RUBALCABA PLANTEA EL DEBATE DADO POR HECHO EL TRIUNFO DE RAJOY.
El líder socialista actúa como jefe de la oposición y echa mano del mensaje del miedo a la derecha sin convencer
Ocurrió en el mítico Café de la Regence de París, duró 23 jugadas y menos de cien minutos y, 160 años después, aún se la conoce como «la partida inmortal». Sus protagonistas, Lionel Kieserizky y Adolfo Anderssen —que fue el primero en mover pieza y que terminó ganando— se hicieron con un hueco en la historia… del ajedrez.
Lo vivido ayer en el plató levantado en el Palacio de Congresos de Madrid, con una rumbosidad propia de época de vacas gordas (80.000 euros ha costado el decorado que fundamentalmente constaba de una mesa), poco o nada tuvo que ver con aquella partida de hace siglo y medio, entre otras cosas porque en el ajedrez no se habla y allí no se hizo otra cosa durante casi hora media. Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy llegaban a la cita con tres días de campaña y una ventaja de más de quince puntos, a favor del segundo, en las encuestas, diferencia demoscópica que marcó el tono y la estrategia que ambos mantuvieron a lo largo de los cien minutos del evento. Debate casi inédito —ambos apenas se habían cruzado en la dialéctica parlamentaria— que resultó ameno, en ocasiones vibrante, y en el que el candidato socialista intentó una especie de auditoría sobre lo que él cree que va a hacer el líder popular cuando llegue a La Moncloa. En realidad, Rubalcaba se comportó ya como el jefe de la oposición de la próxima legislatura. Tanta insistencia en decir «yo le voy a decir lo que va a usted a hacer» que vino a dar por hecho, a los ojos de millones de televidentes, que Rajoy va a ser presidente del Gobierno. Esa es una de las certezas más notables que dejó la contienda.
Escasas sorpresas en cuanto a la forma de entablar el cara a cara. Se preveía un Rubalcaba con el colmillo afilado (sin fundas) y un Rajoy que insistiría en la necesidad de un cambio para levantar el país, moral y físicamente tras el fiasco del zapaterato. El mero repaso a los datos de la catástrofe económica (y social) es tan estruendoso como para no tener que levantar mucho el tono de voz. Aunque en alguna ocasión acusó de insidioso al candidato socialista y de mentir. Con réplica del oponente.
Rubalcaba esconde a Zapatero
El gambito fue para el líder del PP. Llevaba las blancas. Él abrió la partida y como era previsible no tardó demasiado en recordar a su rival la gigantesca cifra de parados generada en los gobiernos en los que en candidato socialista ha participado. A los quince segundos ya lo había dicho. Por ahí iba el mate más sencillo, el jaque del pastor, porque buena parte de los cinco millones de desempleados y sus familias estarían viendo la tele, los mismos a los que ayer Zapatero aconsejaba olvidarse del paro cuando vayan a votar. Enroque largo del líder predimisionario, que ayer no jugaba. Y tan ausente estuvo que Rubalcaba no le mencionó ni una sola vez en los 45 minutos que estuvo hablando. La legión de parados, invocada por el presidente del PP, no dejó de atravesar el plató de lado a lado. Procesión de ausentes.
Consciente de la distancia que les separa, Rubalcaba optó por el catálogo de movimientos que vienen formando parte de la línea de ataque del partido en el Gobierno para erosionar a los populares: la famosa agenda oculta, todo un tótem en las filas del progresismo nacional, que, en palabras del cabeza de cartel del PSOE, supone una grave amenaza para el Estado de Bienestar de los españoles. Defensa siciliana, pues, con las negras, que es la manera más sencilla de dominar el juego en el centro del tablero. Desde el flanco izquierdo del tablero, claro.
Rubalcaba no paró de preguntar asuntos a Rajoy, que se defendió con eficacia recordando a su oponente que casi todo lo que le reprochaba a él ya lo habían hecho antes los gobiernos socialistas, muchos de ellos con el cántabro sentado en la silla del Consejo de Ministros.
También discutieron sobre la destreza de uno y otro partido en las tareas de jardinería política. Así llegó al debate el asunto de la podadora y de qué partido recorta más o menos. Rubalcaba la emprendió contra las Comunidades del PP, otro clásico de campaña, y Rajoy le recordó que el Ejecutivo que vicepresidía se esmeró como nadie en las tareas de motosierra en el recorte social más drástico de toda la etapa democrática, con la eliminación del cheque-bebé, el medicamentazo, la bajada de sueldo a los funcionarios, la congelación de las pensiones y el parón en la inversión pública.
Planeó por el plató el debate sobre lo público y lo privado, ese galgos o podencos versión 2.0, tierra prometida de los tópicos, difícilmente defendido por Rubalcaba toda vez que los socialistas han anunciado su intención de privatizar las Loterías y la gestión de los aeropuertos, lo que, en principio, no parece una apuesta decidida por lo público. Aún así —y a falta de la niña que llevó Rajoy en su debate con Zapatero hace tres años y pico— el candidato socialista no dejó en ningún momento de la mano al niño rico y a la chacha que lo acompaña a su cole privado. Fue la parte más vibrante de la partida, en la que Rubalcaba mostró que es un gran lector de prensa, porque datos para sustentar la destrucción del Estado de Bienestar dio más bien pocos.
No fue un duelo para la historia, como aquella partida del Hotel de la Regence, pero sí dejó claro que quien jugaba con las negras, Rubalcaba, dio por hecho que Rajoy va a ganar en el envite del 20-N.