Gabriel Cardelo Rega.
Mi bisabuelo Gabriel Cardelo Rega, nació en un pueblo de montaña de la provincia de Granada (España) llamado Jérez del Marquesado, en la misma sierra Nevada. Hijo único de un matrimonio contraído por Alonso Cardelo y Alejandra Rega una muchacha originaria de un pueblo vecino llamado Lanteira. Fue desde un principio, un niño risueño y alegre, que curtió rápidamente su carácter, sintiendo en sus carnes el rigor del trabajo en el campo de la alta montaña, compaginado con la dureza del trabajo en las grandes minas de Alquife, el mayor centro productor y exportador de hierro en España durante los siglos XIX y XX, que daban trabajo a toda la comarca. Ya de joven, mi bisabuelo, no tuvo la oportunidad de estudiar, ya que los orígenes humildes de la familia, y la necesidad de ayudar a su padre (Mi tatarabuelo) para traer dinero a casa, le obligó a trabajar desde niño, lo que no impidió, que y gracias a su madre, aprendiera a leer y escribir por las noches, y a practicar, su mayor afición, la lectura, hasta que caía rendido de cansancio en la cama. Su libro preferido era el Quijote de Cervantes, y conservaba una vieja y roída edición que leía y releía sin cesar. Gracias a eso, nació en él una gran inquietud y afición hacia la aventura, lo que en muchos momentos se convertía en un problema, ya que siempre andaba en la mina o en el campo, con su atención puesta en sus propias fantasías, y en las que, probablemente, se imaginaba así mismo participando en múltiples aventuras, sin poder imaginarse por un momento que un día formaría parte de una, donde sería el principal protagonista.
Durante los años que dió el paso de la juventud a la madurez, mi bisabuelo se vió inmerso en numerosos “problemillas” de orden público, ya que aun siendo jóven, le gustaban mucho las mujeres y se vió envuelto en una práctica muy común en los pueblos de alta montaña, que eran beber en la taberna, rondar a las mozas y pelearse. Mi familia era conocida en el pueblo y en la comarca con el sobre nombre (En España se dice mote) de “los sicilianos”. Mi tatarabuelo y mi bisabuelo eran de nacimiento y de padres españoles, pero como nuestros antepasados eran de origen siciliano, venidos de Catania, allá por el siglo XVI, eso servía muchas veces a otros para intentar faltarles al respeto y poner en duda su sentimiento español así que puedo imaginar a mi bisabuelo utilizando los puños para poner las cosas en su sitio. Y como a la gente dura de las montañas y las minas, no les gustaba rehuir una pelea, pues ya se lo puede uno imaginar, cada dos por tres muchos de ellos acababan durmiendo la borrachera en las mazmorras de la casa consistorial (Ayuntamiento).
Fue durante uno de esos encierros “involuntarios” donde conoció a la que sería su futura esposa (Mi bisabuela) Doña Transito Aguilera Molina, que había ido a buscar y a sacar a su hermano de otra celda. Con el tiempo mi bisabuelo comenzó a templar su carácter, y empezó a verse con mi bisabuela (a escondidas). Durante el tiempo en el que se conocieron, mi bisabuelo le leía capítulos del Quijote y ella le confeccionaba a escondidas calcetines y unos guantes de lana para el campo. Fue entonces y en unos meses, cuando mis bisabuelos se enamoraron y se prometieron amor eterno. Pero un suceso vino a cambiar, por el momento los planes de futuro matrimonio de mis bisabuelos.
En 1895 el “Grito de Baire” hacia resonar los tambores de guerra en la española isla de Cuba. Los Estado Unidenses en su afán por ampliar su imperio a costa de otras naciones (Incluso amigas, como España), apoyaron a los insurgentes españoles de cuba que querían tener el poder de la isla. Mi bisabuelo, sin decírselo a sus padres ni a su prometida y sin esperar a que lo movilizaran, se presentó voluntario para defender Cuba. Después del drama familiar, al enterarse de que mi bisabuelo marchaba a la guerra, y al cabo de unas semanas, embarco en un buque de guerra y marcho para Cuba.
Al poco tiempo y no después de unas semanas en la isla, enfermó por disentería y estuvo en un hospital de campaña. Una vez recuperado, volvió al servicio, y fue herido de un machetazo en una pierna al ser su unidad atacada en una emboscada en una zona selvática por el territorio de Camagüey. En esa escaramuza consiguieron hacer huir a los insurrectos que dejaron en el campo numerosos muertos y heridos. La unidad de mi bisabuelo sufrió diez o quince bajas entre muertos y heridos, entre estos últimos estaba mi bisabuelo. Después de lo ocurrido, fue enviado con otros heridos a recuperarse a la Habana. Por lo visto allí vivió algunas aventuras que no nos contó ya que fue arrestado varias veces. Al tiempo volvió a la selva y fue cuando se le acabó su suerte. Por lo visto formaba parte de una patrulla de exploración de ocho soldados y un oficial, cuando fueron sorprendidos por numerosa tropa Yankee y de insurrectos que les atacaron. Ellos huyeron por la selva pero al final fueron cazados y del destacamento, solo pudieron atrapar con vida a mi bisabuelo y al oficial que mandaba la pequeña tropa. El resto o murió o pudo escapar pero eso mi bisabuelo nunca lo supo.
Una vez hechos prisioneros por los Estado Unidenses, estos se quedaron con el oficial y a él lo entregaron a los independentistas, junto con otros prisioneros (numerosos civiles y varios soldados de la península y de Cuba) que tenían detenidos en un campamento. Se los llevaron caminando en una marcha infernal que duró varios días y durante la cual murieron de agotamiento o fueron asesinados por sus guardianes numerosos españoles. Llegaron a un lugar en la selva y los encerraron en una especie de campo de concentración, donde sufrieron todo tipo de salvajes torturas y vejaciones, alimentándoles diariamente solo con un chusco de pan duro y agua durante semanas. Después de cuatro intentos frustrados de fuga y sufriendo el consiguiente castigo de la incomunicación, los maltratos, el hambre y un fusilamiento que a última hora evitó la visita de un oficial Yankee (No querían parecer unos asesinos a ojos de sus aliados) y harto de esa situación mi bisabuelo decidió fugarse definitivamente con seis compañeros más. Esta vez lo consiguieron ¡y en pleno ocaso, pero aún con luz de día! Mi bisabuelo se dio cuenta que con el cambio de guardia, en una zona justo detrás de unos barracones donde dormían parte de los guardias de seguridad, quedaba un punto muerto durante unos minutos por donde podía escapar, el único pero tremendo problema es que era un espacio ocupado por unas plantas del tipo cactus, llenas de enormes espinos que servían de cercado natural. Era imposible pasar por allí sin quedar atrapado entre sus espinos. Pero la desesperación era tal y el ingenio y el deseo de libertad tan grande, que mi bisabuelo, arriesgando su vida, (No sé cómo) le había robado un gran machete a un vigilante y lo tenía escondido para la ocasión. Así que en un momento dado huyeron, dando rápidos y desesperados machetazos, abriendo un estrecho hueco entre la planta de espinos, y gracias a la ayuda de varios de los compañeros que no quisieron o no pudieron huir que comenzaron a gritar quejándose de sus condiciones de vida, haciendo mucho ruido para facilitarles la huida. Unos cuantos consiguieron escapar y huyeron en dirección a la costa, sin comida y sin armas. Su punto de destino estaba en lo que hoy en día se llama Playa de Santa Lucia.
Durante el trayecto, caminando descalzos y semi desnudos por la selva, se encontraron con un grupo de nueve o diez independentistas armados hasta los dientes que llevaban dos mujeres jóvenes maniatadas. Viendo que no había otra salida decidieron enfrentarse a ellos “sin armas”, solo con piedras y algunos palos que habían conseguido encontrar. Según contó mi bisabuelo, todo fue muy “rápido y violento” los insurrectos no se lo esperaban y ellos actuaban con odio y afán de supervivencia. En la refriega consiguieron arrebatarles las armas. Allí murieron dos de los compañeros de mi bisabuelo, quedando todos los demás heridos, pero liquidando a los insurrectos. Las pobres mujeres murieron asesinadas al principio de la lucha, pero una de ellas ya agonizando, pudo contarles lo que les había pasado. Hacía cuatro días que venían caminando por la selva. Los insurgentes venían de destruir un ingenio azucarero, asesinando a todos los que vivían y trabajaban en él, incluyendo a los niños. Se Llevaron como rehenes a las dos mujeres a la que habían violado en repetidas ocasiones y pretendían utilizar como esclavas sexuales, hasta que se cansaran y luego asesinarlas, según le confirmo a ella misma el jefe que comandaba la tropa.
A los pocos minutos la pobre muchacha murió en brazos de mi bisabuelo. Escondieron a toda prisa todos los cadáveres entre la selva, recogieron la ropa, calzado y armas de los muertos y siguieron huyendo hacia la costa. Ya solo quedaban cinco. Allí y después de varios días eludiendo patrullas, consiguieron robar un bote con un poco de agua y se hicieron a la mar sin rumbo, sin saber hacia dónde ir, con la esperanza de que los encontraran o morir en el intento. A los pocos días, con un sol abrasador, los labios rotos, sin agua, sin comida, casi muertos, después de una noche larga y silenciosa, mi bisabuelo despertó y comprobó que dos de sus compañeros estaban muertos. Uno estaba acurrucado en posición fetal y el otro estaba tumbado, tieso, y uno de sus brazos que había caído por la borda del bote al mar, no estaba, solo había un muñón desgarrado posiblemente por la mordedura de un tiburón. No les quedó más remedio que tirar por la borda los cuerpos. No recordaba mi bisabuelo cuánto tiempo más pasó pero fueron encontrados por un buque de guerra español y lograron sobrevivir. De allí lo llevaron a un buque hospital y luego fue repatriado a España. Seguidamente lo licenciaron del servicio (La guerra había terminado).
Con el tiempo, volvió al trabajo de la mina y el campo y se casó con mi bisabuela. Tuvieron siete hijos Juan (Mi abuelo), José, Manuel, Mariano, Alonso, Adela y Dolores. Murió en 1936 al comienzo de la guerra Civil española de un cólico nefrítico en sus montañas, en su pueblo Jerez del Marquesado. Mi bisabuela, Doña tránsito, murió en Barcelona (España) el uno de Diciembre de 1975 ¡Murió con 107 años! , un poco después de recibir en Barcelona un homenaje por ser la abuela con más años de la región.
Yo tuve el privilegio, siendo niño, de conocerla y oír esta historia de sus propios labios, aunque debo reconocer que mi querido abuelo y mi madre, continuaron todos estos años recordando y manteniendo viva, esta increíble historia. Mi bisabuelo recordaba y contaba esta y otras historias de América, con mucha lucidez y las contó a sus hijos (entre ellos mi abuelo) y luego a sus nietos, sobre todo a mi madre que era la mayor de todos. Y mi abuelo y mi madre me lo contaron a mí y yo se lo he contado a mis hijos y ahora a vosotros.
Por cierto y solo a modo información, mi abuelo, Juan Cardelo (El hijo del valiente Gabriel Cardelo), siguió con la “pequeña tradición familiar aventurera”, y se alisto como voluntario antes de la guerra civil española, en el escuadrón de lanceros de la legión española, sirviendo en África. Cuando estalló la guerra civil, paso como conductor a la península, fue ascendido a cabo y lo destinaron como conductor y guarda espaldas personal del entonces comandante D. Antonio Castejón (Mi abuelo era un fornido rubio de ojos azules que destacaba por su fuerza y por su mirada penetrante), y con él sirvió en los frentes de guerra de, Peñarroya, Antequera, Extremadura (Participando en la toma de Monterrubio y los veintidós pueblos de Extremadura). Tuvo que salir de urgencia hacia la batalla del Ebro, con la 102 división del Coronel D. Antonio Castejón, poniendo el cuartel general en Batea. De allí salieron de urgencia porque se rompió el frente de Castuera, y una vez solucionado se trasladó a Cabeza del Buey.
Allí permaneció con la 11 bandera de la legión y el tabor de regulares. De ahí salió de regreso a Córdoba para preparar la ofensiva por el puerto Calatraveño por donde pasaron a Villanueva de Córdoba, el día 28/03/1939 de donde salieron el dio 29 para Cardeña y allí mismo en Cardeña oyeron el parte que decía que la guerra había terminado. A los dos meses fue ascendido por méritos de guerra a Sargento.
Bueno José esta historia de mi abuelo durante la guerra civil, es muy interesante también, pero es otra historia.
Otro día te escribiré la historia de mis antepasados en el fuerte de San Agustín de la Florida, su relación con los primeros negros libres del fuerte Mose y la relación de la capitanía de Cuba con el mantenimiento militar, las rutas de navegación el aporte de soldados y avituallamientos con el territorio español de Florida, la historia de su bandera (La actual de la florida sin el escudo) y todo lo que necesites.
Tu amigo.
José María Cardelo.
(Foto de la derecha, al fondo se ve la casa donde vivió mi bisabuelo, frente a ese Callejón llamado Triste.)
(Foto de la derecha, al fondo se ve la casa donde vivió mi bisabuelo, frente a ese Callejón llamado Triste.)
Foto Jérez del Marquesado
Mi opinión:
Aquí vemos una clara muestra de los lazos históricos que tenemos los peninsulares ibéricos y los isleños cubanos. En esa época mi familia todavía andaba por la Península y Canarias, en este caso fue al revés, de Cuba regresó a la Península. No hay dudas de que somos un solo país separados por una invasión extranjera. J.R.M.
10 comentarios:
Tu bisabuelo hizo lo que tantos españoles hicieron voluntariamente que fue defender su pais.
Cuba y Puerto Rico eran suelo patrio y no colonias, junto a tu bisabuelo hubo muchos cubanos y puertorriqueños, tambien españoles defendiendo a su pais.
Bueno lo de tu abuelo, te diré que para mí igual que para tí fué una historia triste en la que nos enfrentamos hermanos contra hermanos, considero que fué un levantamiento militar contra un gobierno legitimo,que se prolongo varias decadas con una dictadura.
Bueno ojalá no vuelva a suceder algo así.
Gloria a los héroes de cuba.
Jose Ramón hay más block como el tuyo, que propongan la misma gran idea?
Saludos.
Os dejo una historia del nieto de Vara del Rey, realmente emocionante
Fernando Martínez-Vara de Rey
Mi abuelo Fernando tenía la mirada clara, la frente amplia, y la palabra rocosa de arengas y de cigarros. Sentado en su sillón, o en la algarabía de un café, o a la sombra de un naranjo sevillano, desgranaba ameno y socarrón el fragor de otros días y de otras guerras: el Desastre de Annual, la Campaña del Rif, la Guerra Civil que le requirió apenas doce días después de contraer matrimonio. De todos aquellos episodios, mi asombro de niño se recreaba en la narración de la Guerra de Cuba y la gesta de mi tatarabuelo, el General Joaquín Vara de Rey.
Corría el año 1898 cuando la marina estadounidense arribó al oriente de Cuba con el fin de agregar la Isla a su fulgurante expansión. Al otro lado del frente aguardaban las tropas españolas, bastión último de un Imperio ya macilento. El combate de El Caney ilustra magistral o trágicamente la superioridad en hombres y en armas del bando norteamericano y la valentía superlativa de los soldados españoles que tuvo réplica en tantos frentes de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. El Fuerte de El Caney, situado a unos 7 kilómetros de Santiago de Cuba, tejía una línea de protección junto al fuerte de El Viso y la vecina Loma de San Juan.Los estadounidenses, auxiliados por los nativos mambises, no tardaron en quebrar la resistencia de El Viso y emprender el asedio de El Caney. Apostados detrás de sus paredes, aguardaban 549 soldados que resistieron durante más de diez horas los embates de más de 8.000 hombres del General Lawton. Apenas pertrechados de armas de corto alcance y no más de dos cañones, los españoles prorrogaban disparo a disparo la agonía de su Imperio. El General Vara de Rey dirigía a sus soldados, y aun herido de gravedad en ambas piernas, siguió arengándoles desde una camilla en la que fue alcanzado y muerto por las balas enemigas. En señal de respeto a su magno valor, el propio ejército vencedor le tributó en formación los honores que se reservan a los héroes.
El mundo de fines del siglo XIX ya conocía el poder de la prensa y de la fotografía, de modo que los ecos del Combate cruzaron velozmente el Océano. La sociedad española, aturdida por los acontecimientos del 98, alabó enseguida el heroísmo del General y de sus hombres. A título póstumo le fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando, el Senado proclamó su valor y concedió una pensión a su viuda, se esculpieron monumentos a su memoria en Madrid y en Ibiza, y aun hoy su nombre da lustre a calles y plazas de varias ciudades españolas.Casi cien años después de estos sucesos mi abuelo fallecía en un Hospital de Madrid. Semanas después mi abuela Maruja me comunicó el hallazgo, entre sus cosas, de una carpeta que parecía contener papeles relativos a nuestra familia y en la que en primer término se hallaba la siguiente nota: “Cuando yo falte, dad por favor, esta carpeta con su contenido a Paty para que la conserve y, en su día, se la dé a su hijo Fernando” ¡Gracias!Mi padre, extraviado en la desmesura de otras y otras guerras sin cuartel, rehusó el ofrecimiento.
Siguiendo la línea natural y el propio designio de mi abuelo, la carpeta llegó a mis manos. En ella encontré escritos de un profundo valor sentimental: un árbol genealógico tupido de generaciones, certificados de nacimiento y defunción, cédulas de nombramiento de mi bisabuelo Miguel, que fue magistrado en varias ciudades de la península y ultramar. La carpeta contenía, asimismo, documentos relativos al General Vara de Rey; recortes de prensa de la época; croquis del Combate de El Caney, y un facsímil de la hoja de servicios que me permitió conocer detalles tales como su participación en la tercera guerra carlista, su calidad como Capitán General de Filipinas y Gobernador de las Islas Marianas, su heroísmo en la batalla de Loma de Gato ya en tierra cubana, y el luctuoso hallazgo de que junto al General lucharon y perecieron en El Caney su hermano y dos de sus hijos.
El estudio de estos elementos y el recurso a otras lecturas fue sedimentando en mí el proyecto de viajar a Cuba y recorrer los escenarios del Combate. Años después, el azar me deparó un encuentro formidable que supuso el espaldarazo definitivo.En 2004 me encontré con Ángel Luis Cervera, bisnieto del ilustre almirante Cervera. Pascual Cervera dirigía la flota española que sucumbió a las naves estadounidenses que cercaban el litoral cubano en los días aciagos del 98. Ángel Luis Cervera fue como yo, depositario de la memoria de sus mayores. Investigador, conferenciante y propietario de una formidable colección de reliquias de la contienda, fue quien me persuadió del fervor con el que el estrato intelectual cubano, e incluso la sociedad civil, recordaban a mi tatarabuelo. En realidad los intereses de la Cuba de entonces pasaban por la victoria estadounidense, pero la traición a estos intereses que supuso la enmienda Platt, o tal vez el desgaste de la imagen de los EE.UU. ante la opinión pública local, o acaso el peso de la gloria que al cabo no distingue banderas ni uniformes, parecía despertar la admiración hacia el General Vara de Rey. “Adversario –decían-, que no enemigo”.
Gracias a la mediación de Ángel Luis pude contactar con Omar López, Conservador de la ciudad de Santiago de Cuba, y con Eusebio Leal, Historiador Oficial de la Ciudad de La Habana. En vista de su cálida respuesta avancé los preparativos y, una mañana de agosto de 2005, tomé un avión de Cubana de Aviación que me condujo hacia mi estirpe, hacia mi infancia y hacia la patria indómita de los recuerdos.
En compañía de Omar López, Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba, de su hija Yaumara y de Susana, camino por el suelo ocre de la playa de Siboney. Cuentan los cronistas que a ella arribaron las fuerzas estadounidenses, y que en sus aledaños acamparon y aguardaron algunos días hasta desplegar su ataque. Sin prisas, sin urgencias, agotaban una espera de lustros y ensayaban un sabor premonitorio de victoria.
Al frente divisamos un horizonte profundo y atlántico; a nuestra espalda se yerguen los promontorios casi gemelos de San Juan y El Caney que, por primera vez, se levantan ante mis ojos. Recorremos la senda que tomaron las tropas norteamericanas, y recuperamos resuello en el Museo de la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana. Su responsable me muestra uniformes y medallas, armas y fotografías; me invita a firmar en el libro de visitas, y me palpa un hombro tímidamente con un aire de superstición. También en Omar y en otras personas que saludamos durante el recorrido percibo un hálito de acontecimiento, una reverencia a la sangre que me anima y al regreso de un Vara de Rey al túmulo figurado de sus antepasados. “Adversario –decían-, que no enemigo”.
A media mañana emprendemos el ascenso hacia el Fuerte que corona la loma de El Caney. La vegetación, el aire del mar, la luz del mediodía componen una atmósfera de paz infinita. De pronto el cielo se nubla y se quiebra con una lluvia fina, pero sonora. Omar afirma “hoy todo es extraño; vine cientos de veces a esta colina y jamás vi llover”.
El Caney presenta una subida sinuosa, un camino de vías angostas que deja a ambos lados un remanso de helechos y de maleza. En las primeras estribaciones queda el poblado, trabado de las chozas de techo de palma –caneys- que dan nombre a la loma. Nadie se asoma, nada se escucha. Poco a poco la senda se empina y se ensancha, y deja ver a sus lados el perfil adusto de los blocaos. “Desde aquel puesto –comenta Omar- dispararon al General Vara de Rey en ambas piernas”.
En su cima permanece, incólume a las balas y al polvo de la historia, el Fuerte de El Caney. Como los Fuertes de juguete de nuestra niñez resulta una construcción monótona, apenas cuatro paredes de ladrillo recubiertas de argamasa y de piedra y hendidas por troneras como ojos verticales. En su centro se extiende un suelo de grava y un bloque de piedra coronado por uno de los cañones con que contaban los españoles.
Penetro en el Fuerte, escalo las barras que conducen hasta la escueta superficie de la que brota el cañón. Los escenarios de la Batalla –El Viso, San Juan, Siboney- se superponen en un paisaje imponente. El calor es sofocante y la lluvia, solitaria y húmeda. Llevo en una mano un ramo de flores, uncido con dos lazos de colores que evocan las banderas de España y Cuba. Propongo a Omar que cada uno amarre un lazo a un extremo del cañón; él la bandera española y yo la cubana, como austera liturgia de reconciliación. Tomo entonces un texto de Justo de Lara, periodista cubano que refirió el Combate en “El Fígaro de la Habana” y leo en voz alta algunos de sus fragmentos:
“…el que escribe estas líneas se encontraba aquel día memorable en el sangriento campo de lucha entre los enemigos de España, y hubiera sentido el triunfo de los españoles como una desgracia para Cuba y tal vez para el mundo… Pero admiremos al gigante español. ¡Hombres de todos los pueblos que respetáis el heroísmo, saludad la memoria de Vara de Rey!… Cuando ya no le quedaba más que un puñado de hombres y las heridas de su cuerpo no le permitían ponerse en pie, comenzó, acostado en una camilla y conducido por dos soldados, la retirada hacia Santiago… En aquel espantoso día aquel gigante vio la destrucción de cuanto podía serle más grato en la existencia: su familia, su bandera, el poder de su patria. Más ni un instante se abatió su espíritu de acero. Herido dos veces, rodeado apenas de 60 hombres, resto último de sus tropas, se incorporó en la camilla para decir: ¡Fuego, muchachos! La tercera bala vino entonces a cortar su existencia. Cayó como un titán dominado por la muerte, pero todavía le quedaron fuerzas para incorporarse por última vez y, con los ojos vidriados, ahogándose en su sangre, levantar la espada, como en saludo militar a la Gloria, y gritar nuevamente: ¡Fuego y Viva España!”.
Al concluir la lectura, por primera vez en mi vida adulta lloré. Desconsoladamente, airadamente, dulcemente. Lloré por la agonía y por la muerte, por el alma de hombre de mi General, por los quintos que perecieron sin poder contar que habían visto el mar, por la pompa imperial vuelta jirones, por el trágico destino de la España que aún habría de sufrir una Guerra Civil, por la gloria de todas las batallas y el horror de todas las guerras, por mi abuelo que hizo mía su memoria, por mi padre que me usurpó la suya, por el cieno suculento de la infancia y por la noche incierta del porvenir.
“¡Fuego y Viva España!” Un manojo de flores encarnadas obstruía la boca del cañón.
Lo encontre en esta pagina
http://almirantecervera.com/alm/?page_id=404
mi mas sincera admiracion, los hechos los conociamos en grandes rasgos, pero vistos asi, narrados asi, uno no puede quedarse imperterrito,y admirar la gloria de aquellos que en aquel momento, sirvieron a España en sus ultimos momentos de grandeza.
a pesar de ello, queda en nosotros ese legado de conservar el honor y el prestigio que implica entonar el bello nombre de nuestra Patria, es nuestro deber.
mantengamos este "barco" a flote, a cualquier precio, por nuestros antepasados, y por los que vengan despues.
saludos para todos.
fer.
Creo que esta historia la pasan al cine y triunfa en taquillas, es algo anegdótico para contarlo generación tras generación y estar orgullosos de por vida.
Tu bisabuelo lo único que hizo fue defender a su país, cosa que creo que yo también hubiera hecho. Tanto él como millones de españoles veía como se nos iban de las manos parte de España, nuestra gente, nuestra historia, lo que más queríamos y a lo que más orgullo le teníamos.
Esas personas desde el cielo son las que más se alegrarían de que Cuba y Puerto Rico volvieran a ser parte de España.
Saludos!
Gracias Moises lo cierto es que es ese tipo de historias que sabiendo que la protagonizó un antepasado tan cercano, hace que lo sientas mucho más ya que llevo muy directamente su sangre en mis venas. Tambien es cierto que podría ser una producción cinematográfica buenisima, de hecho me había animado a escribir un libro sobre eso, pero necesito un poco de tiempo.
Bueno amigos sigamos contando las historias de nuestros antepasados, gracias a ellos heredamos nuestra nación y es nuestra obligación hacer que nuestros hijos y nuestros nietos la hereden con orgullo.
Un abrazo a todos.
http://es.wikipedia.org/wiki/Joaqu%C3%ADn_Vara_de_Rey
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