Mansión-Palacete de Dulce María Loynáz del Castillo, hoy Museo
Centro Cultural Dulce María Loynaz, así se le conoce en nuestros días, desde el sábado 5 de febrero de 2005, a la edificación donde habitara la insigne escritora cubana, convertido, para dicha de los habitantes de la capital, en punto de rescate de las tertulias que movilizaran a hombres y mujeres ilustrados de nuestro país en siglos pasados.
Dulce María Loynaz, es una de las figuras más relevantes de las letras cubanas y su nombre ocupa uno de los primeros lugares en la poesía hispanoamericana, presidenta perpetua de la Academia Cubana de la Lengua; su último homenaje en vida lo recibió en el mismo portal de su casa por parte de la Embajada de España, un mes antes de su partida definitiva.
No por ese hecho, sino por la lengua que contribuyó a enaltecer, Dulce María también era embajadora de España en América, de Cuba y digna representante de la lengua y de la cultura hispanas.
Gran parte de su obra la realizó en esta casa donde vivió hasta sus últimos días y fue lugar de encuentros con destacados artistas y escritores de Cuba y el mundo.
El acogedor inmueble, sede a la Academia Cubana de la Lengua, bello exponente de la arquitectura ecléctica de su tiempo, forma parte del conjunto de grandes casonas y mansiones señoriales de la otrora aristocrática zona del Vedado, en la ciudad de La Habana.
El recinto posee áreas de museo, que atesoran valiosos recuerdos de la memoria histórica y objetos entrañables de la autora de Jardín, con toda su carga mística y de significación para las letras de Cuba, Hispanoamérica y el mundo. Contiene también objetos de valor que pertenecieron a la destacada familia cubana. Allí reposan como reliquias condecoraciones que recibió la poetisa a lo largo de su fructífera vida entre ellas, el premio Cervantes, el premio Nacional de Literatura y la Orden Alfonso X El Sabio.
La primera colección de artículos sobre la obra de Dulce María Loynaz se debe a Pedro Simón. De gran valor son los archivos privados de la escritora, abastecidos de una incalculable riqueza de documentos (libros, folletos, revistas, periódicos,…)
Como poetisa ganó, sin proponérselo, los lauros más difíciles. Ella prestigió el hemisferio de las Letras, dueña absoluta del magisterio que representó su pensamiento. Más de una vez lo puso a prueba. Ejemplo de ello es el Premio de Periodismo que obtuvo en España con su ensayo El último rosario de la Reina, sobre Isabel la Católica, en 1991.
Casi hasta el final de sus días, Dulce María Loynaz se mantuvo lúcida y ágil de mente, aunque frágil de salud y casi ciega, como para decir “es terrible y demasiado duro tener que renunciar a la lectura y a las emociones. Es como vivir en un pozo sin fondo”. Y añadía: “¡Cómo comprendo al escritor argentino Jorge Luis Borges! No poder ver es una maldición para todos, pero mucho más para un escritor y amante de la lectura”.
En 1987 donó su biblioteca personal a la ciudad de Pinar del Río en agradecimiento al interés de un numeroso grupo de jóvenes de aquel lugar por la obra de los Hermanos Loynaz.
En la actualidad la biblioteca conserva todo el mobiliario como estaba dispuesto en la casa de la poetisa, posee ejemplares únicos que sirven de material de consulta a los lectores de aquella ciudad y atesora secretos de una estirpe que trasciende las fronteras del tiempo, unida por siempre a la provincia más occidental de la Isla.
Dulce María Loynaz nació en La Habana, el 10 de diciembre de 1902 y falleció en su amada ciudad el 27 de abril de 1997.
Su historia personal es en parte la historia de la isla que la vio nacer. Dulce María representaba, con su imagen, ceremoniosa y auténticamente cubana, el último miembro de una familia fundadora: la del general del Ejército Libertador Enrique Loynaz del Castillo, héroe de Cuba. Los hermanos Loynaz eran cuatro: Flor, Enrique, Carlos Manuel y Dulce María.
La bella mansión habanera de los Loynaz fue siempre lugar de acogida para los escritores españoles que llegaban a Cuba: García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Alberti, Luis Rosales y tantos otros. Federico García Lorca se carteó en los años veinte con Enrique, abogado y también poeta. La mezcla de decadencia y extravagancia le fascinó tanto a Federico, que intimó, sobre todo, con Flor y Carlos Manuel. A Carlos le dedicó su drama El público y a su hermana Flor dejó un original de Yerma.
Grandes cosas se pueden decir de Dulce María Loynaz; pero nada altisonante ni abigarrado para quien fue tan sencilla como el agua y tan clara como su misma poesía.
En uno de los poemas dedicados a su isla patria, están los conocidos versos en que hace una petición para la eternidad: Isla mía, isla fragante, flor de islas: tenme siempre, méceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas. Y guárdame la última, bajo un poco de arena soleada... ¡A la orilla del golfo donde todos los años hacen su misterioso nido los ciclones!
En sus versos se respira el amor a lo suyo, a lo patrio, a lo nacional.
Se dice que Dulce María Loynaz no está ausente porque está su obra, que es ella misma. Dulce María está viva y se sigue sintiendo ahí, cerca de todos, en el agua, en la isla, en la sencillez, en lo bello, en todo lo que se ama y sobre todo en su casa, con su bello jardín sembrado de árboles y plantas formando un exuberante jardín tropical, que hoy es Patrimonio Cultural de la Ciudad de La Habana.
Pinchar en las fotos
- Una tarde de 1994, el fotógrafo Celso Rodríguez fue enviado por la revista Cuba Internacional a la casa de la célebre escritora Dulce María Loynaz (1902-1997) para tomarle imágenes que ilustrarían una entrevista.
“Estaba lúcida pero quejosa”, recordó Rodríguez, quien reside en Miami desde el 2006.
El fotógrafo pasó cuatro horas con Dulce María en su casona del Vedado. De aquella jornada quedaron inéditas estas siete fotos que hoy se publican en Café Fuerte.
“Fue una conversación llena de bondad, ternura y muchas anécdotas, todas matizadas por una cultura aplastante”, rememoró. “Cuando hablaba de su padre, el general mambí Enrique Loynaz del Castillo, era como si se transformara, invadida por un fervor extraordinario”.
La poetisa le contó cómo el general Loynaz del Castillo, después de una batalla, llamó la atención de sus compañeros de armas porque lo vieron reírse solo debajo de una mata y pensaron que se había vuelto loco. Y cuando se aproximaron a él, estaba leyendo El Quijote de Cervantes.
“Estaba extremadamente locuaz, me contó de todo… de las visitas a su casa de Federico García Lorca, de Juan Ramón Jiménez, de Gabriela Mistral. Pero las anécdotas de su padre me impresionaron mucho”, relató Rodríguez.
Entre los relatos que más intensamente contó Dulce María esa tarde fue su desencuentro con la poetisa chilena Gabriela Mistral.
“Me dijo que la había invitado a Cuba y para recibirla organizó una cena en su mansión a la que de asistiría el Cardenal cubano”, agregó el fotógrafo. “Cayó la tarde, pasaron las horas y nada, Gabriela Mistral no apareció. Luego se supo se había ido con una joven a la playa de Guanabo”.
Dulce María le dijo que pocos días después, Mistral intentó visitarla para disculparse. Llegó apenas hasta la verja de la casa, puso las manos sobre las rejas, pero al parecer se arrepintió y no entró. Nunca más volvió y nunca más se hablaron entre ellas.
Ella era como una pieza de museo en sí, como Patrimonio de la Humanidad.
Vivía sola en su palacete del Vedado en La Habana, rodeada de sus mascotas y sus recuerdos
Dulce María Loynáz del Castillo. |
interesante, me ha gustado leerlo.
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