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La Laguna AhoraEl periódico digital de La Laguna
Por Miguel Leal Cruz
Autor del libro, reciente edición
Canarias-Cuba: Perspectivas cruzadas
La extensa historia de América, en particular la de La Gran Antilla: Cuba, añorada “Perla del Caribe” España, nos proporciona variado tipo de anécdotas como consecuencia de acontecimientos, muchas veces en torno a personajes hispanos revestidos de la más excelsa y poco frecuente simpatía en sus comportamientos; y nos referimos, en este caso, al Gobernador de Santiago de Cuba Don Gil de Correoso, allá por los años finales del siglo XVII. Fue Don Gil un prototipo más de aquellos funcionarios, con máxima autoridad, que la monarquía hispana utilizaba en la nominada “Empresa Española en América”, enviado a Indias (entendida la América hispana), posiblemente con el cargo comprado, norma habitual de la época, y como ingeniero militar para la construcción de fortificaciones en la lucha contra los piratas ingleses, holandeses, franceses, y otros, que desde Jamaica arrebatada a España por los mismos súbditos de la "Pérfida Albión", La Torguga, la costa occidental de la Hispaniola, entre otros enclaves utilizados por estos “delincuentes del mar”, los que efectuaban correrías por las costas de Santiago de Cuba, Trinidad, en el oriente de la Isla, o hacia La Habana y Puerto Príncipe (Camagüey), desde el norte. Por el arte del “bilibirloque”, o sea dedo (y vaya a saberse por qué), se vio nombrado Gobernador de esta región santiaguera, en parte, debido a su carácter campechano, y gracioso; parece que gobernó bien, pero con manga ancha, y, por ello, disfrutaba de popularidad y simpatía. Su trato era jovial y dado a las “rumbas” y, consecuentemente, tenía gran atractivo entre las gentes llamadas del bronce o “mulaterío” con los que disfrutaba “murgas de amanecida” acompañado de esbeltas mulatas, producto del híbrido entre español y africana, que, a decir de un profesor habanero “moreno”, fue lo único bien hecho que hizo España en la isla… Si bien, esto parece un poco expeditivo…. Más de una denuncia llegó a los altos funcionarios de la Audiencia de Santo Domingo, centro administrativo para la región caribeña, contra el “pandillero” Gobernador; pero ya sea porque las cosas de Correoso hicieran reír, ya por que no iban en desprestigio de la Monarquía ni de la Iglesia, aquellos hicieron caso omiso a la vista de la brillante hoja de méritos, y no era cosa de mandar oidores por sus bromas o por la conducta licenciosa que observaba. Pero al fin, tanto va el cántaro a la fuente que ya se sabe, y es que el Gobernador de Santiago hizo una tan sonada que la Audiencia no le quedó otro remedio que tomar cartas en el asunto, y lo “empapelaron”, o “meterle un paquete” como se dice ahora. Y no se crea que Don Gil fue procesado por “desvíos” en los impuestos o por otros gatuperios que se llamaban “chocolates” en la época (lo que se llama corrupción ahora) sino que fue encausado por ¡guasón! y por ser el hombre más bromista de Cuba. Resulta que había fiestas en la Ciudad al parecer por las bodas del rey Carlos II, el Hechizado, último de la dinastía de los Hansburgos, a celebrar en Madrid, y como requería la situación era necesario organizar, en aquellas lejanas posesiones hispanas, una representación teatral (único espectáculo de moda) en su honor. Y así se dispuso en una gran barraca de madera improvisada al efecto, para evitar las frecuentes lluvias, ante un público numeroso y con la asistencia obligada del gobernador Correoso y funcionarios a sus órdenes. Sin embargo, Don Gil, hombre culto (aparte de gracioso), en cuanto comenzó la representación se mostró inquieto, al igual que parte del público asistente, por la mala calidad de la obra que era como para “meter en la cárcel a aquellos artistas dignos de garrote vil”. Y en dicho momento fue afectado por su espíritu bromista llamando a un oficial de confianza que estaba próximo, al que dio una orden en voz baja. El oficial salió rápidamente mientras la “tragedia continuaba en escena” ante el aburrimiento general… De pronto resonó el estampido de un cañonazo al que le siguieron otros, al tiempo que repicaban las campanas de la Catedral santiaguera, mientras unos lanceros hispanos gritaban: “los piratas, los piratas, a las armas”. Los asistentes, negros, blancos, mulatos, chinos e indios, salieron “disparados” desde el interior de la abarrotada e improvisada barraca de madera, que quedó convertida en astillas como consecuencia de la estampida producida, mientras el Gobernador estuvo a punto de sufrir un ataque “apoplético” (sic) por la risa que le invadió, con ésta su última de sus “obras”, broma esta que le costó cara... A los cuarenta días se personó en Santiago el juez Pizarroso para “residenciarlo”, o sea abrirle expediente por tal incidente, y don Gil, condenado, salió con destino forzoso a Baracoa (lugar inhóspito, incluso hoy), con objeto, dice un cronista de esta ciudad, “para hacerle la vida más angustiosa, puesto que como queda dicho, amigo de los placeres y de fiestas mundanas, no era Baracoa el lugar más indicado para proporción arlas”. Más tarde fue reivindicado, que ya es raro en la Administración Española en casos como éste y en una época como aquélla… Y este que escribe, conocedor de cientos de anécdotas con protagonismo de algunas autoridades administrativas, en los últimos años, se pregunta: ¿Qué es lo que habrá que hacer para ser como D. Gil de Correoso….? Es broma. | |