Del Blog de Alvarez Gil
Hubo una época, no lejana en el tiempo, en que los españoles miraban hacia América en general, y hacia Cuba en particular, como un lugar donde podían comenzar una nueva vida, una tierra de acogida, de paz y prosperidad. Por entonces, esos mismos españoles eran vistos con cierto desdén por parte de los europeos que vivían más allá de los Pirineos. Actualmente las cosas han cambiado. Hoy en día España es una nación moderna –sobre todo comparada con Cuba- y los españoles se ufanan de su europeísmo. Pero ¿hasta qué punto son fuertes los vínculos que atan a ese país ibérico con uno u otro lado del Atlántico? Sobre este tema habría mucho que decir y comparar, pero no me creo capaz de comprimir esas ideas hasta el punto de poderlas expresar en esta entrada. Querría, no obstante, hablar de una de ellas, de algo que me preocupa sobremanera cuando leo o escucho ciertos comentarios de españoles sobre los problemas actuales de mi patria.
Cuba fue la tierra en la que cientos de miles de españoles se asentaron y fundaron un país. Allí sembraron la semilla que floreció en muchas de nuestras virtudes, pero que reprodujo también algunos de sus defectos, entre ellos el caudillismo que padecemos hoy en la Isla. Por las venas de casi todos los actuales cubanos –incluso de los de piel más oscura- corre a raudales la sangre de España. Por eso me produce tanto desconcierto el hecho de que haya personas allí que intenten meter a Cuba en el mismo saco de países muy lejanos a los nuestros, tanto en su historia como en su composición étnica o su cultura. Nunca podré comprender por qué motivos se quiere disolver el problema cubano entre los tantos y tantos problemas del mundo. Es decir, lo que ocurre allí es malo, pero no es peor que lo que podría ocurrir en Burundi, Libia o Brunei.
Yo, francamente, siento los problemas de España casi como propios. ¿Es extraño? No lo creo. Los vínculos históricos y sanguíneos que unen a nuestros pueblos imponen también la obligación moral de sentir como suyas las alegrías y tristezas de la otra parte. Eso, al menos, es lo que esperaría un cubano de un español. Con demasiada frecuencia podemos comprobar que no es así. La causa del pueblo cubano no pasa de ser para muchos una mera ficha en el tablero de las ideologías. Y es una pena, porque las ideologías cambian; pero los vínculos de sangre seguirán siendo siempre los mismos.
Publicado por Alvarez Gil