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Esta figura popular, vivía en un ambiente exclusivo y extravagante en la antigua Habana Colonial
Los negros curros es el título de una de las obras del sabio cubano Don Fernando Ortiz,publicada en la ciudad de La Habana. Pero muchos se dirán, ¿quiénes eran aquellos negros curros que a principios del siglo XIX, se pavoneaban libres por las calles de La Habana, con una indumentaria estrafalaria, su jerga, en un alarde de mala vida, delincuencia y marginalidad?
Los famosos negros curros tuvieron una existencia muy notoria debido a sus fechorías, a su modo de andar, de vestir, en fin, por su fama de buscavidas y bravucones.
Llevaban largas trenzas sobre su frente y hombros generalmente, vestían pantalones de campana estrechos hacia abajo y camisa muy ancha, en especial en las mangas; un colorido pañuelo de algodón en ángulo en la espalda y atado por delante sobre el pecho.
Apenas cubrían sus pies con unas zapatillas, chancletas o unas sandalias, y en sus orejas pendían argollas de oro. Llevaban siempre un sombrero de paja, varias cadenas, brazaletes, y los dedos de las manos llenos de sortijas de oro.
Bajo la manga de la camisa cargaban siempre el afilado puñal para cualquier circunstancia. Estos negros caminaban contoneándose y meneando los brazos hacia delante y hacia atrás; afectados al hablar y su vocabulario recordaba a los hampones sevillanos.
Los negros curros eran hombres libres en su totalidad y se dice que no tenían oficio ni beneficio, que eran pendencieros y que muchos vivían del hurto, el robo, la matonería y el proxenetismo.
La población los vinculaba al hampa habanera, a los arrabales de la ciudad y pueblos suburbanos de barrios orilleros del litoral de la bahía, donde abundaban los manglares, de ahí el nombre del lugar y donde se aglomeraba la pesadilla de los habitantes de la villa de San Cristóbal de La Habana.
Esta figura popular, vivía en un ambiente exclusivo y extravagante. Al curro se le podía ver corriendo y gritando por la calles, casi siempre en un malediciente alarde de su yo.
Decían ellos que eran carpinteros, aguadores, artesanos, pero lo cierto es que pasaban gran parte de su tiempo de tienda en tienda, en la casa de la comadre o del compadre bebiendo vino, o de aquí para allá, conversando con el zapatero de la esquina, echando piropos a la tabaquera o a la dulcera del frente, mientras que la curra generalmente trabajaba duro para mantener a los dos.
La diversión favorita de estos personajes fueron los toros. Eran muy propensos a las riñas callejeras. En una riña, un curro podía recibir una herida cuya cicatriz fuese desde el cuello hasta la mandíbula inferior. Y ahí este curro se ganaba su etiqueta de varonil, su aval de guapo, como se decía.
Si en la casa de la curra sonaba una guitarra o un tambor y se cantaba al compás de una sambumbia, el curro era el centro del festín con la jarra de vino en mano y haciendo sus pasillos en el baile.
También resultaba muy fácil encontrarlos encerrados tras la reja por haber sido pescados en el teatro de sus grandes hazañas, de sus fechorías. Así eran los curros.
Nuestro pueblo rescata ese personaje de la singular historia de la sociedad habanera como parte del folclor, para recrearlo en el carnaval de la ciudad, formando parte de las comparsas tradicionales.
Músicos, pintores, literatos e investigadores han reflejado la vida de los negros curros en sus obras.
1 comentario:
que interesante la historia de estos negros jajaja, se las traian, un apena que se ampuche tanta historia
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