Considerada como un elemento demasiado cercano a la cotidianidad, la indumentaria es aún asumida como algo superficial al no valorarse con claridad sus verdaderas implicaciones dentro del comportamiento humano, por lo que el fenómeno del vestido ha quedado relegado como objeto de investigación psico-sociológica.
La Habana. 1850. Calle Mercaderes. Toldos multicolores suavizan la intensidad del sol para quienes asisten a realizar sus compras en algunos de los comercios que allí se concentran. Frente a uno de los tantos establecimientos se detiene un carruaje. E arrogante calesero, librea de color brillante adornada en oro, plata y galones, grandes polainas, controla, fusta en mano, el paso de las bestias. Las jóvenes con sus delicados vestidos claros, escotados y bellos peinados al descubierto, apenas se mueven de sus asientos; se abanican y sólo miran hacia el interior en busca de la atención del empleado.
Solícito, éste se acerca y les muestra, en plena calle, sus ofertas: tejidos variados en género y color, para ser seleccionados por sus agraciadas clientas...
Es posible reproducir esta escena común en La Habana de mediados del siglo XIX gracias a los cronistas, pintores, grabadores, visitantes... que dejaron sus detalladas impresiones —ya sea en forma textual o visual— sobre los diversos elementos de la vida cotidiana en la sociedad cubana colonial, entre ellos: la vestimenta.
En Cuba, la poca tradición artesanal en lo referente a textiles e indumentaria anteriores a la conquista, y la casi total destrucción de la expresión de la cultura material y espiritual de los indígenas, explican la inexistencia de una indumentaria típica que, como en la mayoría de los países latinoamericanos, responda a la evolución del traje precolombino y a su mezcla con elementos de la vestimenta occidental y/o africana.
A pesar de ello, la imagen del cubano comenzó a perfilarse gracias a una «manera» de vestir diferenciada del peninsular, proceso que se inició a principios del siglo XIX y que se definió a mediados del mismo. El estudio de dichas peculiaridades vestimentarias en los diversos sectores de la población colonial cubana, constituye un campo fascinante y poco explorado de investigación.
Considerada como un elemento demasiado cercano a la cotidianidad, la indumentaria es aún asumida como algo superficial al no valorarse con claridad sus verdaderas implicaciones dentro del comportamiento humano, por lo que el fenómeno del vestido ha quedado relegado como objeto de investigación psico-sociológica.
En cuanto a la relación del traje con la cultura de las sociedades, no existe duda de su vínculo. A pesar de su esencia cambiante y temporal, las formas del vestir constituyen parte inseparable de la cultura y se relacionan con varias manifestaciones de las llamadas «artes menores» o aplicadas como la tejeduría y la orfebrería, entre otras.
Pero, sobre todo, el vestido reflejará a través de su frívola apariencia el «síntoma» de la sociedad que lo genera, como suma de la contradicción dialéctica de las individualidades y las generalidades, entre las expresiones del «yo», propias del fenómeno «moda», y las imposiciones de las «normas de la sociedad». Sólo considerando a la moda en el vestir como un complejo fenómeno psico-sociológico estrechamente vinculado a la historia, se podrá profundizar en cualquier estudio sobre el tema.
Abordaremos el traje en una sociedad cuya cultura, una vez definida la esencia de su nacionalidad, es el resultado de un proceso de mestizaje complejo, resultante de la transculturación de grupos humanos diversos que coincidieron en la Isla durante su colonización. Durante ese proceso, se conformó un concepto de nación, un modo de vida, gustos, preferencias... y una indumentaria diferenciada a la impuesta por la metrópoli.
Es nuestro objetivo resumir las formas vestimentarias en Cuba durante el siglo XIX, describiendo no solamente cómo vestían los miembros de la oligarquía criolla, sino también los negros, mestizos y campesinos, así como varios personajes de origen popular que son muy significativos.
DESDE LA PENÍNSULA…
La apenas existencia de referencias tanto escritas como visuales sobre la indumentaria de los pobladores de Cuba durante los siglos iniciales de la colonización, nos impide detallar el atuendo que usaban aquellos primeros funcionarios, colonos y demás habitantes españoles. Sólo cuando los criollos llegaron a componer una clase económicamente fuerte, convirtieron en un reto el tratar de alcanzar un nivel decoroso en su atuendo, a fin de competir con sus homólogos peninsulares.
Este sentimiento de competencia, surgido por el contacto directo de nuestra oligarquía con los habitantes peninsulares de alta jerarquía, propició que —desde el inicio— ambos vistieran de manera muy similar: «El traje usual de los hombres y mujeres en esta ciudad
es el mismo, sin diferencias, que el que se estila y usa en los más celebrados salones de España, de donde se le introducen y comunican inmediatamente con el frecuente tráfico de los castellanos a este puerto».
Los retratos de principios del siglo XIX que nos han legado pintores como Vicente Escobar (1757-1834) y Juan Bautista Vermay (1784-1833), nos presentan a personajes de la sociedad cubana, elegantemente vestidos, con alarde de finos encajes y a tono con la moda europea.
Así, los presentes durante la inauguración de El Templete en 1827 —a quienes Vermay retrató in situ— reflejan tanto a la jerarquía oficial de la metrópoli, como a las familias adineradas de la oligarquía criolla. Hombres y mujeres son representados por el artista con una línea vestimentaria común, reafirmando el señalamiento anterior mente expuesto: que los criollos adinerados competían en elegancia y ostentación con los miembros de las más ilustres familias europeas.
Debido a las diferencias climáticas, los hombres sufrieron la incomodidad y el calor que les proporcionaban las prendas que componían el traje masculino en Europa durante aquellos años.
Hay casos en que las modas europeas son copiadas hasta tal extremo que, a la par que en Francia aparecen los incroyables,2 en La Habana se difunde esa versión del petimetre de finales del siglo XVIII, denominada peyorativamente con un término acuñado en la Península: currutaco.
En los años que van desde fines del siglo XVIII hasta inicios del XIX, en la prensa periódica comienzan a aparecer escritos que se ocupan de las cuestiones del vivir cotidiano
y que constituyen una valiosa fuente de información sobre la vestimenta de la época, ya que «el tema del lujo unido a la “fiebre” de los habaneros por la ostentación y las apariencias y la irónica crítica al mundo de la moda definen las coordenadas principales de este examen de las costumbres habaneras que revela una de las direcciones a través de la cual se manifestó el espíritu crítico en las páginas del periódico».
Escritores como José Agustín Caballero y el poeta soldado Manuel de Zequeira y Arango, miembros activos de la Sociedad Económica de Amigos del País, muestran su inquietud por ese tipo de comportamiento del ciudadano que, arrastrado por un vertiginoso afán de riqueza y opulencia, va corrompiéndose y «abandonando sus virtudes» al engalanar en exceso su imagen.
Mientras que el hombre en esos años —fines del siglo XVIII y principios del XX— soportaba el clima tropical con los altos cuellos rodeados de la chalina, la cual debía elevar hasta las mejillas el cuello de la camisa, así como las solapas de chalecos y chaquetas, la mujer se benefició con la moda imperante, derivada de la llamada «moda a la antigüedad clásica», manifestada durante el período del Directorio francés.
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http://www.opushabana.cu/index.php?option=com_content&view=article&id=1285&catid=36:articulos-casa-de-papel&Itemid=43
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Vídeo sobre quitrines en Cuba en el Siglo XIX: