Crée usted de que Cuba estaría mejor como:

jueves, 14 de abril de 2011

Sobre Valeriano Weyler. Otra interpretación


Valeriano Weyler y Nicolau (Palma de Mallorca 1838-Madrid 1930):

 Marqués de Tenerife y duque de Rubí. Capitán de estado mayor (1861). estuvo en Cuba en 1863 y en la campaña de Santo Domingo ganó la laureada de San Fernando (1863). De nuevo marchó a Cuba al mando de un escuadrón de voluntarios (1868). Regresó a España al proclamarse la primera república y luchando contra los carlistas, venció a Santés (dic.1863). En un principio se mostró reacio a la Restauración, pero ascendió a teniente general y fue capitán general de Canarias (1878-1883) y de Filipinas (1888-1893); aquí apoyó a las órdenes religiosas e intentó una política de total asimilación. Marchó a Barcelona para reprimir el terrorismo (dic.1893).

Tácticas extremas de guerra en Cuba:

 Fracasada la política de reconciliación de Martínez Campos, Cánovas le eligió para someter la insurrección (1896). Empleó una táctica de guerra total: organizó campos de concentración para los campesinos, destruyó los edificios que pudieran servir de refugio a los sublevados, prohibió la zafra, etc. Los norteamericanos le dieron entonces los calificativos de "carnicero" y "tigre de Manigua". Sobre el general Weyler se tejió una leyenda negra que ha llegado a nuestros días. Fue un militar íntegro que enviaron a Cuba a su pesar, para que ganara la guerra. Si dura fue su actuación, más dura fue la de los insurrectos. Relata el propio Weyler un suceso de 1870. Enterado el mando español de que dos compañías habían sido aniquiladas a machetazos por los insurrectos, le ordenaron acudir al lugar de los hechos:
    "Pude recoger todavía algunos soldados con vida. Entre aquel montón de sangrientos despojos humanos, un cadáver, en actitud de parar con el brazo un machetazo en la cabeza, tenía el corte en la frente, y la mano segada; el gesto de terror impreso en su rostro era tan intenso que no se ha borrado nunca de mi memoria".
 Sus procedimientos guerreros, concentración de poblaciones en lugares determinados, las trochas y otras innovaciones , las llevaron exactamente igual a cabo los norteamericanos en su guerra de Secesión, en la I Guerra Mundial, en Corea y en Vietnam. Entre 1896 y 1897 cayó sobre Weyler la primera campaña periodística de la historia; una obra maestra de William Hearst, el inventor de la prensa amarilla y de la calumnia rentable. Pese a haber alcanzado algunos éxitos militares, su política cerró el paso a la negociación y facilitó la intervención de EEUU. Muerto Cánovas, Sagasta le destituyó (oct.1897).

 Desempeñó después el cargo de ministro de Guerra (1901-1905, 1907), y, de nuevo capitán general de Cataluña, dirigió los sucesos de la Semana trágica de 1909. Publicó entonces Mi mando en Cuba (5 vols., 1910-1911). En 1910 ascendió a capitán general y en 1920 fue nombrado duque de Rubí y grande de España. Se opuso al golpe de estado de Primo de Rivera y hubo de dimitir de la jefatura del estado mayor (1925). Intervino en la "sanjuanada" (1927) y en 1930, presionó al rey para que destituyese al dictador.

William Randolph HearstInterpretaciones históricas enfrentadas:

 Weyler ha sido injustamente tratado y preterido por alguna crítica histórica a lo que no fue ajena la prensa amarilla norteamericana de la época. A Weyler hay que juzgarlo sólo como militar y, por lo tanto, no se le pueden imputar los errores cometidos por los dirigentes políticos de la Restauración. Weyler perteneció al ejército desde 1853 hasta 1930 y jamás se sublevó contra los gobiernos legalmente constituidos, a pesar de haber sido cortejado y tentado por conservadores, liberales, republicanos y carlistas. Como oficial formado políticamente durante el sexenio revolucionario, se opuso a la sublevación de Martínez Campos y marchó sobre Sagunto con su división para reducirlo. Y cuando el Gobierno le preguntó si mantenía su lealtad, respondió con un rotundo "¡por supuesto!", lo mismo que respondió cuando, medio siglo después, se opuso al golpe de Primo de Rivera, al que criticó, igual que al Rey, por haber faltado a sus deberes constitucionales. Siempre que se le intentaba seducir políticamente, contestaba lo mismo:"¡Los militares, a los cuarteles!”.

 Weyler fue, pues, ante todo, un militar de los pies a la cabeza, de ejemplar trayectoria liberal y democrática. Como buen conocedor de la realidad de Cuba, era consciente de que su independencia era inevitable, por lo que, al igual que hiciera el general Polavieja al comienzo de la década de 1890, abogaba por una solución reformista que permitiera conceder la autonomía a la isla sin perjuicio para los intereses y el prestigio de España. Creía que los cubanos tenían derecho a las reformas políticas prometidas en la paz de Zanjón y que la proximidad de los mercados norteamericanos imponía la libertad para comerciar, mientras que los sucesivos gobiernos españoles habían estado atentos a los negocios en Cuba y jamás a las necesidades y derechos de los cubanos. Por eso, no deseaba ir a Cuba cuando el 18 de enero de 1896 Cánovas decide su nombramiento como capitán general de la isla. Sin embargo, era un soldado y, si le enviaban a una guerra, su deber era ganarla. A principios de 1896 los patriotas cubanos tenían la guerra militarmente ganada. Desde que Weyler llegó, el escenario de la guerra cambió radicalmente y al comienzo de 1897, las fuerzas coloniales habían recuperado el control del centro y occidente de la isla. A Weyler se le ha censurado severamente la táctica contraguerrillera de la reconcentración forzosa de los guajiros. En toda guerra se comenten excesos y esta decisión puede tener aspectos reprobables. Pero no se puede emitir un juicio imparcial sobre este hecho si no se tienen en cuenta los cánones de aquella guerra: el desconocimiento del terreno, las epidemias, el clima caluroso y húmedo y la táctica de guerrillas viperina que practicaban los rebeldes cubanos. El joven Winston Churchill, que sirvió como voluntario bajo el mando del general Suárez Valdés, se quejaba de aquella exraña guerra, fantasmal, contra un enemigo invisible que "no daba la cara”.

 Además, se enfrentaba con un enemigo potencial más poderoso que los mambises: la política que impulsaba el imperialismo estadounidense, cuya prensa le cubrió de insultos influyendo en la opinión internacional y en la misma prensa española. Los cubanos no tienen legitimidad moral para reprochar a Weyler la acción de la reconcentración ordenada en octubre de 1897, como lo ha hecho recientemente Raúl Castro, pues dicha táctica ya la habían practicado antes Antonio Maceo y su ejército de Invasión cuando devastaron Pinar del Río, impidieron la vida en el campo y gran parte de los campesios tuvieron que refugiarse en los pueblos y ciudades dónde estaban los españoles y la comida. Más cínica e hipócrita fue la crítica que sufrió de los americanos y su Gobierno, cuyo subsecretario de Guerra cursaba, dos meses después, el 24 de diciembre de 1897, al teniente general del Ejército norteamericano N.S.Miles, jefe de las fuerzas destinadas a llevar a cabo por la vía de hecho la intervención en Cuba, la siguiente comunicación que se comenta por sí sola:
    "...Habrá que destruir cuanto alcancen nuestros cañones y extremar el bloqueo con el hierro y el fuego para que el hambre y la peste, su constante compañera, diezmen su población pacífica y mermen su ejército, que debe sufrir el peso de la guerra entre dos fuegos...".
Sagasta El cese de Weyler por el gobierno de Sagasta dio paso en abril de 1898 a la intervención americana y a la ocupación de Cuba, que en cierto modo todavía permanece con el actual bloqueo propiciado por la Ley Helms Burton. Ello muestra el error tanto de Máximo Gómez, cuando decía "que no veía peligro de que Estados Unidos destruyera la nación cubana", como de José Martí, cuando creía poder impedir la expansión territorial estadounidense en América Latina. Paradójicamente, fueron los propios norteamericanos los que más tarde aplicarían sin contemplaciones los métodos de lucha contraguerrillera de Weyler. Conviene recordar a las jóvenes generaciones de canarios que en febrero de 1878 Weyler fue nombrado a los cuarenta años capitán general de Canarias, donde realizó una labor sin precedentes:
  • En el ámbito militar impulsó las mejoras de las fortificaciones, el rancho de los soldados, la instrucción y el estado de los cuarteles y la construcción del edificio de la Capitanía General en Tenerife; amplió el fuerte de Almeyda, levantó el Hospital Militar, promovió la construcción del Gobierno Militar de Las Palmas, reformó el cuartel de San Francisco, logró algunas piezas modernas de artillería, y sustituyó los inútiles fusiles de las milicias provinciales.

  • En el ámbito político, impulsó la ampliación de los puertos de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, activó diversas obras públicas, ayudó a los ayuntamientos en el trazado y apertura de nuevas calles y avenidas, creó un cuerpo de bomberos y ayudó al establecimiento de varias líneas interinsulares. Iustrado y reformador, los canarios encotraron el él un valedor ante Madrid, de quien reclamaba constantemente mejoras que paliaran nuestro secular abandono, labor que continuó cuando en 1885 fue elegido senador por Tenerife.
 Fiel a su genio y figura, subió al Teide caminando con su Estado Mayor y séquito detrás, al igual que hizo cuando visitó El Hierro, en que marchó a pie desde La Estaca a Valverde, regresando al mar de las calmas en el sur donde embarcó de nuevo. Fue nombrado Hijo Adoptivo de Santa Cruz, que dió su nombre a una plaza, y por iniciativa de los ayuntamientos, Marqués de Tenerife. En una carta de adhesión que envió al acto de homenaje que el 9 de diciembre de 1900 los canarios residentes en Madrid tributaron a Galdós, decía: "Todo lo que sea canario fija mi atención, pues como Hijo Adoptivo no cedo mis derechos de cariño a los hijos naturales". No fue, pues, acertada la opinión que le mereció Weyler a nuestro admirado Nicolás Estévanez, ni justo el trato que éste le dispensó como ministro de la Guerra en el efímero Gobierno de Pi y Margall. Creo sinceramente que el general se ha hecho acreedor del respeto y el agradecimiento de todos los canarios. De Weyler se ha escrito el merecido juicio histórico siguiente:
    "Astuto, inteligente, culto, incansable, y sin piedad en el combate. Un eficiente profesional de la guerra en una España caótica; un general de la Roma republicana en un país de generales golpistas. Un estratega en un ejército huérfano de ellos, que descubrió los principios contraguerrilleros que se aplicarían en todo el mundo durante el siglo siguiente. Indiscutible protagonista, en suma, de la historia militar española durante más de medio siglo".

Periodista Digital entrevista al portavoz de Movimiento Cristiano de Liberación, desterrado en España


De Periodista Digital

Regis Iglesias, ex preso político cubano:

 "No hay ningún canal de diálogo con 

el Gobierno español"


"He sentido el cariño del pueblo español constantemente"

Antonio José Chinchetru, 14 de abril de 2011 
a las 13:42

Regis Iglesias, ex preso político cubano, entrevistado en Periodista Digital.

  • Regis Iglesias, ex preso político cubano, entrevistado en Periodista Digital.
Estuvimos desde celdas tapiadas, al principio. Un espacio muy reducido, con un hueco con el piso, en el suelo, para las necesidades fisiológicas, para todas las necesidades fisiológicas... Sin luz, fétidas, infectadas de mosquitos, de cucarachas, de ratas.
De esta manera describe Regis Iglesias (La Habana, 1969) a Periodista Digital el primero de los sucesivos y duros regímenes penitenciarios por los que pasaron él y el resto de los presos políticos cubanos del denominado como 'Grupo de los 75', detenidos durante la oleada represiva conocida como 'Primavera Negra' de 2003. El sufrimiento acumulado por las duras
condiciones carcelarias que vivió
 no se refleja en el comportamiento de Iglesias, portavoz del opositor Movimiento Cristiano de Liberación (MCL). Su relajada sonrisa aparece
 de forma constante y natural, su hablar es pausado y sus modales
 tranquilos.
Tras pasar siete años y medio en prisión por su activismo a favor de la democracia en Cuba, Iglesias fue excarcelado y desterrado a España
el verano de 2010. Aterrizó en Barajas el 10 de agosto. Iglesias fue
detenido y condenado por su actividad como uno de los principales
dirigentes del MCL y gestor del Proyecto Varela, una iniciativa de
recogida de firmas para promover un referéndum sobre reformas
políticas en Cuba.
El político y activista de derechos humanos tiene una doble faceta
artística que también contagia su militancia en la resistencia pacífica
 a la tiranía: es poeta y rockero. Tiene dos hijas, que fueron el motivo
por el que aceptó marchar al destierro como precio por salir de
prisión. En un principio contestó que prefería seguir en la cárcel
a marchar al exterior. "Pero ellas fueron mi Troya", confiesa.
Tenían ganas de estar conmigo después de siete años y medio,

y después de veintidós años suscritas a una persecución por

causa de mi militancia en el Movimiento Cristiano de Liberación.
Dice que desde que aterrizó en Barajas los españoles le han tratado
Como una familia, como uno más. Con mucho cariño, con mucha

solidaridad. He sentido el cariño del pueblo español constantemente

y me siento como en una segunda casa.
Sin embargo:
He echado un poco de menos un poco más de contacto con el

Gobierno español, que fue en definitiva el que nos trajo acá

a España, y con el cual no hay ningún canal de diálogo para

intercambiar ideas.
También dice que el reconocimiento de su condición, de él y
 los otros desterrados, de refugiado político ha sido demorado
 y los expediente ya aprobados están pendiente de la
confirmación "del Ministerio" (falta la firma de Pérez Rubalcaba),
 que no termina de llegar. El proceso lleva casi medio año de
retraso.

Por qué fracasó la república que soñó Martí. Por Carlos Alberto Montaner. Segunda Parte


(Foto de Internet- Colaboración de Iván Leonard)

Continuación

La república que Martí soñó.

El Martí graduado en Derecho y Filosofía que abandonó España, aunque todavía muy joven –apenas 21 años–, probablemente ya había adquirido una formación ideológica que seguramente no tenía cuando arribó a la Península. El muchacho que a los 16 años soñaba con una nación independiente sin definir su estructura ya era un joven abogado que había aprobado cursos de Derecho Político y, sobre todo, había presenciado in situ el intenso debate español sobre el mejor Estado y gobierno para organizar la convivencia ciudadana. Sin duda, ese tipo de gobierno −pensaba−, pese al guirigay en que había devenido el experimento español, era la república, donde la soberanía residía en los individuos y no en un monarca, donde el Gobierno era laico, y se sostenía en un andamiaje de contrapesos y equilibrios con los tres clásicos poderes independientes, autoridad limitada y periódica rendición de cuentas. También, sin duda, creía en la superioridad del método democrático para tomar las decisiones colectivas y para designar a los representantes del pueblo con el fin de administrar los órganos de gobierno. Martí, pues, era un republicano liberal y un demócrata moderado. No era un anarquista radical que rechazaba la existencia del Estado, ni un socialista que predicaba el igualitarismo. Por el contrario, tenía muy claro (y así lo expresó más adelante) el papel creador de riqueza de los empresarios privados y la inevitabilidad de las diferencias económicas, que no surgen, como creían los marxistas –el texto que sigue está escrito en 1883, el mismo año en que murió Marx– de la propiedad de los medios de producción, sino de las peculiaridades intelectuales, psicológicas y temperamentales de las personas. En un prólogo a los cuentos de Rafael Castro Palomino, Martí lo afirma con toda claridad:
"Los hombres inferiores ven con ira la prosperidad de los hombres adinerados, y éstos ven con desdén los dolores reales y agudos de los hombres pobres. No se detienen aquéllos (…) a ver que los hombres ricos de ahora son los pobres de ayer; que el hombre no es culpable de nacer con las condiciones de inteligencia que lo elevan en la lucha leal, heroica y respetable, sobre los demás hombres; que del resultado combinado del genio, don natural, y la constancia, virtud que recomienda más al que la posee que al genio, no puede responder como de un delito el que ha utilizado las fuerzas que le puso en la mente y en la voluntad la Naturaleza (…) jamás acabará por resignarse el hombre a nulificar la mente que le puebla de altivos huéspedes el cráneo, ni a ahogar las pasiones autocráticas e individuales que le hierven en el pecho, ni a confundir con la obra confusa ajena aquélla que ve como trozo de su entraña y ala arrancada de sus espaldas, y victoria suya, su idea propia".
En realidad, las ideas políticas de Martí no se alejan demasiado de lo que era común entre los cubanos y los españoles progresistas de su tiempo y están vinculadas a una tradición que, en la Isla, acaso comienza y se va perfeccionando paulatinamente con Francisco de Arango y Parreño, José Agustín Caballero, Félix Varela, José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco –por sólo mencionar los más notables–, y luego se prolonga en figuras ya contemporáneas de Martí como Ignacio Agramonte (n. 1841) −el más enérgico y claro defensor que tuvo el liberalismo en su tiempo−, Enrique José Varona (1849) o los brillantes autonomistas José Antonio Cortina (1851), Rafael Montoro (1852), Antonio Govin (1849) y Eliseo Giberga (1854).
No todos estos cubanos fueron republicanos independentistas –los hubo autonomistas y anexionistas–, pero compartían las mismas ideas sobre las características esenciales que debería tener el Estado de Derecho idóneo para organizar la vida pública de los cubanos, y éstas eran las propias de las sociedades liberales surgidas de la Ilustración. Cuando los mambises se reúnen en Guáimaro en 1869 para redactar la primera Constitución de Cuba en armas, el modelo que tienen en mente –y así lo declara Céspedes en una carta que hace circular– es la Constitución norteamericana, extremo que no deja de ser una ironía, porque los liberales españoles a los que combaten, al otro lado del Atlántico, en ese mismo año redactan su nueva Constitución, la más liberal de su historia hasta ese momento, también inspirada en la ley de leyes estadounidense.
Finalmente, en 1901, los cubanos proclaman una verdadera Constitución. (Las de la manigua fueron reglamentos necesariamente incompletos, aunque la última, la de la Yaya, tuvo más largo aliento). Este nuevo texto está integrado, como era de rigor, por una parte dogmática, una parte orgánica que describe las instituciones de gobierno, y una cláusula de reforma que explica cómo modificarla. Se trata, pues, de una Constitución claramente liberal, y lo probable, pues, es que ese documento final hubiera tenido el visto bueno de Martí, porque no hay en él absolutamente nada que pugne con el pensamiento del Apóstol, dado que la Enmienda Platt –a la que seguramente se habría opuesto– no formaba parte del texto aprobado por los constituyentes, sino fue un apéndice impuesto por las autoridades interventoras norteamericanas.
Lo que quiero decir es que la famosa república que soñó Martí fue la que se estrenó el 20 de mayo de 1902, aunque con las limitaciones humillantes que le imponía la Enmienda Platt, mecanismo que, de iure, convertía a Cuba en un protectorado norteamericano. En todo caso, el autogobierno estaba garantizado, existía un diseño institucional razonable, y la Isla contaba con el capital humano indispensable para que el país, potencialmente, funcionara con acierto. Basta repasar la lista de los 29 constituyentes que firmaron el texto, o el Gabinete de Estrada Palma, para advertir que la media intelectual era bastante elevada. El novelista Carlos Loveira calificaba con cierta ironía a esa clase dirigente cubana de los primeros tiempos como de "generales y doctores", pero ni es extraño que los generales presidan las repúblicas democráticas cuando se hace la paz –Washington, Jackson, Taylor, Grant, Eisenhower son buenos ejemplos americanos–, y si hay algo frecuente es que los abogados se conviertan en parlamentarios, ministros o jefes de gobierno. Al fin y al cabo, Martí había sido nombrado general por Máximo Gómez tras el desembarco, y si hubiera sobrevivido habría sido las dos cosas: general y abogado.
Los problemas de la república.

No tenía, pues, Martí un proyecto político en la cabeza distinto al que comenzó su andadura en 1902, y es ingenuo pensar que su sola presencia, de no haber muerto en Dos Ríos, habría garantizado un resultado diferente. Martí era un demócrata, no un autócrata, y habría tenido que pactar, buscar consensos y someterse a la regla de la mayoría y a la alternancia en el poder. Era un hombre excepcional, pero otros hombres excepcionales, como Enrique José Varona y Rafael Montoro −ambos políglotas, cultísimos y refinados, dotados de una estatura intelectual y moral como la de Martí−, participaron intensa y constructivamente en la vida política sin mancharse, pero también sin lograr un cambio cualitativo que asegurara la estabilidad del país.
¿Cuál era el inventario de oportunidades e inconvenientes que esperaba a la República? La Cuba de 1902 tenía problemas muy concretos, que se pueden resumir esquemáticamente y que eran, fundamentalmente, de dos tipos: los de carácter histórico-cultural y los relacionados con factores materiales concretos. Los de carácter histórico-cultural eran, por lo menos, cinco problemas intangibles, pero medulares, que afectaban a la convivencia de los cubanos, creaban graves problemas a la gobernabilidad del país e incidían en su desarrollo económico:
  1. La ausencia de tradición en el campo del autogobierno. Cuando los norteamericanos estrenan su república, en 1776, ya tienen en su pasado siglo y medio de autogobierno en todos los órdenes, incluyendo la milicia. Cuba había sido gobernada desde España a lo largo de toda su historia. Durante una buena parte del siglo XIX no hubo otra autoridad que la voluntad del capitán general que mandaba en la Isla.

  2. El poco respeto que la clase dirigente criolla sentía por el cumplimiento de la ley. No existía la convicción, al menos de forma generalizada, de que las repúblicas se sustentan en la humilde admisión de que todos deben colocarse bajo el imperio de leyes que afectan de la misma manera a todas las personas (the rule of law), conducta que en gran medida explica la estabilidad política de las naciones exitosas. Ese desprecio por la ley no era sólo una actitud de la clase dirigente: alcanzaba al conjunto de la sociedad que, en general, no rechazaba a los políticos corruptos o a los que violaban las reglas, como se comprobaba elección tras elección. No sólo existía impunidad legal. También existía impunidad moral.

  3. El culto por la violencia y por los hombres de acción. Las virtudes intelectuales y morales pesaban menos que el prestigio que confería el valor personal. Las batallas libradas contra España se convirtieron en el centro de la mitología favorita de la sociedad cubana, y no el respeto por las virtudes cívicas o por los éxitos sociales y económicos. De esa actitud, en su momento, derivó el pandillerismo político, y muchos revolucionarios supuestamente vinculados a causas justicieras se transformaron en los matarifes de gatillo alegre que merodeaban por la universidad, los institutos de segunda enseñanza y los sindicatos. La propia biografía de Fidel Castro demuestra los enfermizos vasos comunicantes que en Cuba existían entre el matonismo, la política y el patriotismo revolucionario.

  4. El caudillismo como forma de organización política. Las ideas importaban mucho menos que el culto por ciertos líderes, que a su vez estimulaban esos vínculos mediante el clientelismo y la entrega de canonjías y privilegios. En esa república de principios del siglo XX, la mambisa, los cubanos se agruparon tras José Miguel Gómez (el primer caudillo que conoció el país), Menocal o Machado, tres generales que despertaron el fanatismo de distintos segmentos de la población. Con Gómez comenzó la nefasta costumbre de asignar botellas –cargos fantasmas por los que se recibía un salario sin tener que trabajar– para recompensar a los partidarios y cortesanos. Disponer de estasbotellas y poder distribuirlas era un síntoma del poder que se tenía.

  5. Desprecio por el trabajo manual. Dentro de la peor tradición latina (no sólo hispana), los criollos tendían a no cultivar los trabajos manuales y los oficios, por los que tenían poco respeto. Era una sociedad con muchos más abogados que ingenieros, y en la que ser plomero, carpintero o electricista carecía totalmente de prestigio, quizás porque en época de la esclavitud ésos eran los trabajos que desempañaban los negros libertos. No en balde no fue hasta fines del siglo XVIII que Carlos III emitió un real decreto que dejaba sin efecto el carácter vil y degradante asociado al desempeño de las labores manuales.
Al margen de estas cuestiones culturales e históricas, cinco de los más graves problemas materiales que tuvo que afrontar la República fueron los siguientes:
  1. Patriciado criollo arruinado. Aunque la intervención norteamericana facilitó el tránsito político y económico hacia una nueva etapa, la guerra tuvo un alto costo económico y arruinó a una buena parte del patriciado criollo. Durante los tres años de guerra hubo miles de confiscaciones de propiedades a cubanos acusados de colaborar con los insurrectos. Esos bienes no fueron devueltos a sus dueños porque en el Tratado de París que oficialmente puso fin a la guerra se acordó respetar las sentencias previas de los tribunales españoles.

  2. Pocas oportunidades laborales. La base productiva del país –que no era muy grande fuera de la industria azucarera– fue severamente afectada por la guerra, y las oportunidades de conseguir trabajo en el sector privado eran limitadas, especialmente en el campo, lo que determinó la rápida emigración del campesinado hacia las ciudades, dando lugar a una masa laboral de difícil asimilación. Por ello, obtener un cargo público se convirtió en el desesperado objetivo de muchas personas, independientemente de sus méritos, dado que se obtenían por relaciones políticas.

  3. Escasez de capital. Aunque existían inversiones norteamericanas en azúcar y comunicaciones –las más cuantiosas de Estados Unidos fuera de sus fronteras–, no abundaba el capital, no existían instituciones financieras internacionales dedicadas a fomentar el desarrollo (como hoy el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional) y no había ayuda sustancial internacional a fondo perdido, como hay en nuestros días.

  4. Postración de la población negra y mestiza. Seguramente, el sector más afectado por la falta de oportunidades era la población negra. Como regla general, era la más pobre, la peor educada y la que, en mayor medida, procedía de hogares desestructurados, como consecuencia de la esclavitud. En 1886 se había decretado el fin de la esclavitud, pero una parte sustancial de esta masa humana de cientos de miles de personas había quedado desamparada y debía conformarse con sobrevivir colocándose, cuando podía, como servicio doméstico de la población blanca. Como, además, existían graves prejuicios raciales, pese a la legislación que decretaba la igualdad absoluta de blancos y negros, los negros no solían ser empleados en el comercio o en determinadas industrias. Durante siglos, la estructura productiva, concebida para el manejo de una sociedad esclavista de plantación, era la que se adecuaba a la existencia de amos y señores, y esas costumbres y relaciones económicas se prolongaron insensiblemente en la República.

  5. Dependencia del azúcar. La economía del país dependía en gran medida del comercio exterior, y éste, a su vez, estaba centrado en el azúcar, lo que hacía al país muy vulnerable. Cuando subía el precio del azúcar, como sucedió durante la Primera Guerra Mundial, los precios ascendían astronómicamente (la famosa Danza de los Millones), como ocurrió en época de Menocal (1913-1921), pero cuando bajaban se desplomaba la economía, como sucedió durante el Gobierno de Alfredo Zayas (1921-1924) y, luego, en pleno machadato (1925-1933), tras el crash del 29.
 Continuará.

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