas. A pesar de todo superan las 80 las logias y triángulos allí implantados desde España hasta 1898.

En el caso filipino fue también factor decisivo el mutuo enfrentamiento entre los masones y el clero regular verdadero detentador del poder en las islas. Simultáneamente un reducido grupo de jóvenes intelectuales filipinos, vinculados a la masonería española, imbuidos del nacionalismo europeo del último tercio del siglo XIX, emprendieron desde Barcelona y Madrid la batalla de modernizar las islas, para lo cual necesitaban obtener la representación en las Cortes que devolviera a Filipinas el estatuto de provincia en vez del de colonia. A esta demanda se unieron otras dos: supresión, o por lo menos, limitación del poder y privilegios del clero que fiscalizaba la vida de la colonia, especialmente en el campo institucional y en la educación, y una reforma de la administración y de la burocracia, para evitar arbitrariedades y abusos de poder.

En definitiva, clamaban por la asimilación con la península. Y es aquí donde el papel de José Rizal fue decisivo por su constante demanda de una política asimilista, unida a las duras críticas contra el clero regular. Y si bien jamás intervino en la insurrec- ción armada del Katipunan ,- movimiento totalmente ajeno a la masonería, si bien algunos de sus dirigentes habían militado un tiempo en la masonería -, acabaría siendo acusado de filibustero y de rebelión siendo fusilado el 30 de diciembre de 1896, fusilamiento que fue calificado por el conde Romanones de simple asesinato.

(Continuará)

Reflexiones de un viajero español llegando a La Habana en 1906. Por Nicolás Estévanez

(Reflexión sobre la guerra civil hispano-cubana)

Escrito por un español peninsular que regresa a Cuba en 1906, poco tiempo después de la independencia de Cuba de España. Su experiencia podría ser la de cualquier antepasado nuestro. J.R.M.

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Me ha sorprendido siempre una pregunta que me han dirigido repetidas veces <<¿te gusta el dulce?>> Porque lo que no me gusta ni creo que le guste a nadie , es lo amargo, ni lo agrio, ni lo desabrido. Es lo mismo que cuando me disparan la interrogación inconcebible: <<¿te gusta el calor?>> ¡Pues no ha de gustarme!. Lo que no me place ni me conviene es el frío. Por eso allá en la inhabitable Europa, entre escarchas y hielos, particularmente desde que comencé a sentir el peso de los años, pensaba frecuentemente en retirarme en Cuba para gozar de su ambiente bienhechor.

Y al cabo lo conseguí. Ojalá no tenga que desandar lo andado, como ya me ha sucedido otras veces. Pero cuantos contrasentidos se albergan en el corazón del hombre!. El día de mi llegada a Cuba-12 de Junio de 1906- fue de honda tristeza para mí. La satisfacción del cansancio peregrino que después de vagar por montes y desiertos pone sus pies doloridos en el mas apetitoso oasis; mi propia satisfacción al contemplar este oasis cubano, que ha sido tantas veces para mí la lejana visión del descanso y el sosiego; mis ansias realizadas, mis logradas esperanzas y mis anhelos cumplidos, quedan neutralizados por un sentimiento doloroso que se apodero de mí al entrar al puerto de La Habana. ¿Era un mal presentimiento? ¿Era una ilusión desvanecida? ¿Sería tal vez reminiscencia nostálgica, recuerdo amargo de tantos amigos muertos, añoranza de la juventud?. Sólo sé que hube de hacer esfuerzos para contener las lágrimas; no era decoroso que yo desembarcara llorando como una vieja. Al embocar el puerto, ví por primera vez flotando en las alturas del Morro, la bandera de Cuba independiente; la saludé con respeto, pero pensé en la otra, en la bandera mía, en el glorioso pabellón de España; glorioso todavía, que los crímenes cometidos a su sombra han desonrado a los perpetradores de los crímenes sin desonrar la bandera. Y es que también la han desonrado, a pesar de eso la adoro!. La patria ausente y vencida es más amada, por lo mismo que patria es sentimiento. El sentimiento y la idea son dos cosas bién distintas.

 La idea de patria puede ser discutida; para algunos, podrá ser la patria una convención artificiosa, un territorio circuído de fronteras, también convencionales y no inmutables; para mí es algo inmaterial superior a todo eso. No la personifican ni el Estado, ni sus instituciones pasajeras, ni el suelo mismo, sino el alma de la raza, el pensamiento, el recuerdo, la ilusión.


 Pasaron, felizmente, las luchas que ensangrentaron a Cuba en tiempos no lejanos; y yo deseo, con todas las ansias de mi espíritu, que cada día se estrechen más y más los lazos de paz y unión entre cubanos e hispanos; anhelo como nadie que para siempre se olviden los agravios mutuos y, por consiguiente, ruego que no se de intención política, ni se interprete como censura para nada ni nadie, a lo que ahora he de decir. Fue de lucha enconada entre españoles y cubanos la segunda mitad del siglo XIX. Pero los españoles -quizás también los cubanos- estábamos divididos. Todos los españoles queríamos la conservación de Cuba para España, y más que nadie la anhelaba yo; ¿Y que nos dividía?. Que los unos querían, solamente conservar el territorio, y los otros queríamos al mismo tiempo conservar el honor. Prevaleció la política de los primeros, y así perdimos honor y territorio. Mas no debemos desalentarnos, que los pueblos como los hombres se rehabilitan con el arrepentimiento, la confesión de sus yerros, la confianza en si mismos y la fé en el porvenir. Los españoles podemos hoy gritar ¡Viva Cuba!. Al vitorear a Cuba, podemos y debemos vitorear cien veces a nuestra querida España. Pero no a la España de la Inquisición y el retroceso, no a la España de hoy mismo en lo que tenga de medieval y atávico, sino a la venidera, a la España próspera, regenerada, rejuvenecida que ya se dibuja en lontananza, que yo preveo, que todos presentimos,  que surgirá sin duda… cuando nazca y viva una generación que la merezca. ¿Pero esto es hablar de mi llegada a Cuba?… Que me perdone si mas que a Cuba me refiero a España.

 No es descortesía, no es ingratitud; es un sentir que se desborda, un presentimiento de que España renacerá de sus ruinas, la envidia de que, cuando resurja y se purifique y se engrandezca, toda América lo celebrará. Toda América, sí. El Nuevo Mundo es prolongación de España en lo moral y en lo físico, en la leyenda y el arte, en la historia y en la geografía. Y más que en otra cualquiera región americana, vivirá España en la memoria y en el corazón de Cuba, penetrará su gloria en edades venideras, hasta donde llegue Cuba soberana. Pero los hijos de Cuba no deben contentarse con una soberanía precaria, nominal y discutida. Tocaremos este punto en capítulo especial. Desembarqué, ya lo he dicho, desalentado, triste, seriamente enfermo; dolorido el cuerpo y mas dolorida el alma; rodeado de buenos y cariñosos amigos, pero sin horizonte, que desde mi aposento del hotel no podia descubrir mi vieja Habana.