domingo, 27 de febrero de 2011

El Templete de La Habana



(Foto de Internet- Presionar en la foto)


 Una cohorte de ilustres historiadores, arquitectos y estudiosos de la tradición habanera se han debatido por explicar los orígenes del lugar y el sentido prístino de sus símbolos, tema en el que, como tantas veces en la historia, se dan la mano lo real y lo mítico, llegando hasta nuestros días la leyenda de la primera misa consagratoria de la villa al pie de una tupida ceiba, luego sustituida por la Columna de Cagigal, erigida en el lugar donde se dice que estuvo el primitivo árbol.

 Mas, esta búsqueda en el pasado para iluminar el presente se ha tornado angustiosa, y por momentos el significado profundo del Templete y su ceiba aledaña ha sido centro de arduas controversias y polémicas, las cuales a veces suelen alejarse de una lectura literal del patrimonio construido para desembocar en el inquietante territorio de las luchas políticas y las disputas simbólicas. Quizás el primero que objetó con una evidente intencionalidad política el simbolismo del Templete fue el historiador y patriota villareño Antonio Miguel Alcover (1875-1915), en un texto publicado en la revista Cuba y América durante el periodo de la ocupación militar norteamericana en la Isla (1899-1902)4. Los argumentos de Alcover, repletos de fervor nacionalista, están encaminados a subsanar ciertos “errores históricos”, asociados todos a la tradición hispánica que, al finalizar la guerra del 95, era preciso desterrar del imaginario cubano.


 Uno de estos “deslices” de la tradición sería asumir que la ceiba primigenia murió de muerte natural, cuando en realidad, nos dice Alcover siguiendo a José María de la Torre, la misma fue mandada a cortar por el gobernador Cagigal “gran ortodoxo y profanador de monumentos históricos”, dejándonos tan solo en el lugar del árbol original “una suplantación inicua, una superchería sin nombre”.

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