Del año 1840 data la primera escultura en bronce de la Reina de España, Doña Isabel Cristina de Borbón, representada como la monarca niña que era entonces, y colocada frente al Teatro de Tacón para que desde allí dominara el Paseo de Extramuros (hoy Prado), el cual a partir de entonces se dominaría Alameda de Isabel II.
En 1853 se quiso sustituir la diminuta estatua por otra de imponente mármol, mayor y mas digna de la Reina(quien, desde luego también había crecido), para cuya ejecución fue expresamente contratado un escultor francés: D. Philippe Garbeille.
Cuatro años demoró Garbeille en poder concluir su trabajo, de modo que durante ese tiempo faltó Isabel II de su "trono" en el sitial publico que se le reservara, que no fue otro que la Plazuela de Tacón (frente al teatro del mismo nombre), cuyo plano general fue diseñado por el artista español Victor Patricio de Landaluze. Esa plazoleta permaneció vacía hasta que por fin en soberbia ceremonia celebrada el 19 de Noviembre de 1857 (día del santo de la Reina), quedó inaugurada la segunda estatua conmemorativa que se le dedicaba en Cuba, la cual se mantuvo en pie menos tiempo aun que su antecesora de bronce.
En la madrugada del 16 de enero de 1869, cumpliendo órdenes muy expresas del gobernador y capitan general Francisco Lersundi, Isabel II fue retirada de su pedestal "por haber sido proclamada la revolución en España. (que culminó con la caída de los Borbones) y no ser grata su vista a los españoles de esta Isla.
La estatua fue trasladada nada menos que a la capilla de la cárcel, el lugar donde los condenados a muerte pasaban sus últimas horas en el que, por esos azares del destino, la propia Reina fue la única mujer compañera de cautiverio de los juramentados enemigos de España, que eran muchos y cada vez mas numerosos en aquellos años insurgentes en las que se iniciaba la primera guerra mambisa.
No fue hasta 1875, año en el que se restauró la casa Borbón con la coronación de Alfonso XII, que recobró su libertad y su parterre la estatua de la Reina Madre: y una vez mas fue develada en solemne acto oficial con el que el pueblo de La Habana "celebraba (ahora de nuevo) jubiloso la proclamación de la Monarquía".
Pero no alcanzó a ver desde su trono los festejos del fín del siglo. El 12 de Marzo de 1899, por disposición del municipio de la capital, la estatua de la Reina fue definitivamente retirada de su asiento en el corazón del Prado.
Los periódicos de la época ofrecen versiones bien contradictorias en torno a los tintes emotivos del acontecimiento. El periódico "La Lucha", en su versión del propio dia 12, señala: "La bajada de Isabel II atrajo al Central Park ayer, la misma concurrencia que antes iba por la mañana a ver la parada, y que hoy hace lo mismo con las evoluciones de los soldados americanos, y se entusiasma con los remolinos que imprime el Músico mayor con su enorme porra… y no pasó nada mas, ni se entusiasmó nadie, ni se emocionó ninguno de los espectadores…Y cuando funcionó el aparato, y sufrió la debida tensión el grueso del calabrote, cayó la reina destronada, en medio de la mayor indiferencia".
"La Discusión" sin embargo, en una crónica fechada el día siguiente relata:
"Después de grandes trabajos que se hicieron durante todo el día de ayer y cerca de las cinco de la tarde, descendió para siempre la estatua de Isabel II que durante muchos años estuvo colocada en nuestro Parque Central. El numeroso público que presenciaba el acto prorrumpió en aplausos y en gritos de ¡Viva Cuba Libre! Un gran número de trabajadores, casi todos españoles eran los que tiraban de las cuerdas para hacerla descender. Hacemos constar, como un simple detalle que durante el acto se presentó un peninsular, y arrodillándose delante de la estatua, la miró y después se echó a llorar"
Pero amén de los aplausos o del silencio, de las lágrimas o de la indiferencia que cubanos y españoles hayan podido o no manifestar, hay un hecho irrevocablemente cierto y revelador del espíritu caballeresco de la sociedad habanera del siglo XIX: una y otra vez la estatua fue bajada cortésmente, sin reverencias ni excesos, dispensándosele el trato digno y el respeto que merece una dama -o una imagen de mármol- aunque esta fuera la reina de España y representara en un momento dado la ortodoxia de la Monarquía.
Biografía de la Revista Opus Habana No. 3 del 2000
Parte de un escrito de María de los Angeles Pereira.
Biografía de la Revista Opus Habana No. 3 del 2000
Parte de un escrito de María de los Angeles Pereira.