miércoles, 19 de enero de 2011

Videos sobre la vida de Máximo Gómez, el patriota asesino

(Foto de Internet)

Estos son 3 Vídeos acerca de la vida del Generalísimo Máximo Gómez, el que llevó la Tea Incendiaria por toda Cuba destruyendo los ingenios, los sembradíos de caña de azúcar, de tabaco, de en fín de todo tipo, las fincas, el ganado, los ferrocarriles, los telégrafos, y ordenó matar a todo aquel que siguiera trabajando en un ingenio azucarero, tambien al que fuera a hablarles de autonomía. Destruyó toda la economia próspera de Cuba, y trajo una hambruna tremenda y por ende muchos muertos. Valeriano Weyler ante esa guerra no convencional, nunca vista por España, decide reconcentrar a los campesinos (que ayudaban a los mambises, algunos por miedo y otros por colaborar) en campos cerca de pueblos y tenían que ir con sus animales, algunos por tener familiares entre los mambises pues decidieron irse con ellos, pero era tanto el hambre por la destrucción, que fueron a pedir ayuda a los campamentos de Weyler, y ya estaban caquécticos y no se podía hacer nada. Murieron muchas personas. Hay quien dice que la muerte de José Martí fue un suicidio al darse cuenta de lo que vendría para Cuba y que él había organizado, pues esa Tea Incendiaria era algo abominable y cruel. Hubo personas que pagaron para que no les quemaran sus fincas y así todo lo hicieron, también pueblos, etc. Después cuando ya los mambises estaban derrotados y se comenzó la autonomía en Cuba, aprobada el 27 de Noviembre de 1897 por la Reina Madre a nombre de su hijo, el Rey Alfonso XIII (menor de edad), y que comenzó el 1 de Enero de 1898,  a pesar de haber tropas mambisas que salieron de manígua y se unieron al nuevo gobierno, Máximo Gómez decide respaldar la invasión norteamericana y pelear al lado de EEUU, algo que Marti y Maceo no hubiesen hecho y lo declararon, pero ya habían muerto. Gómez entregó Cuba a EEUU, o sea legitimó la invasión y después se arrepintió.

Esos Vídeos están narrados de la forma romántica que nos enseñaron los historiadores cubanos, pero en realidad el fué un viejo asesino y cruél. Además hizo una entrada triunfal en La Habana, algo parecido a la de Fidel Castro el 1 de Enero de 1959.




HISTORIA DE LA ESCLAVITUD (Volumen VI). Por José Antonio Saco (Para acabar con al Mito de los pobrecitos indios americanos) ( Parte III )

(Foto de Internet . Continuación)

“Lo que no se cuenta sobre muchas Tribus Latinoamericanas, sólo se habla de lo crueles que fueron los conquistadores españoles. Ese es el resultado de la Leyenda Negra anti-española, aquí tienen la realidad”. J.R.M.

CASA DE ALTOS ESTUDIOS DON FERNANDO ORTIZ
UNIVERSIDAD DE LA HABANA
BIBLIOTECA DE CLÁSICOS CUBANOS
RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA Juan Vela Valdés
DIRECTOR Eduardo Torres-Cuevas
SUBDIRECTOR Luis M. de las Traviesas Moreno
EDITORA PRINCIPAL Gladys Alonso González
DIRECTOR ARTÍSTICO Luis Alfredo Gutierrez Eiró
ADMINISTRADORA EDITORIAL Esther Lobaina Oliva


 Según Clavijero, los aztecas fundaron la ciudad de Méjico en el año 1325 de la era cristiana, y poco antes fue cuando sacrificaron por primera vez un corto número de prisioneros de guerra.91

 Raros en su origen estos sacrificios, aumentáronse poco a poco hasta que corrió la sangre a torrentes en sus numerosas fiestas religiosas,92 en la consagración de sus templos y en la coronación y funerales de sus reyes y señores. Ya el objeto de sus guerras no fue tanto por engrandecerse, cuanto por hacer prisioneros para el sacrificio.93 “Los Dioses tienen hambre”, decían a veces los sacerdotes al monarca; y si en el furor de los combates se derramaba menos sangre, era por el interés de coger vivos a los enemigos, para ofrecerlos en holocausto a sus dioses sanguinarios. Cuando Cortés preguntó a Moctezuma “¿cómo siendo tan poderoso y habiendo conquistado tantos reinos, no había sojuzgado la provincia de Tlaxcala, que tan cerca estaba?” Moctezuma le respondió que por dos razones: la una, por tener en qué ejercitar la juventud mejicana, para que no se criase en ocio y regalo: la otra, y principalmente, porque había reservado aquella provincia para sacar cautivos que sacrificar a sus dioses.94 Ningún rescate podía librar al cautivo del sacrificio, y el valor de un guerrero mejicano se graduaba por el número de prisioneros que hacía.95

 El modo ordinario del sacrificio era abrir la víctima por el pecho y sacarle el corazón; pero a veces, ora se la ahogaba en el lago de Méjico, ora se la hacía morir de hambre, encerrándola en las cavernas de los montes, ora, en fin, combatiendo como los gladiadores de la antigua Roma.96

 Cuando llegaba la hora tremenda de consumar el sacrificio del primer modo indicado, seis sacerdotes con las manos, rostro y cuerpo pintados de negro, hacían subir al cautivo al atrio del templo. Cinco de aquéllos vestían mantos blancos recamados (ricamati) de negro, con la frente ar- mada (adornada o ceñida) de cotellini de papel de varios colores, y con largas y revueltas cabelleras. El sexto sacerdote, que era el gran sacrificador, llevaba un manto rojo, símbolo de su sanguinario ministerio, una corona en la cabeza, de hermosas plumas verdes y amarillas, y en la mano un cuchillo formidable de una materia volcánica, dura como el pedernal.97 Tendíase a la víctima boca arriba sobre una gran piedra de jaspe, de más de cinco pies de largo, tres de ancho, otro tanto de alto, y un poco convexa por la parte superior para que el pecho le quedase prominente. En esta posición, cuatro de los sacerdotes le sujetaban los pies y las manos, otro le apretaba la garganta contra la piedra echándole una media argolla de madera en forma de serpiente, y el sexto armado de cuchillo, le abría el pecho con una prontitud asombrosa, metiendo la mano por la herida, le arrancaba el corazón, que caliente y palpitante ofrecía al sol, y después lo arrojaba a los pies del ídolo del templo.98 Esta muerte horrible sufrieron en la noche triste muchos de los españoles compañeros de Cortés, y sus carnes después del sacrificio fueron devoradas como de costumbre, en un banquete sagrado.99 Tal fue el modo ordinario de los sacrificios entre los aztecas; pero hubo casos en que la víctima era inmolada con ceremonias diferentes y de una manera más cruel.100

 La bárbara costumbre de los sacrificios humanos no sólo existió en muchos pueblos de América, sino en otros del viejo continente.

 Los cananeos inmolaron cruelmente a los niños en los brazos de su ídolo Moloch.101 Víctimas humanas sacrificaron también los moabitas.102  Lo mismo hicieron por hecatombes algunos pueblos de la antigua España. 

 Los galatas sacrificaron cada cinco años los malhechores a sus dioses, ya empalándolos, ya consumiéndolos en hogueras, y suerte igual experimentaron sus prisioneros de guerra.103

 Los escitas, además de caballos y otros animales, ofrecieron al dios Marte algunos de sus prisioneros.104
Aquí aparece el escita menos feroz que el mejicano, porque aquél no devoraba como éste las carnes de la víctima en un banquete solemne.

 Los antiguos germanos sacrificaban en ciertos días víctimas humanas a Mercurio, que era su principal divinidad,105 y lo mismo hicieron los antiguos galos.106

 Los árabes inmolaron hombres a sus divinidades, y todavía en el sig1o sexto duraban entre ellos estos sacrificios.107

 Viniendo a nuestros días, vese en África que algunas naciones practican sacrificios humanos; y entre ellos, ninguna es tan conocida de los europeos, ni goza de tan funesta celebridad como la de Dahomey en la costa occidental de aquel continente.

Pero se dirá, que todas las naciones hasta aquí mencionadas vivieron en la barbarie, y que los mejicanos, que inmolaron hombres como ellas, no tuvieron por cierto la civilización que tanto se pondera. Nada sería más erróneo que este argumento, porque las supersticiones religiosas tienen un imperio tan poderoso sobre el corazón humano, que a veces sobreviven muchos siglos a la época en que los pueblos que las practican han salido ya de la barbarie. ¿No subió el antiguo Egipto a una civilización muy elevada? Pero al mismo tiempo, ¿no estuvo en contradicción con ella el absurdo y ridículo sistema religioso que profesó? Si no puede afirmarse que ese pueblo hubiese manchado su culto con sangre humana, otros, ciertamente, a quienes no cuadra la denominación de bárbaros la derramaron también en honor de sus divinidades.

 La antigua India, a pesar de su adelantada civilización, celebró sacrificios humanos, y sus dioses hallaban la sangre de las víctimas sabrosa como la ambrosía.108 Los battas, en la isla de Sumatra, aunque ya civilizados, se comían por su precepto religioso a sus más próximos parientes viejos y enfermos.109

 Los persas enterraban gente viva, y a veces era para sacrificar a los dioses.110 Los antiguos griegos del continente y de las islas sacrificaron a sus dioses víctimas humanas,111 y en la Arcadia todavía se inmolaban en tiempo de Eusebio.112

 Los mismos hebreos, ese pueblo escogido de Dios, olvidándose de las leyes, y entregándose a una idólatra apostasía, sacrificaron a sus hijos a los dioses de Canaán.113

 Iguales sacrificios hicieron los fenicios a Saturno en tiempo de guerra y de otras calamidades.114

 Los cartagineses, que fueron uno de los pueblos más célebres de la Antigüedad, inmolaron a Kronos, no ya los prisioneros de guerra, sino los hijos de las familias más distinguidas de Cartago.115 Y todavía practicaron estos sacrificios en tiempo de Eusebio.116

 Hombres sacrificaron a Júpiter y a Apolo los antiguos romanos;117 y si damos crédito, a Porphiro, 118 ellos no abolieron enteramente esta práctica sanguinaria hasta el año 657 de la fundación de Roma.

 Robertson, en el libro VII de su Historia de América, atribuye los sacrificios de los mejicanos, no a su bárbaro estado, pues que él reconoce los adelantamientos sociales que habían hecho, sino al sistema religioso que adoptaron. 

 En su concepto, todos los países donde se adora como divinidad al sol, la luna y otros objetos de la naturaleza, el espíritu de superstición es dulce; pero cuando se rinde un culto religioso a seres quiméricos, hijos de la imaginación y del temor del hombre, entonces la superstición toma unas formas extrañas y feroces. La primera de estas religiones, dice él, fue la de los peruanos; la segunda, la de los mejicanos; y he aquí, dice él también, por qué éstos inmolaron hombres; mas, no aquéllos.

 Este raciocinio de Robertson, por más filosófico que parezca, es completamente falso. Que se derrame o no sangre humana en el culto de los pueblos idólatras, esto no depende de que los seres a quienes ellos adoran, sean objetos naturales, o puramente quiméricos, sino de las ideas supersticiosas que los obcecan y obligan a tributar adoraciones de aqueste o del otro género. El hombre en su pequeñez, deseando hacerse propicia la divinidad que rige el universo, juzga que las ofrendas que le consagra, cuanto más nobles y más preciosas, tanto más aceptables le serán; y como nada en la creación es comparable al hombre, él creyó en su delirante fanatismo, que a veces debía derramar en los altares la sangre de sus semejantes.

 Si volvemos la vista a los pueblos que en el nuevo continente ofrecieron víctimas humanas, encontramos que algunos de ellos adoraron objetos naturales. Culto rindieron al sol los indios que habitaban la Florida entre los 30o y 35o de latitud septentrional; y, sin embargo, a él le sacrificaban los prisioneros de guerra.119 A ese astro contaron también entre sus divinidades los mismos mejicanos, y por eso, en el acto del sacrificio, el gran sacrificador le ofrecía el corazón de la víctima.

 En el espacio comprendido entre la península de Yucatán y Guatemala habitaron varias naciones, y una de las principales de ellas, llamada de los indios lacondones, adoraba también al sol, a cuyo astro se ofrecía el corazón de sus prisioneros del mismo modo que los mejicanos.120

 Los itzaes, otra de las naciones de aquella región, tuvieron mucha variedad de sacrificios, y uno era el que se hacía al ídolo Hobo. Era éste de metal hueco, como Moloch entre los cananeos, abierto por las espaldas y con los brazos tendidos. Encerrábase en él la víctima, y aplicándole fuego, quedaba allí hecha cenizas; y para que nadie tuviese compasión de los lamentos de la víctima, los sacerdotes durante el sacrificio, bailaban, gritaban, y tañían sus estrepitosos instrumentos. A los padres y parientes hacíaseles bailar con los demás circunstantes mientras duraba tan horrible sacrificio.121

 Los indios del Nuevo Reino de Granada adoraron al sol y a la luna como dos divinidades creadoras del universo; pero ya hemos visto que a veces regaron sus templos con la sangre de los muchachos.122

 Los mismos peruanos, cuya religión nos presenta Robertson tan inmaculada, no estuvieron del todo exentos de sacrificios humanos, pues cuando los incas estaban enfermos, o iban a la guerra, solieran inmolarse niños de la edad de 4 a 10 años, para que aquéllos alcanzasen la salud o la victoria.123

 Al coronarse los incas, sacrificábanse 200 niños, ahogándolos y enterrándolos unas veces, o degollándolos otras, con cuya sangre untábanse los sacerdotes de oreja a oreja. En esa solemnidad inmolábanse también las vírgenes Mamaconas del templo. Cuando estaba enfermo algún indio principal y el sacerdote decía que había de morir, sacrificaban al hijo diciendo: “que se contentase el ídolo con él y que no quitase la vida al padre”.124

 En otros casos sacrificaron también los peruanos víctimas humanas; mas, no hay necesidad de prolongar esa lista fúnebre.

 El célebre historiador escocés tuvo poco acceso a las fuentes originales y no leyó todo lo que debió leer para escribir la historia de América. Acaso en este punto siguió al inca Garcilaso de la Vega, quien niega en la parte 1a, libro II, capítulo IX de sus Comentarios Reales, que los peruanos se hubiesen manchado con esos sacrificios. Pero Garcilaso fue por su madre descendiente de los incas del Perú e interesado en repeler tan grave cargo contra la memoria de sus progenitores; su testimonio debe mirarse con desconfianza, y tanto más, cuanto que autores que conocieron las costumbres de aquellos indios, afirman positivamente lo contrario. Fray Vicente de Valverde, obispo del Cuzco, dice en una carta interesante que escribió a Carlos V: “Sacrifican ovexas y palomas al sol, porque entre los señores principales y en la mayor parte de la tierra no sacrificaban hombres ni adoraban ídolos sino al Sol, aunque en algunas provincias sugetas a este señor [al inca del Cuzco] sacrifican ombres y adoran ídolos”.125

 Acerca del número de víctimas sacrificadas en Méjico, hay gran divergencia entre los autores. Los primeros religiosos franciscos que llegaron a Méjico muy poco después de la conquista, calcularon en casi 2 500 los hombres y los niños inmolados anualmente en aquella capital y en algunos pueblos circunvecinos de la laguna.126 Pero este cómputo es muy incompleto, pues solamente comprende una parte del imperio. Las Casas en su impugnación al doctor Sepúlveda, dice que el número de víctimas era muy corto. Zumárraga, primer obispo de Méjico, en una carta que escribió en 12 de junio de 1531 al Capítulo General de su Or- den, reunido en Tolosa de España, eleva a 20 000 el total anual en sólo la ciudad de Méjico.127 Clavijero cree que no es excesivo calcular en 20 000 los sacrificios anuales.128 López Gomara, llevado de lo que otros dicen, opina que hubo años hasta de 50 000.129 Herrera, más circunspecto, no se atreve a fijar cantidad anual; pero dice que hubo vez en que las vícti- mas pasaron de 5 000 y aun 20 000.130

 Autores muy versados en las antigüedades mejicanas, como Torquemada y don Fernando de Alba, nombre que se dio al indio Ixtlilxóchitl, elevan el primero131 a 72 344 y el segundo132 a 80 400 los prisioneros inmolados en pocos días, cuando en el año de 1486 se celebró la consagración del gran templo de Méjico. Con estas cifras no concuerda la Explicación del Código Telleriano-Remense, pues en ella se afirma que entonces sólo fueron sacrificados 4 000 prisioneros.133 Prescott134 no cree que entonces se hubiesen sacrificado tantas víctimas, y fúndase en que los prisioneros se habrían sublevado para no dejarse matar como carneros, y en que la corrupción de los cadáveres habría ocasionado una peste. Yo tampoco creo en tales exageraciones; pero no por las dos razones que él expone. En cuanto a la primera, es de advertir, que ni todos los cautivos estarían juntos, sino esparcidos en varios lugares; ni que se sacarían todos de un golpe, puesto que los sacrificios duraron cuatro días consecutivos.

 Tomaríanse, además, con ellos todas las precauciones posibles para que no se sublevasen o escapasen. La nación mejicana era populosa y guerrera; y como la fiesta que entonces se celebró fue una de las más solemnes, acudirían a la capital muchos habitantes de otros pueblos; y este extraordinario concurso facilitaba los medios de consumar aquel sacrificio con toda seguridad. Clavijero dice que en concepto de algunos autores, 6 millones de personas asistieron a esta gran fiesta, número que aunque, en su juicio, puede ser exa- gerado, no le parece absolutamente inverosímil.135

 Yo no creo en tales 6 millones; pero sí admito que la concurrencia sería muy numerosa y más que suficiente para impedir que los cautivos se sublevasen. En cuanto a la peste, muchos cadáveres serían devorados, según costumbre, en el banquete sagrado que se hacía después del sacrificio; y los restantes serían transportados a puntos diferentes para impedir su acumulación, o enterrados o quemados, como se practicaba con otros muertos.

 Para mí, la verdadera dificultad consiste en el prodigioso número de víctimas que se señala; porque cuando se celebró la consagración del gran templo en 1486, ya estaban terminadas las conquistas del vasto país que formaron aquel imperio, pues a excepción de Tlaxcala, todos los pueblos obedecían ciegamente al monarca de Méjico: de manera que de ellos ya no se podían sacar cautivos. Y si Tlaxcala no sucumbió también, fue porque de intento se la dejó independiente para guerrear con ella, ejercitar, como se ha dicho, en las armas a la juventud mejicana y coger prisioneros para el sacrificio. ¿Pero esto mismo no prueba que ya eran muy pocas las guerras exteriores, y que por lo mismo había gran dificultad en hacer cautivos? Muy raras debieron también de ser las insurrecciones intestinas, por el grado de profunda sumisión a que estaban reducidas las provincias subyugadas; y esto demuestra, que ya estaban casi agotadas las fuentes de donde se sacaban las víctimas humanas. Para reunir todas las que entonces se inmolaron, fue preciso ir reservando los prisioneros que se hicieron en las guerras de los cuatro años anteriores;136 pero este número no pudo ser tan grande como se supone, así por las razones ya expuestas, como por la multitud de sacrificios que hacían los mejicanos en las frecuentísimas fiestas que anualmente celebraban.

 En medio de tanta incertidumbre, hay un dato que derrama mucha luz sobre el número aproximado de las víctimas que hubo en la consagración del gran templo en 1486. “Para hacer —dice Clavijero— con mayor aparato tan horrible sacrificio, las víctimas se pusieron en dos filas, cada una de casi milla y media, las cuales empezaban en las calles de Tacuba y de Iztapalapan y terminaban en el mismo templo, y según que a él iban llegando, eran sacrificadas”.137 Esas dos filas de casi milla y media, cada una forman casi tres; o sea, casi una legua. Al fin que me propongo cumple más bien aumentar que disminuir la distancia: por eso tomaré entera la legua, pero no francesa, sino española, que es más larga, y cuya longitud es de 5 555 metros, 55 centímetros. Computando que en cada metro se colocaron tres cautivos, resulta un total de 16 666; pero aun exagerando el cálculo, y suponiendo que en cada metro entrasen cuatro cautivos, el total de ellos sería de 22 222: número que dista inmensamente de esas decenas de miles de que hablan algunos autores.

 Por más que se rebaje el número de víctimas inmoladas en aquella gran solemnidad y en los sacrificios anuales, es innegable que en ningún país de América ni acaso del mundo, se derramó en período igual tanta sangre humana a nombre de la religión, como en el imperio de Anáhuac; y que sin esta bárbara costumbre, la esclavitud habría tomado en él mayor extensión, pues que a ella hubieran sido condenados muchos de los prisioneros que recibieron la muerte.

(Continuará)

HISTORIA DE LA ESCLAVITUD (Volumen VI). Por José Antonio Saco (Para acabar con al Mito de los pobrecitos indios americanos) ( Parte II )



(Foto de Internet. Continuación) (Colaboración de Anónimo)

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Nueva España

 Hubo también esclavos en el vasto país de Anáhuac, llamado Nueva España por los españoles.36

 Después de la batalla que ganó Cortés a los indígenas de Tabasco, los caciques, para captarse su amistad, le regalaron 20 esclavas, y entre ellas la nombrada Marina, amiga de Cortés, y que sirviendo de lengua a los españoles, tan útilles fue para la conquista del imperio mejicano.37 

Regalos semejantes le hicieron también otros señores en la marcha atrevida que emprendió desde las costas a la ciudad de Méjico.38

 En las provincias que ya tenían alguna civilización como Méjico y Tetzcuco, hubo leyes que regularizaron la esclavitud, determinando los diferentes modos con que el hombre libre podía perder su libertad.

 El que una sola vez, o por costumbre, hurtaba cosa de poco valor, y ni él la restituía, ni sus parientes la pagaban, era esclavizado.39  Si damos crédito a Herrera, tanto rigor hubo en la provincia de Tepeac y algunas otras del imperio mejicano, que una sola mazorca de maíz 40 hurtada en un camino, bastaba para hacer al ladrón esclavo del amo de ella.41 Para incurrir en esta pena, el padre Las Casas eleva a cinco el número de mazorcas,42 y justamente censura la dañada intención de algunos indios, pues dice que “con fraude y cautela y dolo muchas veces ponían 10 y 12 mazorcas o espigas de maíz cerca del camino para que cualquiera que pasase por él, cayese en el lazo de la dicha servidumbre”.43

Aún fue más rigorosa la legislación del reino de Acolhuacan, del que fue capital Tetzcuco, pues su rey Nezahualcofotl, que murió en el año 1470 de nuestra era, hizo una ley por la cual condenó a muerte a todo el que robaba alguna cosa en campo ajeno, siendo tan severo que esta pena se aplicaba aun por el hurto de siete mazorcas de maíz. Permitiose, sin embargo, a los viandantes pobres coger éste y las frutas de las plantas que se hallaban a la orilla del camino, en cantidad suficiente para satisfacer el hambre.44

 He hablado en el párrafo anterior de la legislación de Tepeac y de la del reino de Acolhuacan; y esto indica, que todas las provincias sometidas a los mejicanos no se rigieron generalmente por las leyes de la capital, pues así como no se las forzaba a hablar la lengua de aquélla, tampoco a adoptar sus leyes. La legislación de Tetzcuco, o sea del reino de Acolhuacan, fue la que más se conformó a la de Méjico, aunque difería de ella en muchos puntos, y era más rigorosa.45

 El que cometía algún hurto considerable, aunque sólo fuese por primera vez, era también esclavizado en favor del dueño de la cosa sustraída; y si reincidía, castigábasele con pena de muerte.46 Al que hurtaba en el mercado público cosas de valor, como mantas ricas y joyas de oro, o en él vendía los objetos hurtados en otra parte, buscábanle con empeño los guardas encargados de la policía del tianguiz, que era el nombre de aquel mercado; 47 y el primero de ellos que lo encontraba, lo hacía esclavo suyo,48 si aún tenía en su poder la cosa hurtada, porque en caso contrario se le mataba a palos.49

 En la región donde habitaban los mixtecas, se esclavizaba a los deudores insolventes.50

 Cuando los españoles llegaron a Tlaxcala, vieron que los tlaxcaltecas tenían esclavos indios; y como sus matrimonios eran lujosos, los parientes del novio regalaban a la novia, entre otras cosas, esclavos y esclavas.51

 En la muerte de los señores acostumbraban, a semejanza de los antiguos escitas, arrojar vivas en la hoguera junto con el cadáver las mujeres que más quería, y algunos esclavos y esclavas, para que le sirviesen en la otra vida, según creían. Si no los quemaban, enterrábanlos entonces en los sepulcros de bóvedas que usaban, junto con las personas indicadas.52

 En Tlaxcala también se impuso pena de muerte a los traidores y a sus deudos hasta el 7o grado; 53 pero en las provincias de Méjico, de Tetzcuco y en algunas otras no morían los parientes de aquéllos, sino que eran esclavizados hasta el 2o grado, 54 y sólo en el caso de que, sabedores de la traición, no la hubiesen denunciado.55

 El hombre libre que fecundaba esclava ajena, y ésta moría durante su embarazo, era esclavizado. 56 Éralo también el que escondía o hurtaba algún niño para servirse de él o venderlo como hijo suyo; y al que esto último hacía, confiscábansele además los bienes, dándose una mitad al niño robado, pagándose de la otra mitad al comprador el precio que por aquél había dado.57

 Si personas libres eran robadas, eran lo con más frecuencia los esclavos, pues los traficantes de ellos comúnmente cometían el delito de plagio.58

 Cuando los vasallos no pagaban al monarca el debido tributo, después de vencido el plazo que les daban los recaudadores, eran o sacrificados, o vendidos para cubrir la deuda con su importe.59 Aquel que sin ser amo, o hijo de éste, impedía al esclavo prófugo que se acogiese al palacio del emperador, incurría también en la pena de esclavitud. 60 Suerte igual corría con la confiscación de sus bienes el que vendía tierras ajenas que tenía arrendadas.61

 Algunas mujeres y hombres holgazanes solían venderse a otras personas como esclavos para continuar por algún tiempo los desórdenes de su vida.62 Fue costumbre entre las mujeres licenciosas el engalanarse, darse colores, o pintarse el rostro y los labios;63 y como ellas se entregaban al libertinaje, no por el interés, sino por sensualidad, a veces, no teniendo con que adornarse, vendían su libertad.64

 Así en esta venta, como en la anterior, los esclavos comprados no empezaban a servir inmediatamente, sino que el comprador les daba un plazo más o menos largo, pero que rara vez pasaba de un año, para que disfrutasen del precio que habían recibido.65

 Lo mismo acontecía con los hombres, que dados al juego de la pelota 66 y del patolli que era lagos semejante al de los dados, 67 llegaban al extremo de jugar su libertad, 68 como los antiguos germanos. 69. El precio comúnde estas ventas eran 20 mantas, las cuales formaban una carga de ropa, llamada cenanquimilli; y como todas no eran del mismo tamaño, dábanse ya más pequeñas, según la calidad de la persona comprada.70

 Además de las mantas, los mejicanos se sirvieron de otras materias para su comercio y la compra de esclavos. Robertson, en el libro VII de su Historia de América, dice que en Méjico no se conoció el uso de la moneda, pero éste es uno de los errores de su obra. El comercio de aquella nación se hacía, no sólo por permuta, sino por verdadera venta monetaria, pues los mejicanos emplearon varias especies de moneda, aunque no acuñada. La más abundante y general de todas fue el cacao en grano: un saco con 8 000 de ellos se llamó xiquipil, y los comercian- tes, para comprar cosa de algún valor, tenían sacos de tres xiquipiles, o 24 000 granos. Otra especie de moneda consistía en cañoncitos de pluma de ocha (italiano ¿ganso?), llenos de granitos o polvo de oro, cuyo valor variaba en razón de su tamaño. Los objetos de poco valor se compraban con ciertas telillas de algodón llamadas patolguachtli. Cortés descubrió que en algunas provincias se servían de piececitas de estaño muy delgadas en forma de T.71

 También la miseria forzaba a muchos indios a vender su libertad y la de sus hijos;72 bien que la venta era nula, si éstos no consentían.73 En las de los hijos dice Torquemada: “acontecía muchas veces que habiendo servido aquel hijo algunos años, parecíales que era bien repartir el trabajo y daban al Señor otro de sus hijos, y sacaban de servidumbre al primero, y no sólo holgaba de ello el amo, más daba por el que entraba de nuevo en su servicio otras tres, ó quatro mantas, ó cargas de maiz”.74

 Estas ventas de los indios pobres y de sus hijos se multiplicaban lastimosamente en tiempos de hambre. En las dos terribles que afligieron una parte del imperio mejicano bajo los reinados de Moctezuma I y Moctezuma II, vendiéronse los hombres unos a otros por una corta cantidad de maíz. En la primera, acaecida en 1452, viendo aquel monarca  que le era imposible socorrer a sus vasallos, y que muchos se hacían esclavos para sustentarse aun por sólo dos o tres días, mandó que nin- gún hombre libre pudiera venderse por menos de 500 mazorcas de maíz, ni mujer por menos de 400.75

 Otro modo particular de esclavitud, llamada huehuetlatlacoli, que en lengua mejicana significa culpa o servidumbre antigua, consistía en que una o dos familias acosadas de la miseria se juntaban para vender uno de sus hijos, y repartir el precio entre sí, obligándose cada una de ellas a reponer el esclavo, aun cuando muriese. Esta obligación era trasmisible a sus descendientes; sólo se eximían de ella si el esclavo moría en casa del amo, o si éste tomaba algo de lo que aquél tenía; pero el amo, para conservar siempre su derecho, no cogía nada perteneciente al esclavo, ni menos permitía que éste habitase en su casa. Si después de algunos años de servicio, el hijo esclavo deseaba descansar o casarse, entonces pedía a las familias que lo habían vendido que otros miembros de ellas entrasen a servir en su lugar por cierto tiempo; pero aun en el caso de que otro lo reemplazare, ni él, ni la mujer con quien se casaba, quedaban exentos de la obligación primitiva.76

 Habiéndose abusado de la ley que autorizaba esta especie de esclavitud, y temiéndose los excesos que se hubieran cometido con el hambre de 1505, Nezahuelpilli, rey de Acolhuacan, la abolió, libertando de todo compromiso a las familias obligadas, y lo mismo hizo Moctezuma II en otras partes de su imperio.77

 Para evitar fraudes, las ventas de personas libres o de esclavos se hacían comúnmente en presencia de cuatro o más testigos ancianos; los cuales intervenían también en fijar el precio entre el comprador y el vendedor.78

 Hombre hubo de mala fe que se vendía dos veces a distintas personas para participar de doble precio. En este caso, el esclavo era del amo que lo había comprado delante de testigos y con otras seguridades; pero si las dos ventas se habían hecho con los mismos requisitos, entonces se declaraba propiedad del primer comprador.79

 Vendíanse los esclavos no sólo en lugares privados, sino en los mercados públicos;80 y la vez primera que los españoles entraron en Méjico, vieron en la gran plaza de aquella ciudad muchos esclavos y esclavas de venta, sueltos unos, y atados otros en unas varas largas y con collares al pescuezo para que no se huyesen.81

 Pero el mercado más famoso del imperio no estaba en Méjico, sino en Aztcapotzalco, provincia de Xicalanco, distante algunas leguas de aquella capital. Los tetzcucos ligados con los aztecas, destruyeron la ciudad de Aztcapotzalco, capital del rey Maxtla de la raza de los tepanecos, y en el campo desierto que quedó se estableció el gran mer- cado de esclavos, al que acudieron después los pueblos de Anáhuac.82

 “Allí —dice Sahagún83 —, habia ferias de esclavos, allí habia feria de ellos, y allí los vendían los que tratavan en esclavos, y para venderlos aderezávanlos con buenos atavíos á los hombres, buenas mantas y maxtles y sus cotaras muy buenas: ponian sus bezotes de piedras preciosas, y poníanles sus orejeras de cuero hermosas con pinjantes, y cortábanles sus cabellos como suelen los capitanes cortárselos; y poníanles sus sartales de flores y sus rodelas en las manos, sus cañas de perfumes que andaban chupando, y andaban bailando ó haciendo areyto de esta manera compuestos. Y los que vendían mugeres tambien las ataviaban; vestianlas de muy buenos vipiles, y ponianlas sus enaguas ricas, y cortábanlas los cabellos por devajo de las orejas; una mano o poco más todo al rededor. El tratante comprava y vendia los esclavos, alquilava los cantores para que cantasen y tañesen el Teponaztli para que bailasen y danzasen los esclavos en la plaza donde los vendian; y cada uno de estos tratantes ponia los suyos para que aparte bailasen. Los que querian comprar los esclavos para sacrificar y comer, allí iban á mirarlos quando andavan bailando y estavan compuestos, y al que veian que mejor cantava y mas sentidamente danzaba conforme al son, y que tenia buen gesto y buena disposicion, que no tenia tacha corporal, ni era corcobado, ni gordo demasiado, y que era proporcionado y bien hecho en su estatura, como se contentase de algun hombre ó muger, luego hablaba al mercader sobre el precio del esclavo. Los esclavos que ni cantaban ni danzaban sentidamente, dábanlos por 30 mantas; y los que cantaban y danzaban sentidamente y tenían buena disposición dábanlos por 40 quachtles ó mantas. Habiendo dado el precio que valia el esclavo, luego el mercader le quitaba todos los atavios con que estaba compues- to, y poniale otros atavios medianos, y asi las mugeres en sus atavios; lo cual llevavan los que los compravan aparejados, pues que sabian que les habian de quitar el atavio conque estavan ataviados. Y llegando á su casa el que los llevara comprados, echávalos en la carcel de noche, y de mañana sacávalos de la carcel; y á las mugeres davanlas recaudo para que ilasen entre tanto que llegaba el tiempo de matarlas: á los hombres no les mandaban que hiciesen trabajo alguno. El que compraba escla- vos hombres, ya tenia hechas unas casas nuevas, tres ó cuatro, y hacia á los esclavos que bailasen en los tlapancos cada día. Y este que havia comprado los esclavos para hacer convite con ellos, despues de haber llegado todas las cosas necesarias para el convite y de tenerlas guarda- das en su casa, asi las que se havian de comer como las que se havian de dar en dones a los convidados, como son mantas que se havian de gastar en el banquete hasta 800, ó 1 000 mantas de muchas maneras, y maxtles 400 de los ricos, y otros muchos que no eran tales (...) Y después de esto daban dones á los mercaderes de los principales que havian venido al convite de otros pueblos que eran 12 pueblos, y estos eran tratantes en esclavos y escojidos entre muchos; y despues de estos davan dones á las mugeres mercaderas y tratantes en esclavos”.

 Vendíanse en los mercados esclavos de ambos sexos y de diferentes edades; y cuando los principales mercaderes, a quienes se llamó tealtiacoanianie, recorrían varios países, pasando por algún territorio enemigo, vestíanlos con armas defensivas para que no se los matasen.84

 Los comerciantes eran tenidos en gran estima, y hombres y mujeres se dieron al tráfico de esclavos.85

 La guerra, fuente muy fecunda de esclavitud en las antiguas naciones del viejo continente, no lo fue en el imperio mejicano. Ella le dio pocos esclavos, y tanto menos, cuanto más nos acercamos a la época del descubrimiento y conquista de los españoles. Esta anomalía no provino de que las razas que habitaron aquel vasto territorio, hubiesen sido todas pacíficas. Los aztecas o antiguos mejicanos, que se cree bajaron del norte y que llegaron a las fronteras de Anáhuac a principios del siglo XIII, siempre se distinguieron por su valor y aun ferocidad; y este espíritu guerrero fomentado y tenido en gran honor,86 llevolos poco a poco a la conquista de las razas que ocupaban aquella región hasta las playas del golfo que hoy llamamos mejicano. A primera vista parece que tantas guerras como tuvieron los aztecas, debieron darles muchos esclavos, y que la civilización que alcanzaron, influiría en que respetasen la vida de los prisioneros para servirse de ellos; pero su carácter feroz y la religión sanguinaria que profesaron, los arrastró, no a mantener esclavizados a los vencidos, sino a inmolarlos casi todos en los altares de sus dioses.

 De las razas primitivas que poblaron el Anáhuac, los toltecas fueron los menos bárbaros y de ellos emanó la civilización que encontraron los europeos en aquel país al tiempo de la conquista.87 Sus ofrendas a los dioses que adoraban, consistían en maíz, frutas, gomas olorosas, y algunos animales, sobre todo, codornices. Este rito adoptaron al principio los aztecas o mejicanos, y de aquellas aves inmolaron muchas a sus divinidades.88

 El sol y la luna fueron las de los chichimecas. Durante mucho tiempo, ellos no les ofrecieron sino flores, frutas, hierbas y copal; y sólo sa- crificaron hombres, cuando el contagioso ejemplo de los mejicanos alteró su religión.89

 ¿Pero de dónde tomaron éstos tan bárbaro rito? La historia no lo dice; mas, se puede inferir que nació de sus crueles instintos, del espíritu belicoso que los había familiarizado con la sangre, del odio a sus enemigos y del fanatismo de sus sacerdotes. No es, pues, extraño que los aztecas hubiesen inmolado víctimas humanas, porque lo mismo hicieron otros pueblos bárbaros de la Antigüedad, y lo mismo hacen hoy algunas tribus salvajes indias y africanas: lo que sí asombra es el número prodigioso de hombres que sacrificaron en sus altares; número que si en su inmensa mayoría se compuso de prisioneros esclavizados, a veces se llenó, cuando éstos faltaban, con algunos delincuentes y esclavos expresamente comprados para el sacrificio.90

(Continuará)