Hoy mi comentario va dirigido a los autonomistas cubanos del siglo XIX. Pienso que todos obviamos una parte importante de la historia de Cuba y que es el triunfo de estos ante las cortes de España. Para esto voy a pedir prestada, información de la Dra. Alonso Romero y de su estudio minucioso sobre la historia de la ultima etapa de España en Cuba.
Siempre que hablamos de Cuba antes de la Guerra Hispano-americana, nos referimos a la Cuba colonial y mencionamos los horrores que hicieron algunos gobernates españoles, y fue verdad, pero casi nunca mencionamos que en 1821 nos convertimos en una semi-provincia de ultramar donde Félix Varela fue el primer representante ante las cortes de España y que ese era el comienzo del gran triunfo. Después nos convertimos en 6 provincias de ultramar en 1837 pero con unas “leyes especiales. Éramos españoles de segunda clase pues las mismas leyes que regían la península e islas cercanas de Europa no eran las que nos regían a nosotros que no teníamos derecho al voto, etc. Pero tampoco éramos ya colonia, sino provincias de ultramar con “leyes especiales”.
Por lo tanto no debemos decir que éramos colonia pues estamos siendo “ignorantes”. Los cubanos eran españoles de nacimiento.
La situación bélica, pues, continuaba imponiendo sus exigencias, de ahí que la autonomía comenzara a apreciarse como un mal menor frente al miedo a perder Cuba y a la amenaza de intervención de los Estados Unidos en la contienda. En esta situación extremadamente tensa el nuevo Ejecutivo de Sagasta dicta los Decretos de 25 de noviembre de 1897, que configurarían el marco jurídico necesario para implantar el régimen autonómico en las Antillas.
En virtud de estas normas (cuatro Decretos dictados por la Presidencia del Gobierno español en la citada fecha), se establecía la total equiparación de derechos y garantías constitucionales entre insulares y peninsulares; se hacía extensiva a Cuba y Puerto Rico la Ley Electoral de 26 de junio de 1890 promulgada para el territorio peninsular (aunque adaptada a las condiciones de las Antillas), concediéndose en consecuencia el derecho de sufragio universal masculino; se articulaban los presupuestos, principios inspiradores y objetivos que determinarían el régimen autonómico insular, así como la estructura (órganos y funciones) de la nueva planta autonómica, elementos todos minuciosamente estudiados por la profesora Alonso Romero (Págs. 110-130). En definitiva, Sagasta no había hecho más que juridificar y desarrollar el programa político propugnado dos décadas atrás por los autonomistas cubanos, para regocijo de estos.
Ese triunfo de los autonomistas cubanos es omitido por los cubanos cada vez que hablamos de nuestra historia. Quizás porque hay un grupo de personas que lo hacen a propósito o de que los historiadores de la época escribieron una historia parcializada para no ofender a los norteamericanos, ni a los mambises y de eso no se habla. Es mejor hablar de independencia. Pero la verdad esta ahí.
En el tercer y último capítulo la profesora salmantina estudia la praxis del régimen autonómico en Cuba, que acertadamente califica de “historia corta” (Págs. 139 y ss.). Aquí analiza detenidamente el tránsito del Gobierno provisional a la constitución del Gobierno y el Parlamento autonómicos definitivos, en el lapso que transcurre entre el 1 de enero y el 18 de mayo de 1898 (Págs. 139-166). En este contexto finisecular es nombrado presidente del Gobierno provisional el que fuera líder del PLA (Partido Liberar Autónomo) desde su fundación: José María Gálvez, que tenía a la sazón más de sesenta y cinco años y una salud muy quebrantada, y como miembros de su gabinete los también autonomistas Antonio Govín, Rafael Montoro y Francisco Zayas, y los reformistas Laureano Rodríguez y Eduardo Dolz, de manera que los integristas del PUC (Partido Ultra Conservador) quedaban totalmente excluidos.
Ciertamente no podía ser más adverso el panorama con el que este Gobierno autonómico comenzaba su andadura: un país sumido en la guerra y una población en situación límite, a lo que había que añadir el evidente afán intervencionista de los Estados Unidos. Estaban servidas desde un inicio, pues, las condiciones necesarias para su pronta desestabilización.
No tardaría en saltar la chispa que encendería la mecha para el estallido de la guerra con los Estados Unidos: la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana el 15 de febrero de 1898. A partir de aquí la suerte estaba echada para el neonato Gobierno autonómico insular, y también para la soberanía española en Cuba.
El 25 de abril del mismo año el Congreso norteamericano declaraba formalmente la guerra a España. El conflicto marcaría, así, el escenario en el que se desarrollaría la breve historia del régimen autonómico en la Gran Antilla, pero aún en tan adversas circunstancias se celebraron las elecciones al Parlamento insular a finales del mes de abril, y ya el 4 de mayo tenía lugar la sesión de apertura de dicho Parlamento (Págs. 160-163). El 18 de mayo se constituía el Gobierno autonómico definitivo, nuevamente presidido por José María Gálvez e integrado por las mismas personas que hasta el momento habían ocupado las Secretarías del Despacho con carácter provisional.
El 1 de enero de 1899 se arriaba la bandera española en el Castillo del Morro de La Habana y se izaba la norteamericana, símbolo del cese de la soberanía española en Cuba. De poco había servido, pues, la táctica descentralizadora como solución in extremis a la guerra.
En mi opinión personal, Cuba se merecía probar como nos iba, siendo territorio español con los mismos derechos que los peninsulares, o sea españoles de primera clase y que era el triunfo y deseo de la mayoría del pueblo cubano. Si eso no nos funcionaba, era nuestro deber continuar la lucha, pero considero que fue ilegal la guerra de EU contra territorio español para supuestamente “liberar a Cuba” en los momentos en el que ya los cubanos habíamos ganado lo que quería la mayoría del pueblo. Esa decisión era solo nuestra.
Aunque se quiera comparar a Cuba con los demás países de Latinoamérica, hay que aclarar que era una situación distinta. España llego a un lugar de muy poca población, mucha de ella mutante pues la isla era peligrosa en tiempo de ciclones. Su población indígena desapareció por diferentes motivos que todos conocemos. España creo un país de la nada. Los negros fueron llevados allí como esclavos, cosa que condeno, pero tampoco eran nativos y llegaron a territorio español. Los chinos llegaron con contrato de trabajo y REPATRIACION. Nos talaron muchos de nuestros bosques y se llevaron su madera preciosa, pero Cuba era como un gran bosque y necesitábamos que se talaran para construir caminos, pueblos, ciudades, áreas para sembrar y cosechar, etc.
Fue más lo que nos trajeron que lo que se llevaron. Cuba sin idioma español, sin café, sin azúcar, sin ganado, sin caballos, sin arados, sin esa construcción tan bonita, sin nuestras costumbres, etc. no fuera nada. Si tenemos en cuenta que la mayoría de los cultivos y animales de consumo son introducidos, no tendríamos congri o potajes, ni tostones, puerco asado o tamales, no habría cascos de guayaba con queso, no tendríamos café y solo nos quedaría la yuca hervida, pero sin mojo y el tabaco para después.
En efecto, la caña de azúcar, el flamboyán, el mango, el plátano, los cafetales, el maíz y quizás la palma real, no son oriundas de Cuba. Ni la Mariposa, flor nacional es oriunda de Cuba.
Mucha de la información que puesto aquí la obtuve del escrito del Sr. Antonio-Filiu Franco Pérez, titulado “CUBA Y EL ORDEN JURÍDICO ESPAÑOL DEL SIGLO XIX: LA DESCENTRALIZACIÓN COLONIAL COMO ESTRATEGIA Y TÁCTICA JURADICÓ-POLÍTICA (1837-1898) http://hc.rediris.es/05/Numero05.html?id=16
A propósito del libro de Mª Paz ALONSO ROMERO, Cuba en la España liberal (1837-1898). Génesis y desarrollo del régimen autonómico, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2002, 223 págs