Para un español de estos tiempos resulta asombroso que haya extranjeros con deseos de pertenecer a España, porque lo habitual es lo contrario; el pan de cada día es tener que convivir con la matraca nacionalista, como si pertenecer a una de las más viejas naciones de Europa fuera un baldón o una tara genética. Pero el caso es que el 40% de los portugueses ve con buenos ojos una hipotética unión con sus vecinos de raya. E incluso ha surgido un grupo de cubanos que propugna el utópico regreso de Cuba a la Corona y la España de las autonomías, con la ventaja añadida de que también ingresaría en Europa. Los promotores caribeños tienen mucha fe en que la iniciativa cale entre la población de la isla y reciba un fuerte impulso cuando se publicite que en España el subsidio mensual aprobado en el Consejo de Ministros hace unas semanas equivale a lo que un maestro cubano gana en seis meses. Con todo, y aun resultando muy grata la utopía cubana, resulta más sugerente la hipótesis portuguesa. El porcentaje de los hispanófilos en el país vecino es no sólo altísimo: resulta casi abrumador si se compara, por ejemplo, con el de catalanes que aprobaron el nuevo Estatut (sólo el 36% del censo) o el de vascos que quieren la independencia (24%, según el último Euskobarómetro). Es decir, hay más portugueses dispuestos a compartir su destino con los españoles que la suma de separatistas vascos y catalanes. Ante lo cual a más de uno le puede asaltar la tentación de pedir un canje, un intercambio, pero entonces esto ya no sería lo que unos llaman España y otros «país», entidad atormentada a la que es consustancial la existencia de minorías disgregadoras, del mismo modo que en toda familia grande siempre hay algún pariente con ganas de liarla. Dejemos, por tanto, las cosas como están y, aunque es cierto que Portugal y Cuba pertenecieron en su tiempo a la Corona, a ambos países sólo nos une la nostalgia y, si ahora nos quitaran de golpe la pesadumbre del 98, España no sería la misma y podría morir del susto. O del gusto. Y ya no podríamos consolarnos de nuestros fracasos diciendo que «más se perdió en Cuba».
Articulo publicado por LA RAZON.es