(Foto de Internet)
1. Publicada por una pequeña -pero pujante- editorial de declarada vocación cubana,2 ha visto la luz la obra de los investigadores españoles Marta Bizcarrondo y Antonio Elorza, Cuba/España. El dilema autonomista, 1878-1898. Sus autores, Catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, y Catedrático de Historia del Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid, hacen gala aquí de su acreditada solvencia investigadora.
2. No es ésta la primera incursión de los profesores Bizcarrondo y Elorza en los polémicos derroteros de la historia política del siglo XIX cubano, pues a ambos les avala un sólido y riguroso trabajo de investigación en esta línea y época. Hoy por hoy puede afirmarse que la profesora Marta Bizcarrondo es la investigadora española que más ha hurgado en las entrañas del proyecto político autonomista cubano del último cuarto del siglo XIX,3 en tanto que el profesor Elorza cuenta -entre sus numerosas publicaciones- con una obra de obligada consulta sobre la Guerra del 98 en Cuba.4 Esta vez el trabajo conjunto de ambos profesores ha cristalizado en un libro que sin duda alguna permitirá comprender mejor el complejo proceso de formación de la identidad nacional cubana, o lo que es igual, el laberinto de la cabalidad.
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3. El objeto de estudio de la obra que aquí nos ocupa resulta un tema harto polémico en el marco de la historiografía contemporánea cubana que de un modo u otro lo ha abordado,5 lo que realza, aún más si se quiere, la importancia de la obra en cuestión. En este sentido los autores tienen el mérito de iniciar su estudio planteando el problema científico-metodológico que subyace debajo de las diferentes posturas adoptadas por los investigadores cubanos que en diferentes momentos se han aproximado a este tema: el enfoque nacionalista de la historia política del XIX cubano (págs. 13 y ss.).6
4. Durante mucho tiempo, quizás demasiado, los cubanos hemos tenido que deglutir una interpretación deletérea de la Historia, con marcado sabor a nacionalismo exacerbado y reduccionista, que ha sostenido un casi metafísico “ser cubano”, limitador de la “esencia de la cubanidad” a las posturas nacionalistas enfáticas, eufóricas, radicales e intolerantes, que niegan validez y legitimidad a cualquier opción moderada o heterodoxa. Así, según esta concepción nacionalista-reduccionista sólo resultan actos patriotas aquellos episodios de la historia de Cuba que permiten apuntalar tal soporte ideológico; lo demás, lo que difiere de este modo de entender la realidad sociopolítica cubana y sus antecedentes históricos, o bien resulta preterido por la historiografía y el discurso oficial, o es considerado como bastarda orientación antinacional y extranjerizante. El radicalismo euforizante deviene, así, en virtud política y seña de identidad cubana, aunque, por otro lado, no deja de ser una cuestionable seña de identidad acuñada al calor de las singulares circunstancias histórico- políticas de Cuba en la lucha por alcanzar su independencia y plena soberanía.7
5. Es de este modo, pues, como la historiografía nacionalista cubana ha marginado la investigación del proyecto político descentralizador que cristalizó en la Isla a lo largo del siglo XIX, por no encajar en los moldes independentistas clásicos,8 arrinconándolo en el lugar más abyecto que se le podía encontrar: la fosa de los “traidores españolistas”, y casi excomulgando de su condición de cubanos a los propugnadores del modelo descentralizado de organización política colonial, por haber defendido un proyecto político distinto al separatista. No cabe duda de que pretender convertir a la Historia en un órgano de justicia política a la larga acaba lastrando la necesaria objetividad científica, al resultar sesgada la interpretación de los hechos y procesos objeto de estudio.
6. Hace mucho que se imponía reaccionar contra lo que puede considerarse un modo maniqueo de entender y explicar la historia política de Cuba, si se admite que es ésta una historia rica y plural, y que sería un error imperdonable que no se tratase de recuperar la memoria total de ese pasado, que debe ser asumido en toda su riqueza y complejidad, sin condenas interesadas, y sin olvidos impuestos por una pretendida “verdad oficial” que trata de legitimar determinadas posturas políticas del presente.9 El pueblo cubano es hijo y heredero de esa abigarrada pluralidad que impregna su historia, porque en su multicolor madeja no resulta posible separar unas hebras de otras, so pena de desnaturalizarla. De ahí el valor de una obra del historiador cubano Manuel Moreno Fraginals que los profesores Bizcarrondo y Elorza destacan con justicia, y a la que en cierto modo el libro que nos ocupa coadyuva a completar.10 En este sentido debe destacarse que los referidos investigadores españoles apuntan con encomiable humildad científica la fuente de inspiración que significó para ellos la obra del historiador cubano, declarando expresamente que “nuestro libro quiere ser un homenaje al maestro y amigo, y una ilustración de la línea interpretativa que Moreno Fraginals trazara en su último libro (...)”, (pág. 18).
7. Los profesores Bizcarrondo y Elorza no pasan por alto el interés de la historiografía nacionalista cubana por enjuiciar políticamente a los cubanos que en el siglo XIX propugnaron el modelo descentralizado de organización política colonial para Cuba (págs. 14-15; 307 y, 402). En este sentido quizás valga la pena apuntar que, a nuestro juicio, la intención última de este interés juzgador es, si cabe expresarse así, la de privar de legitimidad histórica, y desacreditar, a este proyecto político que no concebía a Cuba desgajada de la Nación española. De aquí, pues, que quienes en el contexto del siglo XIX cubano defendieron el referido modelo de organización política colonial, en tanto proyecto político, hayan sido estigmatizados sañudamente con los infamantes epítetos de “antipatriotas” y “anticubanos”. Esto es, la historiografía nacionalista cubana ha convertido en una “verdad” intangible este juicio de valor que demoniza a los nacidos en la Isla simpatizantes de este proyecto político.
8. Pocas figuras de la historia política del siglo XIX en Cuba han concitado juicios tan negativos como los cubanos propugnadores del proyecto decimonónico de descentralización colonial. Aún hoy, a más de un siglo de los acontecimientos del denominado “desastre” de 1898, perdura entre muchos historiadores cubanos la opinión que los considera arquetipos históricos del antipatriotismo y la negación de la cubanidad. Botón de muestra de lo que aquí se afirma es la valoración que sobre este particular hace el reputado historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring: “Sólo puede encontrarse explicación a la errónea postura, junto a España, adoptada por los autonomistas cubanos (...) en el agudo reaccionarismo y conservadurismo político de aquellos hombres, en su españolismo, sentido más ardientemente que el cubanismo natural y lógico dada su condición de criollos, y en su posición económica de burgueses acomodados, hombres de estudio y gabinete, profesionales en su mayoría, egoístas y pusilánimes, incapaces de arrostrar, en beneficio de la colectividad, la posible pérdida de su propio bienestar material y el de su familia.”11
9. Postura similar asume Jorge Ibarra, que atribuye “el contenido reaccionario y retrógrado del autonomismo” a la composición social de su equipo dirigente.12 Ramón de Armas, por su parte, califica igualmente a los autonomistas insulares como exponentes de “una burguesía antinacional”.13 Sin embargo, como bien apuntan los profesores Bizcarrondo y Elorza (págs. 14-15), para mejor apreciar el lastre nacionalista radical (y marxista dogmático) que grava a la actual historiografía cubana que aborda este tema, resulta paradigmática la obra de Mildred de la Torre.14 Esta autora, desde las mismas palabras introductorias a su citada obra, identifica al autonomismo como una “fuerza retardataria del progreso social” en el contexto del siglo XIX en Cuba,15 esto es, según especifica más adelante, “que aspiraba a detener el desarrollo ascendente de la nacionalidad cubana”.16 Mildred de la Torre llega al extremo de afirmar que “la autonomía fue concebida con la finalidad de destruir la opción independentista”,17 cuando en realidad este proyecto político se remonta a las primeras décadas del referido siglo, etapa en la que aún no había cristalizado el sentimiento independentista en la Isla.18
10. En fin, que los citados autores –tomados como muestra para demostrar lo que aquí se apunta- reflejan la incapacidad de la historiografía nacionalista cubana del siglo XX para ir más allá de la descalificación del autonomismo como proyecto político, y de los autonomistas como cubanos. Inculpar a los autonomistas insulares como las auténticas bestias negras de las tendencias heterodoxas cubanas del siglo XIX ha resultado, para la historiografía nacionalista radical cubana, el punto diana a atacar con el objetivo de reforzar –por contraste- la visión nacionalista de la Historia de Cuba.19 La investigación histórica sobre el XIX cubano quedaba de esta manera lastrada por un modelo ideológico-político que a priori juzgaba como errónea a toda postura o modo de actuación política diferente a la revolucionario-independentista.20
(Continuará)
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