Miguel Leal Cruz
Canarias-España
(Foto campesinos canarios)
A MODO DE INTRODUCCIÓN
La conquista y colonización de ambos archipiélagos, canario y cubano, coinciden parcialmente en el tiempo, al final del primero y comienzo del segundo, en las postrimerías del siglo XV. La consolidación sistemática se llevó a cabo en los siglos XVI y XVII con una base demográfica procedente de la península Ibérica para ambos. Los aborígenes canarios habían sufrido algunas pérdidas en su población durante la conquista, la mayoría deportados como esclavos, al principio, o como guerreros en las otras islas donde pasaron a depender de la nueva administración (también hubo muertes por enfermedades). Si bien, a pesar de todo, está constatado perduraron los dos tercios del total que se integran en la nueva estructura social o contribuyeron, en gran número, a poblar América.
Para Cuba la población existente en 1492 a la llegada de Colón sufrió un fuerte impacto, con extinción de la mayoría por falta de adaptación al choque cultural y a los nuevos virus importados. Sin embargo, los canarios sí superaron aquel encuentro por los continuos contactos anteriores. Por esta circunstancia fue necesaria la importación de población negra africana a Cuba en la que estas islas tampoco fueron ajenas como demandantes, y bases de escala y aprovisionamiento.
En una primera época, los cultivos para la obtención de azúcar[1] fueron los que más se extendieron, a través de plantaciones de caña, junto a los ingenios azucareros[2], puesto que los canarios, con técnica de Madeira, eran auténticos especialistas; cultivaban, además, trigo para Canarias y maíz para Cuba, amen de otros productos de consumo interno en ambos Archipiélagos. En este momento fue pronto necesario establecer otras estrategias agrícolas para abastecer a las flotas que hacían escala en sus viajes a América; así se extendieron los campos de cereales, frutales y, sobre todo, de vid, de la que se obtenía buen vino que acabó convirtiéndose en uno de sus principales productos comerciales hasta bien entrado el siglo XVIII.
Durante los siglos XV y XVI se creaban, en estas islas, la Real Audiencia, el Tribunal de la Inquisición, la sede episcopal y los cabildos insulares que, presididos por un gobernador (elegido por el rey o por el señor correspondiente, según fuera isla señorial o de realengo), regía en la respectiva isla. La colonización de numerosas islas del Caribe en particular Cuba (la Gran Antilla) dio a Canarias el protagonismo privilegiado que tuvo como plataforma obligada, ya desde este momento, y como “puerta” de control necesaria para acceder a las posesiones hispanas recién conquistadas en la amplia América. A lo largo de los dos siglos siguientes, aquel protagonismo fue aún más necesario en la planificación y control administrativo de dichas colonizadas posesiones, al ser el enclave más próximo al poder decisorio español y además base de escala y aprovisionamiento obligado, como queda dicho, para lo que sería un vasto imperio de ultramar hasta las postrimerías del siglo XIX. Cuba, cuya vinculación es la que especialmente nos interesa[3], mantuvo dicha relación más que ninguna otra parte del mundo hispano, por ser otra plataforma al otro lado del Atlántico, y por las constantes migraciones entre ambas cuya influencia se aprecia en numerosas facetas que alcanzan la social y económica, hasta la del arte o literatura sin descartar la relación antropológica y etnográfica.
Las manifestaciones artísticas localizadas en varias poblaciones de Cuba, especialmente en La Habana, llegaron a través del arte regional canario. Es destacable los complicados artesonados mudéjares de influencia isleña, así como las casas típicas cubanas en torno a un patio central con enormes balconadas de madera que recuerdan perfectamente las de la isla de La Palma o las de la ciudad de La Laguna, Garachico, barrio de Vegueta (Gran Canaria), entre otros rincones. Es la clara influencia cultural durante la colonización española consecuencia de la situación geográfica apuntada.
(Foto campesinos cubanos)
Los emigrantes canarios en uso de su peculiar idiosincrasia, contrariamente a la costumbre peninsular, se instalaban en los campos, dedicados a las labores agrícolas en general y especialmente en el tabaco en que llegaron a ser auténticos profesionales. Sin embargo, al campesino isleño no le resultaba fácil la integración en Cuba donde predominaba el sistema económico esclavista, optando por la ocupación, por compra o arriendo, de pequeñas propiedades próximas a los ríos, denominadas vegas, para cuyo cultivo no precisaba excesivo esfuerzo ni aportación de grandes capitales. Constituía la consecuencia de "aquella forma de ser y comportarse el canario".
No es de extrañar, por tanto, la rebeldía innata del isleño (también presente en el cubano), que le conducía siempre a la actuación personal e independiente, quizás por haber sido casi siempre objeto de abuso sistemático, tanto a la salida de sus islas maltratado por el intermediario, como en la llegada y estancia en Cuba. Allí sería víctima igualmente de explotación por los patrones, o por la misma administración española. Por todo esto, era frecuente la deserción de los lugares habituales de trabajo para peninsulares, dedicándose al comercio de baratijas o pequeños artículos, a decir del profesor M. Hernández González de la Universidad de La Laguna, y casi siempre al cultivo de aquellas pequeñas parcelas que adquirían de diversas formas y donde haría uso de su enorme habilidad agrícola y de mayor protagonismo, especialmente en el referido cultivo tabaquero. A estos cosecheros “isleños”, en gran número palmeros, los cubanos han de estarles agradecidos por haber desarrollado el cultivo de esta planta tan importante para la economía de Cuba.
Son rasgos definitorios del papel social desempeñado por estos campesinos emigrantes canarios en la Perla Antillana, puesto que aislado o en colaboración con el dueño de la explotación, normalmente esclavista, el "isleño" canario trabajaba en calidad de hombre libre, identificado profesionalmente con la tierra y sus productos. Régimen de libertad laboral entendida parcialmente, y así lo expresan los autores del tratado La Esclavitud Blanca, para referirse a esta relación laboral, más próxima al régimen de esclavitud que de auténtica actividad libre[4], cuando apuntan: ...la abrumadora superioridad del campesinado blanco, mayoritariamente canarios, dentro de la pequeña propiedad rural y su creciente aumento a lo largo del siglo XIX, es una realidad incuestionable.
Igualmente destacar que el famoso antropólogo Bronislaw Malinowski que prologa el libro del no menos famoso investigador y antropólogo cubano Fernando Ortiz, "Contrapunteo cubano del Tabaco y del Azúcar", cuando afirma que "había conocido y amado a Cuba desde los días de una temprana y larga estancia en las Islas Canarias, dónde comprobó que para los canarios Cuba era la tierra de promisión a la que emigraban los isleños paga ganar dinero y retornar a sus antiguas tierras en las laderas del Pico del Teide o alrededor de la Gran Caldera - referido a La Palma -, o bien para arriesgarse de por vida en Cuba y sólo volver a sus patrias- islas por temporadas de descanso, tatareando canciones cubanas, pavoneándose con sus modales y costumbres criollas, y cantando alabanzas de su Cuba, donde extienden su infinito verdor los cañaverales que dan azúcar y las vegas que producen el tabaco".
Pero en contra, el antropólogo cubano Fernando Ortiz, sorpresivamente ignora a aquellos isleños y su gran aportación a la cultura de Cuba, isleños que tanta importancia tuvieron en el devenir histórico de la economía azucarera de la isla, y sobre todo en la potenciación y desarrollo del cultivo y la elaboración del tabaco que constituye, también, un factor fundamental para la industria en su isla natal a la que debe nombre y prestigio, a los que sólo menciona como "isleños del campo", aspecto este que no comparte el profesor de historia de América, Dr. Hernández González, citado, en encendida crítica académica.
Aquellos canarios, que salvo muy contadas ocasiones relativamente recientes, emigran en contra de la voluntad de los gobernantes de cada momento y época. Se marchan a escondidas rumbo a América, a pesar de todas las medidas impuestas oficialmente para aminorar el seguro despoblamiento de Canarias, como así se constata en los siglos XVII y XVIII; épocas de grandes posibilidades de pérdida territorial de estas islas, azotadas por los muchos enemigos europeos de la Monarquía Hispana. Cuba es la tierra receptora de gran parte de aquellos canarios que contribuyeron a consolidarla como la posesión preferida de España en América.
Como apunta el periodista Federico González Santos, desde Cuba[5], que dice: huellas vivas de la emigración canaria, los isleños en Cuba, mantienen una apuesta diaria por evitar que se desate el lazo común que une las islas de ambas riveras del Atlántico.
Agricultores en su mayoría, los hijos de Canarias ocupan en este su rincón del Caribe desde las sillas políticas de las revoluciones inter-seculares. Donato Leal Ramos, pariente próximo que aparece en fotos que siguen, fue otro prototipo de este emigrante “isleño” en Cuba.
Los isleños compartieron, sin saberlo plenamente, el protagonismo anónimo de una de las páginas más interesantes de la Historia de Canarias, siempre y especialmente en torno a los años que conforman el cambio del siglo XIX a los primeros años del XX, buscando en Cuba aquel bienestar que era negado en su tierra por el injusto entramado caciquil y por ende administrativo imperante, por otra parte instituido como norma habitual de la época en todo el territorio hispano.
Canarios nativos o descendientes desde otras generaciones[6], estos isleños dieron páginas fecundas a la también historia de Cuba, llegando a dar su sangre al horizonte que buscan para una nueva patria. Se les acuñaba, en mayoría, como "guajiros agricultores" honrados, agnegados y pacientes, pero también hubo isleños licenciados, profesores, militares, empresarios, periodistas poetas, gran número de intelectuales en suma.
Capítulo I.- CANARIAS Y CUBA EN SU PREHISTORIA
________________________________________
[1] Los Van de Valle, entre otros grandes cultivadores canarios, se trasladaron a Cuba y otras islas antillanas, en las que usaron las mismas técnicas de sus ingenios canarios. Precisamente, en la comarca del municipio de Ingenio en Gran Canaria, llamado hoy precisamente Ingenio, y en Argual y Tazacorte en la Palma, tuvieron esplendorosos trapiches, con mano de obra africana, de los que aún hoy se conservan vestigios de su antiguo esplendor. N d A.
[2] Viña Brito, Ana. “El azúcar base económica para la consolidación de una elite”, XI CHCA, Las Palmas de Gran Canaria, Tomo I pp. 357.371
[3] Leal Cruz, Miguel.: “Cuba y el Azúcar (siglo XX): La Revolución agraria en la economía estrella. Anotaciones de prensa editada en Canarias", XI CHCA, Tomo I, pp. 390 y s. Las Palmas de Gran Canaria.
[4] De Paz Sánchez, Manuel y Hernández González, Manuel, La Esclavitud blanca. Contribución a la historia del inmigrante canario en América. Siglo XIX. Centro Cultura Popular Canaria, La Laguna, 1993, p.120 y 150 y s.
[5] Periódico Canarias 7, Las Palmas de Gran Canaria, día 9 de abril de 1995, Siete Díaz, p.1,
[6] En nuestros archivos documentales de consulta guardamos una magnífica definición antropológica de nuestros paisanos y su vinculación con la más preciada de las posesiones hispanas en América: Cuba. “Son aspectos definitorios de una época que a la condición insular donde siempre ha estado inmerso el habitante mayoritario de las Islas Canarias ha marcado su carácter y personalidad, por lo que es difícil de interpretar para un observador imparcial también canario pero con visión más amplia, como también le ocurre en cierto modo al cubano bloqueado en su entorno geográfico insular y también limitado. Esta peculiaridad es a veces difícil de entender por los habitantes de los continentes. El autor de tan magnífico panegírico añade que el "isleño" no puede adaptarse demasiado pronto a vivir lejos del mar, ya que su presencia y su uso por siglos y más siglos le tranquiliza en su poco conocido pero misterioso e imprevisible temperamento, pero totalmente distinto al del peninsular español, en el caso de un canario, o al de los territorios de Florida o Texas, en el supuesto de un cubano. Ese enorme brazo de mar que le ha separado siempre de América y muy particularmente de Cuba, es el mismo que percibe en primera instancia, pero cuya presencia y contacto no puede dejar de percibir demasiado tiempo sin que resulte afectada su personalidad peculiar”, según define el conocido psicólogo y estudioso del carácter y temperamento del canario, desde su compleja personalidad, Pedro Hernández y Hernández.
A veces esa relación con el mar puede convertirse en cerco y condena, como analiza la religión "lucumí de la santería cubana": Esa relación con el mar como impedimento al más allá, provoca en muchos isleños una necesidad especial de salir, de traspasar sus límites -es algo común a muchos pueblos a lo largo de su devenir histórico-, de encontrarse con otras vidas, con otros rumbos. Cuando no tiene lugar esta apetencia vital, o que tal ansia no se realiza, puede conducir a la depresión de aquella otra proporción de isleños, aquellos que sí se arriesgaron a través de ese mar, huyendo de otra depresión más insalvable: la ocasionada por el "modus vivendi" que en torno al "cacique" le aherrojaba a una vida de esclavitud física y moral. Su alma se liberaba sólo con oír las excelencias del campo cubano o la grandeza de la ciudad de La Habana, entre otros lugares frecuentados por el “isleño” en la amplia América hispana. Los puertos de Santa Cruz de La Palma, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, se llenaban de viajeros emigrantes, que esperaban embarcar hacia lo que consideraban un lugar de esperanza que enjugara sus miserables vidas, consecuencia de una situación injusta desde siglos, en la que sólo vivían medianamente bien menos de un 10 % de la población canaria. N d A