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2. LA ESPAÑA DE LA RESTAURACIÓN (1898-1931)
Continuación:
En medio de la crisis, Alfonso XIII no dudó en utilizar su poder para quitar o poner Gobiernos, o para entrometerse en la vida política del día a día mucho más allá de lo que hubiera pensado Cánovas cuando ideó la Constitución de 1876. Durante su reinado se hizo popular la expresión "crisis orientales" para definir los continuos cambios de Gobierno auspiciados desde el Palacio de Oriente, la morada oficial del Rey.
Sirva como dato demostrativo de la inestabilidad política y social el que entre 1908 y 1923 las garantías constitucionales se suspendieran hasta veintitrés veces, sobre todo las libertades de reunión, prensa y asociación.
Ante la crisis del sistema, las fuerzas marginales se reorganizaron. Surgió un nuevo republicanismo, de tinte reformista y anticlerical, y que recogió importantes apoyos entre la pequeña burguesía urbana y los intelectuales. Espoleados por su oposición a Maura, en 1910 los republicanos se presentan a las elecciones en coalición con el Partido Socialista (la llamada Conjunción Republicano-Socialista), y obtendrán un importante éxito electoral, con 37 escaños.
En crisis el republicanismo histórico, hubo dos tendencias nuevas dentro de los republicanos. Dos corrientes además no muy bien avenidas, lo que restó fuerza al movimiento en su conjunto:
- La radical de Alejandro Lerroux o Vicente Blasco Ibáñez, anticlerical, populista, en sus orígenes izquierdista, pretendía convertirse en partido de masa, lo que no consiguió. El Partido Republicano Radical de Lerroux alcanzó una enorme fuerza en la ciudad de Barcelona.
- La reformista de Melquíades Álvarez, que ponía mayor énfasis en la educación del pueblo. Se trataba de un partido minoritario, más a la derecha que el radicalismo, y que en algún momento accedió a pactar con los liberales. Eran profundamente europeístas y apoyaron la participación de España junto a los aliados en la Guerra Mundial.
Pero la principal oposición al sistema la protagonizaron las fuerzas nacionalistas y obreristas.
1 . Los nacionalismos
Las nacionalistas son formaciones excluidas tácitamente del "turno pacífico", aunque sí sean legales y gocen de libertad de reunión. Débiles en un principio, con el paso de los años los nacionalismos resultarán potencialmente temibles para la estabilidad del régimen, en particular el regionalismo catalán; las bases sociales del catalanismo procedían de la burguesía industrial más pujante y reclamaban un poder político acorde con su fuerza económica. No conseguir integrar a las burguesías periféricas será uno de los grandes errores del canovismo, que paradójicamente se jactaba de defender los intereses de los propietarios.
Entre 1902 y 1923 hubo en España un notable avance de los partidos políticos nacionalistas, especialmente en Cataluña y en el País Vasco. Las fechas no son casuales. El fracaso de la "conciencia española" que siguió al Desastre de 1898, que se tradujo en una cierta vergüenza de ser español, fue el mejor vivero del que se alimentaron estos partidos vascos y catalanes.
En Cataluña habían empezado a proliferar desde 1876 una enorme cantidad de escritos de tendencia regionalista en el que se defendía la nacionalidad catalana. Fueron los herederos de la Renaixença o movimiento cultural favorable a la recuperación de la lengua catalana, oficialmente marginada durante los siglos XVIII y XIX. El primer diario escrito en catalán apareció en 1877 bajo la dirección de Valentí Almirall. Poco a poco las exigencias de reformas tomaron un cariz político, y ya en 1890 personalidades como Enric Prat de la Riba hablaban de "patria catalana". Estos intelectuales tuvieron un gran predicamento entre la burguesía catalana, que se sentía marginada por Madrid, aunque todavía tardarían algunos años en articularse políticamente.
En 1892 un grupo de intelectuales y políticos catalanistas firmaron las Bases de Manresa, en las que se reclamaba el traspaso a Cataluña de amplias competencias políticas y económicas. En 1901 se fundaría la Lliga Regionalista, un partido laico, moderado y monárquico fundado por Francesc Cambó y Prat de la Riba, y que tendría un enorme protagonismo durante las primeras décadas del siglo XX. De hecho, la Lliga se impuso claramente en las elecciones municipales de ese mismo 1901 y sería durante muchos años el partido mayoritario en Cataluña.
El programa de la Lliga, sin embargo, iba más allá de lo estrictamente catalán. Su lema era "una Cataluña libre en una España grande", en la idea de que las burguesías periféricas estaban mejor capacitadas que las madrileñas para dirigir España. Reivindicaba para el conjunto de España la revisión del sistema fiscal y la reforma de la administración local, así como la enseñanza de la lengua catalana en las escuelas. La Lliga era sin lugar a dudas el gran partido de la burguesía catalana.
Pese a todo, la Lliga accedió en 1906 a entrar en una coalición de partidos republicanos y catalanistas de izquierdas, la llamada Solidaritat Catalana, que en las elecciones de 1907 consiguió 41 de los 44 escaños de las provincias catalanas. Desde ese momento, Cataluña actuaría al margen del sistema canoísta.
Cambó en algún otro momento pretendió desafiar al régimen, como cuando convocó en 1917 una Asamblea de Parlamentarios paralela a las Cortes Generales, con el loable propósito de que el cuerpo legislativo representara la voluntad nacional de una vez por todas, y no los intereses de los caciques. Cambó, aliado en aquella ocasión con la izquierda liberal y republicana, llegó a exigir una nueva Constitución que pusiera fin a la corruptela del régimen. Los historiadores más malévolos subrayan que la verdadera razón del enfado de Cambó fue la imposición, por parte del Gobierno central, de una tasa sobre los beneficios extraordinarios que habían enriquecido a la burguesía española durante la Guerra Mundial, en su inmensa mayoría empresarios catalanes simpatizantes de la Lliga.
Pero en líneas generales el líder catalán colaboró con los partidos dinásticos y accedió incluso a entrar en el Gobierno cuando Alfonso XIII se lo pidió. Era dar una de cal y otra de arena. Y la estrategia dio sus frutos: en 1914 se creó la Mancomunidad de Cataluña, un organismo semi–autónomo con competencias en política económica y fiscal, formado por la unión de las cuatro diputaciones catalanas. Su primer presidente fue Prat de la Riba.
Como alternativa izquierdista a la Lliga, el nacionalismo radical y democrático hará acto de aparición en los años veinte, cuando la demanda de una verdadera autonomía se generaliza. Se fundan partidos como la Federación Democrática Nacionalista, Acció Catalana, Estat Catalá y agrupando a todos, en 1931 aparece la Esquerra Republicana de Catalunya.
En el País Vasco el nacionalismo fue más radical que en Cataluña. Sabino Arana, fundador en 1894 del Partido Nacionalismo Vasco (PNV) reclamaba la devolución de los fueros vascos, suprimidos en 1876. En virtud de esos antiguos fueros, las provincias vascas y Navarra no pagaban algunos impuestos y sus habitantes estaban exentos del servicio militar. Arana en algún momento de su juventud llegó a proponer la independencia del País Vasco, porque según sus palabras, "Euskadi no puede ser dependiente de España a los ojos de Dios". Su proyecto era entonces el de un Estado independiente y teocrático al servicio de la Iglesia Católica.
Estaríamos hablando por tanto de un nacionalismo profundamente católico y conservador (su lema era "Dios y fueros"), que mitifica el caserío y la vida rural, la supuesta raza vasca y que odia el capitalismo y el mundo moderno. Como la España liberal se habría contaminado de modernidad, Arana será lógicamente antiespañol.
Pese a todo, Arana tuvo la habilidad de evolucionar desde las posiciones intransigentes del racismo vasco hacia otras más moderadas y pragmáticas, gracias en parte a la influencia que sobre él tuvieron algunos industriales, como Ramón de la Sota. Poco antes de morir, Arana fundaba la Liga de los Vascos Españolistas, lo que suponía abrazar las posiciones autonomistas que hasta entonces había rechazado en nombre del independentismo.
Desde casi el principio convivieron dos bloques dentro del PNV, uno moderado, otro radical, aunque generalmente se impusieron los primeros, pragmáticos. Con ese programa moderado, el PNV lograría un importante avance en las elecciones de 1918, con siete diputados sobre veinte. Aún así, el nacionalismo vasco durante este período sólo será realmente influyente en Vizcaya.
Conviene subrayar las diferencias entre el nacionalismo vasco y el catalán:
· El catalán tiene un discurso autonomista y quiere participar en el Gobierno central, mientras que el vasco es independentista, antiespañol y en cierta medida “autista” al que no querer participar en las decisiones que se toman desde Madrid.
· La Lliga de alguna forma es creación de una nueva clase social, la burguesía industrial catalana, mientras que el nacionalismo vasco nace de una persona, Sabino Arana. La burguesía industrial e financiera vasca se sentía identificada con Madrid por la compenetración histórica entre ambas capitalizaciones, similitudes que también pueden encontrarse en el modelo de periodismo o en el estilo de vida. En cambio, los lazos de unión entre las burguesías madrileñas y catalanas son en esos momentos prácticamente inexistentes.
· El canovismo hizo una concesión histórica al País Vasco que no hizo a Cataluña: serán los conciertos económicos de Vizcaya y Guipúzcoa, que sin llegar a los extremos de los viejos fueros, implicaban una cuasiautonomía fiscal. Las provincias vascas tenían plena potestad para recaudar impuestos, y a cambio éstas pagaban al Gobierno central una tasa fijada o "cupo vasco”.
Por último, en Galicia el nacionalismo (o más bien "galleguismo") tuvo una honda raíz cultural y lingüística, y no se articuló políticamente hasta la II República. De hecho, el mayor hito del galleguismo fue la Solidaridad Gallega, una asociación de intelectuales, pero no un partido político. El Partido Nazionalista Galego, fundado en 1919, apenas tendrá incidencia en la vida de la región.
2. El movimiento obrero
Con el crecimiento del sector industrial se multiplica en España la clase obrera. Algunos ejemplos: entre 1910 y 1918 el número de mineros pasa de 90.000 a 133.000, el de metalúrgicos, de 61 a 200.000, el de textiles de 125 a 213.000, y el de obreros de los transportes, de 155 a 212.000.
Continuará.
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Bibliografía: