Bueno, como la actualidad manda y no podemos oponernos a ella el tema de ésta mujer saharaui, Haidar, enviada graciosamente de una patada en su honroso culo por el amigo marroquí a España sin que medie ni prostesta, ni retirada de Embajador ni nada de nada gana peso. Así pues me hago eco de lo publicado por Doramás en su blog Gran Canaria. Comunidad Autonoma en lo relativo a la porculada que nos están dando con el beneplácito de la Moncloa desde Marruecos. És simplemente para coger la vaselina a paletadas y úntarnosla en nuestro culo. Así de simple.
En un gran artículo, que os invito a todos los españoles de bien a leer, Doramás nos desgrana la cantidad de cosas que afectan a la política hispano-marroquí y que están en juego. Si España da un mal paso la hemos jodido porque todo el Islam nos comerá con papas y si lo da Marruecos no pasa nada, nos joden las comunicaciones pero son los buenos amigos del Sur. A los que vamos a seguir enviando dinerito, a los que vamos a acoger con las manos abierta y mucho más. Vamos a darles lo que quieran, incluidas Ceutoa y Melilla y dejando virtualmente a Canarias, con el culo al aire. Yo lo he leído y simplemente no quepo en mí de gozo. Es una ocasión única de atacar a Desatinos y Zparo y decir al pueblo español que nuestro país ya no está ni a la atura del betún. Simplemente estamos a la altura de una cagarruta de perro y seguimos bajando.
Y muchos direis, es que a mi, el asunto del Sáhara me improta un pimiento, lo mismo que me importa un cojón de mico Marruecos o Cuba. Es la típica reacción del español lobotomizado hasta la neura por su buenísima ración de futból tan bendecida desde las altas esferas políticas. Señores a España nos afecta muchas más cosas aparte que Messi sea Balón de Oro o que el Real Madrid de Cristiano Ronaldo marcara cuatro al Almería. Que ya hay que ser negados. Cascar cuatro al Almería, un equipillo patético que encajó dos al gigante de la Capital. Me gustaría que cada español no catalán que se sintiera fan del Barça comprendiera mínimamente lo que se opina de los españoles en Can Barça.
Pues sigo con mi reflexión de la tarde. Haidar representa todo lo que el Estado español y los acomodaticios españoles significan para el mundo. Nada. No somos nada excepto para los Saharauis. Ellos, increiblemente, siguen confiando en nosotros. hay que joderse. Si le preguntas a un Español que donde está el Sáhara se te encogerá de hombros por que ni siquiera sabe situar en un mapa la ciudad de Soria. Nos fuimos del Sáhara dejandolos con una mano y otra detrás. Pero ellos no acabaron cun su colonización sino que la vieron transferida a otra peor. Que miedo tiene la ONU de Marruecos. Que amiguísimos de EEUU son. Que miedo teníamos de Marruecos que ni siquieras defendimos la posición. Qué miedo tenemos ahora a Marruecos que no retiramos el Embajador lo mismo que ellos hicieron cuando Sus Majestades los Reyes visitaron Ceuta y Melilla que son CIUDADES ESPAÑOLAS, por las que Mohamed y su puta madre protestaron tantísimo. Marruecos nos tiene acojonados y luego nos ofendemos de que los gibraltareños nos tomen por el pito del sereno.
Somos una Nación que va ganando puntos en la quinielas de la iniquidad. Que no tiene ni vergüenza ni dignidad. Tenemos miedo de todo y de todos. Si, serás tu, porque yo le echo cojones a cualquier cosa, responderá algun infeliz. Tanto miedo tenemos que en vez de sacar pecho ante el mundo escondemos la cabeza bajo la tierra cuando los piratas somalies, los terrorista mauritanos o los putos sicarios de Mohamed nos enseñan el dedo. Estamos abotargados con un supuesto Estado de Bienestar que se ha acabado. Si, señores, asumamoslo. Esto ya se ha pasado. Ahora hay que TRABAJAR, y hay que hacerlo pronto y apretando el culo. Tenemos que llamar a la revolución nacional de manera que el que sea político sea político y defienda los derechos del pueblo, estamos llamados a desbancar a toda una ralea de apoltronados que nos chupan la sangre, juegan con nuestros impuestos y nos ponen un globo delante de la cara para distraernos mientras NOS DAN POR CULO.
Hoy es que voy encendido porque me han mentado cosas en la que tienen toda la razón. Gentes de fuera de España nos perciben cómo una nación de tercera clase, en la edad de Piedra. Una nación en la que no se puede confiar, en la que las multinacionales retiran sus fábricas y en la que no reaccionamos creándo las nuestras propias. Una sociedad agraria que pasó en pocos años a depender del turismo, después vió el filón del ladrillo y ahora se agolpa en las colas del Servicio Nacional de Empleo para ver si pueden ir a recoger el espárrago, en una situación esperpéntica e impensable hace sólo dos años. ¿Al campo? Que vayan los moros. Más de mil y más de un millón pronunciaron ésta frase y ahora están esperando que los llamen para ir a tirarse al barro. Decepcionante.
Estamos llamados a ser los parias de Europa, la ramera de Marruecos y el hazmerreír del mundo y todo por no echarle cojones de una vez a la cosa. No sea que el chupi-chachi-guay gobierno que nos mangonea, los que anduvieron antes y los que vendrán despues sean politicamente incorrectos. ¿Qué nos importa la situación de esa mujer? Esa mujer supone la vergüenza de la chapuza, cómo no podía ser de otra manera, de descolonización que hicimos en el setenta y cinco por no derramar sangre inocente. Sangre que ya corre por las venas de España y que nos esta envenenando. Los Saharahuis son nuestros hermanos, los dejamos tirados y creimos que ésto se pasaría y ya está. No señores. No ha pasado. El fantasma de nuestra cobardía y nuestra bajeza está en Lanzarote. En su aeropuerto. Esa señora nos recuerda que fuimos unos explotadores parásitos y que a la hora de irnos ni siquiera tuvimos la suficiente dignidad para dejar el Asunto Atado y bien Atado. ¿Es que no sabiamos cómo se las gastaba Marruecos?¿Qué pensábamos que les iban a dar un besito y a dormir?
El Gran Marruecos y la pequeña España. Ese es mi título y no puede resumirse más que en indignación por seguir sintiéndome Español, por adorar mi bandera y mi país y ver que hay gente que, amparándose en el gobierno de ese mismo país sólo da motivos para escupir a todo lo que huela a español. Es mejor estar pendiente de lo que suceda en el Real Madrid mientras nuestros hermanos Saharauis agonizan bajo la bota del Gran marruecos que cualquier día llegará hasta Toledo. Ese día nos levantaremos y antes de rezar nuestras oraciones mirando hacia la Meca nos preguntaremos cómo cojones hemos llegado a eso.
Del Blog C.S. Peinado
Crée usted de que Cuba estaría mejor como:
lunes, 7 de diciembre de 2009
6 de Diciembre, Día de la Constitución. La Hora del cambio. Por Pedro Ramón Sánchez Peinado
Escribo ésto el día siete pues el día seis estuve embobado con los resúmenes que, desde el Congreso, emitían desde las principales cadenas televisivas. Generalmente, éste es un acto intrascendete en la vida de los españoles. Hemos olvidado que, junto con el Doce de Octubre, es uno de los días grandes de nuestra Nación. Los políticos, con retórica vacia y sin razones de peso nos recordaban este día cómo uno de los más grandes para un español. Pero, ¿Que saben los españoles de su Constitución?
Así somos los españoles. Ya lo he dicho en algunas ocasiones. Nos la bufa todo y nos la bufa demasiado. Es hora de tomar cartas en el asunto y comenzar a cambiar el chip. O ésto o nuestro país terminará de irse por la cloaca. Es la hora de dejar de criticar y comenzar a construir. Construir un país no más pisos, se entiende. En alguna ocasión he dicho que necesitabamos tanto tiempo de democracia cómo de dictadura para que las cosas volvieran a su cauce. El tiempo va pasando y los cambios se están produciendo. Hora es de que los españoles comencemos a reconquistar el puesto que, por derecho, nos corresponde. Pero para ello primero hay que saber todo lo que antecede al crítico punto en que nos encontramos.
No sé que día haría aquel seis de diciembre de mil novecientos setenta y ocho. Yo apenas había cumplido un año pero por lo que me contaron mis abuelos y mis padres fue una jornada memorable. El pueblo español se volcó en las urnas. Ya fueran letrados, ingenieros o labriegos, millones de personas acudieron a votar en referendum una Constitución destinada a hacer Historia. La Constitución más longeva de nuestra Historia. La mejor hecha y la mas sólida pues aún hoy, treinta y un años después sigue vigente. Ningún gobierno se ha atrevido a tocarla pues sigue tan actualizada cómo el día que se votó. Una constitución que se adelantó a su tiempo y que convirtió a España en el país con más libertades y más descentralización de todo el Orbe.
¿Qué nos queda de aquello? Creo que, sinceramente, nada. Nos hemos acostumbrado a lo bueno. A la libertad y creemos que no debe haber puertas a la misma. Nos hemos acostumbrado a la riqueza fácil y descuidamos la educación de nuestros jóvenes. Creímos que ya había demasiada represión durante el franquismo y nuestras leyes se han vuelto fláccidas. En suma, la construcción y el turismo han creado un falso estado de bienestar amparado en nuestra Carta Magna de la que no podremos salir si no le ponemos empeño.
Cuando Japón claudicó ante los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial se empeñó en humillar a los yanquis cómo ellos lo habían hecho destruyendo su poderío militar. Lo lograron con creces siendo la mayor potencia tecnológica. Ese es el espiritu que falta al pueblo español. Cuando perdimos la colonias nos instalamos en el pesimismo. En lugar de crecernos y comenzar a trabajar por obtener una nueva gloria nos instalamos en la comodidad de ser un país atrasado e inculto. La República fracasó por ser hombres incultos quienes la abanderaban. Hombres que no sabían de letras ni querian aprender, sólo empuñar un fusil y defender algo que no sabían muy bien para que servía. la dictadura se concentro en mantener un estatus de los militares sobre el pueblo. La Democracia estaba llamada a otra cosa.
La Carta Magana, de cuya efeméride nos hicimos eco ayer, perseveraba en un nuevo Estado. Un estado descentralizado en la creencia de que los españoles habían madurado tras tantos años de padecimientos. La Constitución refleja en su texto un espiritu de Nación Libre y comprensiva, dadora de oportunidades que los nacionalismos, los especuladores y la corrupción han empañado. El pueblo español refrendó un cambio en la Historia. España debería modernizarse a la par de sus competidores. En lugar de eso nuestro país se convirtio a la servidumbre. Nuestra incultura nos convirtió en un pais de siervos. El turismo era el nuevo amo, pagaba bien y pedía poca formación.
El relevo lo tomó la construcción. Mientras otros paises construian ordenadores nosotros fabricabamos viviendas de pésima calidad arroyando nuestros bosques, destruyendo nuestras costas y arruinando nuestro país. Esquilmábamos caladeros y perdíamos peso político. ¿Es ese el espiritu de nuestra Constitución? Dudo que muchos de mis compatriotas lo sepan realmente pues simplemente no saben que deben sus libertades y derechos a un papel que tambien contiene obligaciones que nadie esta dispuesto a asumir.
La Constitución cumple treinta y un años. Señores y señoras, es la hora del cambio. Debemos afrontar que nuestra Historia costó muchos muertos por levantar un país que ahora nos estamos cargando. Asumamos nuestros errores de años y obremos en consecuencia. Treinta y un años después debemos comenzar a reandar el camino que dejamos atrás el día que nos sometismos al turismo y la construcción.
Del Blog C.S. Peinado
Así somos los españoles. Ya lo he dicho en algunas ocasiones. Nos la bufa todo y nos la bufa demasiado. Es hora de tomar cartas en el asunto y comenzar a cambiar el chip. O ésto o nuestro país terminará de irse por la cloaca. Es la hora de dejar de criticar y comenzar a construir. Construir un país no más pisos, se entiende. En alguna ocasión he dicho que necesitabamos tanto tiempo de democracia cómo de dictadura para que las cosas volvieran a su cauce. El tiempo va pasando y los cambios se están produciendo. Hora es de que los españoles comencemos a reconquistar el puesto que, por derecho, nos corresponde. Pero para ello primero hay que saber todo lo que antecede al crítico punto en que nos encontramos.
No sé que día haría aquel seis de diciembre de mil novecientos setenta y ocho. Yo apenas había cumplido un año pero por lo que me contaron mis abuelos y mis padres fue una jornada memorable. El pueblo español se volcó en las urnas. Ya fueran letrados, ingenieros o labriegos, millones de personas acudieron a votar en referendum una Constitución destinada a hacer Historia. La Constitución más longeva de nuestra Historia. La mejor hecha y la mas sólida pues aún hoy, treinta y un años después sigue vigente. Ningún gobierno se ha atrevido a tocarla pues sigue tan actualizada cómo el día que se votó. Una constitución que se adelantó a su tiempo y que convirtió a España en el país con más libertades y más descentralización de todo el Orbe.
¿Qué nos queda de aquello? Creo que, sinceramente, nada. Nos hemos acostumbrado a lo bueno. A la libertad y creemos que no debe haber puertas a la misma. Nos hemos acostumbrado a la riqueza fácil y descuidamos la educación de nuestros jóvenes. Creímos que ya había demasiada represión durante el franquismo y nuestras leyes se han vuelto fláccidas. En suma, la construcción y el turismo han creado un falso estado de bienestar amparado en nuestra Carta Magna de la que no podremos salir si no le ponemos empeño.
Cuando Japón claudicó ante los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial se empeñó en humillar a los yanquis cómo ellos lo habían hecho destruyendo su poderío militar. Lo lograron con creces siendo la mayor potencia tecnológica. Ese es el espiritu que falta al pueblo español. Cuando perdimos la colonias nos instalamos en el pesimismo. En lugar de crecernos y comenzar a trabajar por obtener una nueva gloria nos instalamos en la comodidad de ser un país atrasado e inculto. La República fracasó por ser hombres incultos quienes la abanderaban. Hombres que no sabían de letras ni querian aprender, sólo empuñar un fusil y defender algo que no sabían muy bien para que servía. la dictadura se concentro en mantener un estatus de los militares sobre el pueblo. La Democracia estaba llamada a otra cosa.
La Carta Magana, de cuya efeméride nos hicimos eco ayer, perseveraba en un nuevo Estado. Un estado descentralizado en la creencia de que los españoles habían madurado tras tantos años de padecimientos. La Constitución refleja en su texto un espiritu de Nación Libre y comprensiva, dadora de oportunidades que los nacionalismos, los especuladores y la corrupción han empañado. El pueblo español refrendó un cambio en la Historia. España debería modernizarse a la par de sus competidores. En lugar de eso nuestro país se convirtio a la servidumbre. Nuestra incultura nos convirtió en un pais de siervos. El turismo era el nuevo amo, pagaba bien y pedía poca formación.
El relevo lo tomó la construcción. Mientras otros paises construian ordenadores nosotros fabricabamos viviendas de pésima calidad arroyando nuestros bosques, destruyendo nuestras costas y arruinando nuestro país. Esquilmábamos caladeros y perdíamos peso político. ¿Es ese el espiritu de nuestra Constitución? Dudo que muchos de mis compatriotas lo sepan realmente pues simplemente no saben que deben sus libertades y derechos a un papel que tambien contiene obligaciones que nadie esta dispuesto a asumir.
La Constitución cumple treinta y un años. Señores y señoras, es la hora del cambio. Debemos afrontar que nuestra Historia costó muchos muertos por levantar un país que ahora nos estamos cargando. Asumamos nuestros errores de años y obremos en consecuencia. Treinta y un años después debemos comenzar a reandar el camino que dejamos atrás el día que nos sometismos al turismo y la construcción.
Del Blog C.S. Peinado
Más se perdió en Cuba. Por Juan Jesús Aznárez
España perdió Cuba en 1898 tras desigual combate con las tropas de Estados Unidos, pero la huella se mantiene firme a pesar del paso del tiempo y los conflictos bilaterales. Allí permanecen junto a sus descendientes miles de españoles que fueron a la isla buscando fortuna tras las penurias de la Guerra Civil, y las señales de esa larga presencia, iniciada en 1510 con el asentamiento del gobernador Diego de Velázquez, aparecen por doquier, en patios y porches andaluces, en fortalezas y museos.
Negras mondongueras de Sevilla y reinas africanas esclavizadas emparejaron en Cuba con hidalgos, soldados y chusma española, y nació la población mulata de la colonia, a cuyo crecimiento demográfico contribuyeron los curas amancebados con hembras que no creían en Dios. Durante el turbulento esplendor de la perla de las Antillas, en los siglos anteriores a su dolorosa pérdida, las calesas eran plateadas y el puerto de La Habana embarcaba hacia España el oro de las conquistas americanas y el tributo de los encomenderos y oligarcas criollos. Pero el estallido liberal de las colonias inglesas, la onda expansiva de la Revolución Francesa y la voracidad recaudadora de la metrópoli detonaron las sublevaciones de la independencia.
El acuerdo de paz fue un espejismo y el independentismo prendió de nuevo en el año 1895
La aportación española sobrevive a las crisis políticas y a los enconos bilaterales
Caneda enseña el certificado de haber cortado 870.000 arrobas de caña en una zafra
Más se perdió en Cuba y volvieron cantando las milicias españolas, derrotadas por Estados Unidos en el año 1898 porque la flota del almirante Cervera, en la bahía de Santiago, era de papel frente al cañoneo de los acorazados yanquis. España dejó mucho al perder aquel año su posesión más querida: hijos y cultura, vicios y virtudes, palacios y conventos, la fabada asturiana y la descendencia blanca o parda de aquellos pioneros embrujados por el trópico. Pero Cuba no fue entregada fácilmente. Veteranos de las contiendas peninsulares y de las campañas de África y Conchinchina, una fuerza de 175.774 hombres, desembarcó en las dársenas isleñas para combatir a muerte en la horrorosa Guerra de los Diez Años (1868-1878).
"Tengo tíos que trabajaron como voluntarios, civiles que se inscribían en las milicias españolas", recuerda el español de Lugo José Caneda, de 72 años, mientras juega al dominó en el Centro Gallego, del que es vicepresidente. Las luchas en la manigua, el vómito negro, la disentería y la fiebre amarilla fueron tan horrorosamente carniceras que el general Arsenio Martínez Campos, uno de los principales jefes expedicionarios, pidió al presidente Antonio Cánovas del Castillo, que no enviara más tropa a aquel cementerio de españoles: "Trate usted de hacer un arreglo con los independientes y retirémonos cuanto antes", resumió en un exhorto, fechado en el año 1876. El mando militar criollo tampoco era una piña, pues sus caudillos, inmersos en una amalgama de problemas, no se percataron "de la profunda falta de fe en la victoria del mando militar español", según los investigadores cubanos René González y Héctor Espulgas.
El acuerdo de paz fue un espejismo y la tea independentista prendió de nuevo en el año 1895 en una isla definitivamente insurrecta. España decretó la ley marcial y, una sucesión de flotas guerreras zarpó con 80.000 hombres a los acordes del pasodoble La marcha de Cádiz. La decadente metrópoli, política y militarmente inestable, reforzó las guarniciones que batallaban contra los machetes de la negritud y la revancha, y contra la parentela independentista de los colonizadores del siglo XVI. El curso de la guerra en aquel choque de ideales, pasiones y codicia fue incierto, pues el acero de Toledo aguantaba el hierro mambí. Siempre al acecho, Estados Unidos exigió a Madrid la independencia de Cuba, situada a 145 kilómetros de sus costas. Quiso obtenerla a la medida, y fraguó su entrada en liza: el choque naval de Santiago y la colonia fueron perdidas en las cuatro horas de aquel tiro al plato gringo. Cuba se convirtió constitucionalmente en protectorado, abastecedor y balneario norteamericano hasta el triunfo de la revolución de Fidel Castro, en enero de 1959.
¿Más de un siglo después del desastre cantado en décimas es visible la huella de España en la isla? Hasta debajo de las piedras. Aparece en la sangre del comandante y sus leales, en el sincretismo religioso, en los negros y mulatos de apellido Martínez o Echeverría, en el temperamento y picardía cubanos, y en el potaje de olla, cuya ingesta en estas tórridas latitudes hace sudar a mares. "La fabada y el caldo gallego llegaron a ser casi platos nacionales", recuerda Aurelio Alonso, subdirector de la revista Casa de las Américas, nieto de un abuelo fundador del club asturiano Llanera. Las señales de España parpadean en las fortalezas militares de Santiago, en el mobiliario de Trinidad, en los patios y porches andaluces, en los museos capitalinos y en los soberbios centros gallego y asturiano de La Habana, exponentes de la pujanza de sus comunidades hasta las confiscaciones revolucionarias.
"Queremos a España y a Cuba, porque somos hijos de España, porque Cuba nos abrió sus puertas cuando nuestro país era pobre", subraya Alfredo Gómez, de 77 años, con hijos y nietos cubanos, presidente del Centro Gallego, inmigrante desde el año 1957. "Españoles nacidos en España e inscritos somos entre 1.200 y 1.300, y con pasaporte español, 54.018".La lista no se agota porque miles de hijos y nietos aún no lo han solicitado. Otros andan buscando ahora el domicilio de sus ancestros peninsulares porque los lazos de sangre cotizan: la Administración española ayuda a los inscritos con unos 1.400 euros al año. Vienen muy bien porque la granizada revolucionaria fue tremenda en Cuba, que hoy tiene 11 millones de habitantes, cerca del 60% blanco, el 25% mulato y el resto negro y asiático. Las tradiciones españolas y el compendio de otras inciden en todos. La población insular creció mucho desde el censo de 1774 al 1817: pasó de 171.000 habitantes, 44.000 esclavos, a más de medio millón.
A partir de 1880, el éxodo español hacia América fue masivo y Cuba acogió el mayor número de las peonadas: 1.118.968 hasta 1930: el 33,93% del total. "¿Dónde trabajábamos? En el comercio, como chóferes, como muchachas del servicio doméstico", recuerda Gómez. "Y a base de esfuerzo y trabajo nos fuimos abriendo paso en la vida. Siempre trabajé en el giro (sector) de la gastronomía, en lo que en España se llamaba ultramarinos y aquí bodegas con cantina". Y en esto llegó Fidel y mandó parar: todo para el Estado y a la ventanilla. El grueso de los españoles expropiados abomina de la revolución porque les arrebató despachos profesionales, ultramarinos, hoteles, ingenios azucareros, casas y esperanzas: el patrimonio de toda una vida de deslome. La proclamada justicia distributiva de los nuevos gobernantes, les pareció una milonga al decir de un abuelo navarro: "Si alguien quiere tener una gran casa como la mía que se deje primero los cojones en las zarzas como me los he dejado yo para poder tenerla". Un canario despotrica en privado porque todavía pintan bastos: "Los comunistas me quitaron toda una flota de camiones. Y aquí me ve usted, sin un duro".
Miles de españoles partieron en los sesenta hacia España, Nueva York o Miami, y miles se quedaron. José Caneda fue uno de ellos. Morirá en Cuba. Su historia es bastante singular. Su padre vivió tres gobiernos, el español, el norteamericano y el cubano; la madre, que lo quería cura, metió a José en un seminario. Pero el chaval abandonó pronto los amenes porque miraba el mundo por los ojos del indiano y soñaba con la copla escuchada al padre durante el auge capitalista: "Cuba, Cuba, encanto mío / en Cuba no hay ningún pobre / ni hay moneda de cobre / y corre el oro como el río". Caneda, que se casó en 1959 con una cubana, Raquel Vázquez, hoy jubilada de la Dirección Provincial de Justicia, perdió su comercio, y decidió integrarse en la sociedad revolucionaria, aunque sin militancia política.
El español enseña su documento de identidad nacional, el certificado de haber cortado 870.000 arrobas de caña en una zafra, y su título de Vanguardia Nacional como el trabajador de comercio más destacado de la provincia de La Habana durante 10 años consecutivos: una fiera. El Partido Comunista Cubano (PCC), "que como sabe es una organización totalmente selectiva", le abrió sus puertas:
-Mire, Caneda, usted tiene los méritos suficientes para ingresar en el partido. ¿Tiene usted algún impedimento, algún complejo, algo que se lo impida? Nosotros le podemos ayudar.
-No, nada de eso. Es que yo no siento esa conciencia que debe tener un comunista. Yo trabajo porque trabajo, pero no me gusta que me manden a trabajar.
-(Risas...) Bueno, pues siga así.
Los españoles, hijos de españoles o nietos de españoles consultados para este trabajo siguen así o asá. Casi todos viajaron a España en los programas del Inserso. Sus historias son elocuentes. Algunos fueron aventureros, aspirantes a indianos, adscritos a los ayuntamientos carnales, sacramentados o no, con las forzadas de los barcos negreros. La mayoría, sin embargo, era pobre en la España del esparto de gran parte del siglo XX; miles fueron fugitivos de la Guerra Civil de 1936. Todos se alejaron de una patria siempre a cuchilladas. Ángel Nicolás Fernández, de 72 años, nacido en Asturias, matrimonió con una cubana emigrante de Estados Unidos, y tuvieron un hijo, cirujano instalado en México, y una hija, administradora de hotel en La Habana. "¿Qué hacemos? Pues nos reunimos los domingos y hablamos de aquí y de allá". Hablan hasta la saciedad de aquí, del futuro sin Fidel Castro, del precio del mango, o de allá, de la Liga española y las vicisitudes públicas.
El padre de Antonio García, de 70 años, era de Almería, y llegó a principios del siglo pasado con la maleta de madera y lleno de ilusiones. Antonio trabajó cuatro años en Budapest y se declara "barman internacional". Visitó España el año pasado y quiere volver. ¿Y los nietos de españoles? Esperanza Molina Salgado, 60 años, de padres cubanos, los es por tres partes: abuela materna, gallega de Pontevedra, abuela paterna, vasca, y abuelo por parte de padre, canario. "Nos criamos con mi abuelo asturiano". Casada y sin hijos, espera alguna ayuda oficial de Madrid. "Vamos a ver si con lo de los nietos puedo recibir algo porque ahora empiezan a arreglar lo de los nietos". Los españoles hablan y no paran. El viejo de Marcelino González, de 82 años, nació en Oviedo. Acumuló dinero, casas y negocios, "pero bueno....", se resigna el hijo. "Mire", y abre un sobre de correos, "este dinerito me lo manda mi hija desde Alemania".
La huella de España permanece en las nostalgias, en Adela Feijó, que con 104 años no está para entrevistas, en el complejo de museos históricos militares de las principales ciudades isleñas, en la plaza de San Francisco y el parque del Morr; perdura en los elegantes estilos arquitectónicos de las viviendas familiares y en las cerca de cien sociedades asistenciales o culturales que atienden a compatriotas en desgracia, organizan actos culturales o imparten clases de baile flamenco.
El bautizo de la capital como San Cristóbal de La Habana, cuyo centro histórico es Patrimonio de la Humanidad, la villa de la Santísima Trinidad, hoy Trinidad a secas, o Sancti Spíritu, remiten a un pasado de misión y conquista, a los arsenales de avemarías y pólvora desembarcados en las bahías de Cuba desde que el adelantado Diego de Velázquez, primer gobernador, se apoltronara en Santiago, en el año 1510, para gloria de la corona y enriquecimientos de sus arcas. La generosidad de las monjas españolas de hoy rivaliza con el desprendimiento del clero de la colonia comprometido contra la explotación de indígenas y esclavos, y es el contrapunto de los frailes abarraganados de los siglos de la corrupción y el saqueo, más dados al copón de la baraja que al eucarístico
"Los africanos emparentaron las virtudes y características de sus ídolos con las deidades de la cristiandad, de las que tomaron sus nombres", señala la investigadora Inés María Martiatu. Millones de cubanos rezan a su manera, hablan un español de reminiscencias canarias, su música y baile nos acercan a Andalucía y su arquitectura a Cataluña y al moro. Los aportes sobreviven a las crisis políticas y enconos bilaterales porque la España llegó para quedarse en sus aciertos y fracasos. La llegada de europeos, africanos y asiáticos en las largas travesías veleras dibujó la actual miscelánea cultural y racial del archipiélago antillano, visible aún en la organización veraniega de sus casas más antiguas, en el mimbre de las mecedoras, el ornato de las festividades paganas y en los hermosos ojos verdes y achinados de cuerpos de canela y conga.
¡Ay, pero qué sabroso, chico!
Negras mondongueras de Sevilla y reinas africanas esclavizadas emparejaron en Cuba con hidalgos, soldados y chusma española, y nació la población mulata de la colonia, a cuyo crecimiento demográfico contribuyeron los curas amancebados con hembras que no creían en Dios. Durante el turbulento esplendor de la perla de las Antillas, en los siglos anteriores a su dolorosa pérdida, las calesas eran plateadas y el puerto de La Habana embarcaba hacia España el oro de las conquistas americanas y el tributo de los encomenderos y oligarcas criollos. Pero el estallido liberal de las colonias inglesas, la onda expansiva de la Revolución Francesa y la voracidad recaudadora de la metrópoli detonaron las sublevaciones de la independencia.
El acuerdo de paz fue un espejismo y el independentismo prendió de nuevo en el año 1895
La aportación española sobrevive a las crisis políticas y a los enconos bilaterales
Caneda enseña el certificado de haber cortado 870.000 arrobas de caña en una zafra
Más se perdió en Cuba y volvieron cantando las milicias españolas, derrotadas por Estados Unidos en el año 1898 porque la flota del almirante Cervera, en la bahía de Santiago, era de papel frente al cañoneo de los acorazados yanquis. España dejó mucho al perder aquel año su posesión más querida: hijos y cultura, vicios y virtudes, palacios y conventos, la fabada asturiana y la descendencia blanca o parda de aquellos pioneros embrujados por el trópico. Pero Cuba no fue entregada fácilmente. Veteranos de las contiendas peninsulares y de las campañas de África y Conchinchina, una fuerza de 175.774 hombres, desembarcó en las dársenas isleñas para combatir a muerte en la horrorosa Guerra de los Diez Años (1868-1878).
"Tengo tíos que trabajaron como voluntarios, civiles que se inscribían en las milicias españolas", recuerda el español de Lugo José Caneda, de 72 años, mientras juega al dominó en el Centro Gallego, del que es vicepresidente. Las luchas en la manigua, el vómito negro, la disentería y la fiebre amarilla fueron tan horrorosamente carniceras que el general Arsenio Martínez Campos, uno de los principales jefes expedicionarios, pidió al presidente Antonio Cánovas del Castillo, que no enviara más tropa a aquel cementerio de españoles: "Trate usted de hacer un arreglo con los independientes y retirémonos cuanto antes", resumió en un exhorto, fechado en el año 1876. El mando militar criollo tampoco era una piña, pues sus caudillos, inmersos en una amalgama de problemas, no se percataron "de la profunda falta de fe en la victoria del mando militar español", según los investigadores cubanos René González y Héctor Espulgas.
El acuerdo de paz fue un espejismo y la tea independentista prendió de nuevo en el año 1895 en una isla definitivamente insurrecta. España decretó la ley marcial y, una sucesión de flotas guerreras zarpó con 80.000 hombres a los acordes del pasodoble La marcha de Cádiz. La decadente metrópoli, política y militarmente inestable, reforzó las guarniciones que batallaban contra los machetes de la negritud y la revancha, y contra la parentela independentista de los colonizadores del siglo XVI. El curso de la guerra en aquel choque de ideales, pasiones y codicia fue incierto, pues el acero de Toledo aguantaba el hierro mambí. Siempre al acecho, Estados Unidos exigió a Madrid la independencia de Cuba, situada a 145 kilómetros de sus costas. Quiso obtenerla a la medida, y fraguó su entrada en liza: el choque naval de Santiago y la colonia fueron perdidas en las cuatro horas de aquel tiro al plato gringo. Cuba se convirtió constitucionalmente en protectorado, abastecedor y balneario norteamericano hasta el triunfo de la revolución de Fidel Castro, en enero de 1959.
¿Más de un siglo después del desastre cantado en décimas es visible la huella de España en la isla? Hasta debajo de las piedras. Aparece en la sangre del comandante y sus leales, en el sincretismo religioso, en los negros y mulatos de apellido Martínez o Echeverría, en el temperamento y picardía cubanos, y en el potaje de olla, cuya ingesta en estas tórridas latitudes hace sudar a mares. "La fabada y el caldo gallego llegaron a ser casi platos nacionales", recuerda Aurelio Alonso, subdirector de la revista Casa de las Américas, nieto de un abuelo fundador del club asturiano Llanera. Las señales de España parpadean en las fortalezas militares de Santiago, en el mobiliario de Trinidad, en los patios y porches andaluces, en los museos capitalinos y en los soberbios centros gallego y asturiano de La Habana, exponentes de la pujanza de sus comunidades hasta las confiscaciones revolucionarias.
"Queremos a España y a Cuba, porque somos hijos de España, porque Cuba nos abrió sus puertas cuando nuestro país era pobre", subraya Alfredo Gómez, de 77 años, con hijos y nietos cubanos, presidente del Centro Gallego, inmigrante desde el año 1957. "Españoles nacidos en España e inscritos somos entre 1.200 y 1.300, y con pasaporte español, 54.018".La lista no se agota porque miles de hijos y nietos aún no lo han solicitado. Otros andan buscando ahora el domicilio de sus ancestros peninsulares porque los lazos de sangre cotizan: la Administración española ayuda a los inscritos con unos 1.400 euros al año. Vienen muy bien porque la granizada revolucionaria fue tremenda en Cuba, que hoy tiene 11 millones de habitantes, cerca del 60% blanco, el 25% mulato y el resto negro y asiático. Las tradiciones españolas y el compendio de otras inciden en todos. La población insular creció mucho desde el censo de 1774 al 1817: pasó de 171.000 habitantes, 44.000 esclavos, a más de medio millón.
A partir de 1880, el éxodo español hacia América fue masivo y Cuba acogió el mayor número de las peonadas: 1.118.968 hasta 1930: el 33,93% del total. "¿Dónde trabajábamos? En el comercio, como chóferes, como muchachas del servicio doméstico", recuerda Gómez. "Y a base de esfuerzo y trabajo nos fuimos abriendo paso en la vida. Siempre trabajé en el giro (sector) de la gastronomía, en lo que en España se llamaba ultramarinos y aquí bodegas con cantina". Y en esto llegó Fidel y mandó parar: todo para el Estado y a la ventanilla. El grueso de los españoles expropiados abomina de la revolución porque les arrebató despachos profesionales, ultramarinos, hoteles, ingenios azucareros, casas y esperanzas: el patrimonio de toda una vida de deslome. La proclamada justicia distributiva de los nuevos gobernantes, les pareció una milonga al decir de un abuelo navarro: "Si alguien quiere tener una gran casa como la mía que se deje primero los cojones en las zarzas como me los he dejado yo para poder tenerla". Un canario despotrica en privado porque todavía pintan bastos: "Los comunistas me quitaron toda una flota de camiones. Y aquí me ve usted, sin un duro".
Miles de españoles partieron en los sesenta hacia España, Nueva York o Miami, y miles se quedaron. José Caneda fue uno de ellos. Morirá en Cuba. Su historia es bastante singular. Su padre vivió tres gobiernos, el español, el norteamericano y el cubano; la madre, que lo quería cura, metió a José en un seminario. Pero el chaval abandonó pronto los amenes porque miraba el mundo por los ojos del indiano y soñaba con la copla escuchada al padre durante el auge capitalista: "Cuba, Cuba, encanto mío / en Cuba no hay ningún pobre / ni hay moneda de cobre / y corre el oro como el río". Caneda, que se casó en 1959 con una cubana, Raquel Vázquez, hoy jubilada de la Dirección Provincial de Justicia, perdió su comercio, y decidió integrarse en la sociedad revolucionaria, aunque sin militancia política.
El español enseña su documento de identidad nacional, el certificado de haber cortado 870.000 arrobas de caña en una zafra, y su título de Vanguardia Nacional como el trabajador de comercio más destacado de la provincia de La Habana durante 10 años consecutivos: una fiera. El Partido Comunista Cubano (PCC), "que como sabe es una organización totalmente selectiva", le abrió sus puertas:
-Mire, Caneda, usted tiene los méritos suficientes para ingresar en el partido. ¿Tiene usted algún impedimento, algún complejo, algo que se lo impida? Nosotros le podemos ayudar.
-No, nada de eso. Es que yo no siento esa conciencia que debe tener un comunista. Yo trabajo porque trabajo, pero no me gusta que me manden a trabajar.
-(Risas...) Bueno, pues siga así.
Los españoles, hijos de españoles o nietos de españoles consultados para este trabajo siguen así o asá. Casi todos viajaron a España en los programas del Inserso. Sus historias son elocuentes. Algunos fueron aventureros, aspirantes a indianos, adscritos a los ayuntamientos carnales, sacramentados o no, con las forzadas de los barcos negreros. La mayoría, sin embargo, era pobre en la España del esparto de gran parte del siglo XX; miles fueron fugitivos de la Guerra Civil de 1936. Todos se alejaron de una patria siempre a cuchilladas. Ángel Nicolás Fernández, de 72 años, nacido en Asturias, matrimonió con una cubana emigrante de Estados Unidos, y tuvieron un hijo, cirujano instalado en México, y una hija, administradora de hotel en La Habana. "¿Qué hacemos? Pues nos reunimos los domingos y hablamos de aquí y de allá". Hablan hasta la saciedad de aquí, del futuro sin Fidel Castro, del precio del mango, o de allá, de la Liga española y las vicisitudes públicas.
El padre de Antonio García, de 70 años, era de Almería, y llegó a principios del siglo pasado con la maleta de madera y lleno de ilusiones. Antonio trabajó cuatro años en Budapest y se declara "barman internacional". Visitó España el año pasado y quiere volver. ¿Y los nietos de españoles? Esperanza Molina Salgado, 60 años, de padres cubanos, los es por tres partes: abuela materna, gallega de Pontevedra, abuela paterna, vasca, y abuelo por parte de padre, canario. "Nos criamos con mi abuelo asturiano". Casada y sin hijos, espera alguna ayuda oficial de Madrid. "Vamos a ver si con lo de los nietos puedo recibir algo porque ahora empiezan a arreglar lo de los nietos". Los españoles hablan y no paran. El viejo de Marcelino González, de 82 años, nació en Oviedo. Acumuló dinero, casas y negocios, "pero bueno....", se resigna el hijo. "Mire", y abre un sobre de correos, "este dinerito me lo manda mi hija desde Alemania".
La huella de España permanece en las nostalgias, en Adela Feijó, que con 104 años no está para entrevistas, en el complejo de museos históricos militares de las principales ciudades isleñas, en la plaza de San Francisco y el parque del Morr; perdura en los elegantes estilos arquitectónicos de las viviendas familiares y en las cerca de cien sociedades asistenciales o culturales que atienden a compatriotas en desgracia, organizan actos culturales o imparten clases de baile flamenco.
El bautizo de la capital como San Cristóbal de La Habana, cuyo centro histórico es Patrimonio de la Humanidad, la villa de la Santísima Trinidad, hoy Trinidad a secas, o Sancti Spíritu, remiten a un pasado de misión y conquista, a los arsenales de avemarías y pólvora desembarcados en las bahías de Cuba desde que el adelantado Diego de Velázquez, primer gobernador, se apoltronara en Santiago, en el año 1510, para gloria de la corona y enriquecimientos de sus arcas. La generosidad de las monjas españolas de hoy rivaliza con el desprendimiento del clero de la colonia comprometido contra la explotación de indígenas y esclavos, y es el contrapunto de los frailes abarraganados de los siglos de la corrupción y el saqueo, más dados al copón de la baraja que al eucarístico
"Los africanos emparentaron las virtudes y características de sus ídolos con las deidades de la cristiandad, de las que tomaron sus nombres", señala la investigadora Inés María Martiatu. Millones de cubanos rezan a su manera, hablan un español de reminiscencias canarias, su música y baile nos acercan a Andalucía y su arquitectura a Cataluña y al moro. Los aportes sobreviven a las crisis políticas y enconos bilaterales porque la España llegó para quedarse en sus aciertos y fracasos. La llegada de europeos, africanos y asiáticos en las largas travesías veleras dibujó la actual miscelánea cultural y racial del archipiélago antillano, visible aún en la organización veraniega de sus casas más antiguas, en el mimbre de las mecedoras, el ornato de las festividades paganas y en los hermosos ojos verdes y achinados de cuerpos de canela y conga.
¡Ay, pero qué sabroso, chico!
Una colaboracion de Angel Matamoros López
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