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jueves, 25 de agosto de 2011

Datos sobre la esclavitud. Dos tipos de colonización: la española y la anglofrancesa

El Manifiesto.com


José Ramón, te traigo un artículo de mi admirado Pablo Victoria (especialista en ridiculizar a los defensores de la Leyenda Negra), que como verás, no tiene desperdicio.
Anónimo.


Una cosa es conquistar un país para explotarlo sin dar nada a cambio, sin implicarse en él, sin que los conquistadores mezclen su sangre con la de los conquistados, sin edificar un proyecto de vida colectiva (tal es el modelo aplicado por Inglaterra y Francia), y otra cosa es hacer exactamente lo contrario, como lo hizo Roma con Europa o España con América. Las diferencias entre ambos modelos se expresan en todos los campos, incluido el de la esclavitud. Los datos que Pablo Victoria, escritor colombiano, autor de dos notables novelas históricas relacionadas con América, nos da sobre la amplitud de la esclavitud en ambos casos son tan esclarecedores como estremecedores. Si estremecedora resulta la extensión alcanzada por la trata de negros en las posesiones anglofrancesas, escalofriante resulta también pensar que es únicamente sobre España sobre quien recae todo el oprobio de los bienpensantes.


PABLO VICTORIA
 
La diferencia fundamental entre la colonización española y la inglesa es que la soberanía de las Indias, como entonces se las llamaba, reposó siempre, en el caso español, en la Corona de España, muy al contrario de lo que ocurrió en la conquista inglesa, donde el ejercicio de la soberanía era delegado a las compañías creadas para la explotación de las tierras conquistadas. Es por esta razón, por ejemplo, por lo que la evangelización de San Francisco Javier no rindió los frutos esperados en la India y, en cambio, sí los rindió plenamente en las Filipinas, porque tras ella estaba el respaldo de un Estado cuyo propósito principal era éste y no solamente el comercial.
 
Una clara prueba de lo anterior se encuentra en estas dos observaciones: la conquista inglesa del Nuevo Mundo fue esencialmente costera e isleña, en tanto que la conquista española fue también “mediterránea”. Es decir, mientras los ingleses permanecían en los puertos, los españoles remontaban montañas, cruzaban selvas y se adentraban a fundar ciudades en sitios tan imposibles como inaccesibles.
 
La segunda prueba radica en el número de esclavos que unos y otros asentamientos albergaron. Por ejemplo, en la isla de Santo Domingo, del lado español, cuya extensión equivalía tan sólo a dos tercios del tamaño del lado francés, había 122.000 hombres libres y 30.000 esclavos; en el lado francés, en cambio, se encontraban 465.000 esclavos frente a tan sólo 58.000 hombres libres. En la Guayana francesa, de los 21.000 habitantes que tenía, 19.000 eran esclavos. Un caso similar ocurría en las Antillas inglesas, donde la proporción era de 505.000 esclavos frente a 98.000 hombres libres; en cambio, en las Antillas españolas la proporción era de 25.000 esclavos frente a 220.000 habitantes libres. Si comparamos la Nueva España (hoy México), observaremos mayores diferencias: sólo 10.000 esclavos en una población de 6 millones de habitantes, cuando en los Estados Unidos la proporción era de 700.000 esclavos frente a 300.000 hombres libres.
 
Cifras como las anteriores nos tienen que hacer ver la libertad en un contexto diferente del que ha sido vista; es decir, la libertad no es sólo el hecho de que se convocara con mayor o menor frecuencia el Parlamento inglés o las Cortes españolas, sino que, en un sentido más amplio, la libertad es la característica del país en el que más numerosos eran los hombres libres y en el que los esclavos disponían de la posibilidad de comprar su libertad. Por esto cabe afirmar que la esclavitud, bajo el Imperio español, más que con esta última tiene que ver con lo que histórica y jurídicamente se conoce como servidumbre. Gracias todo ello al hecho incuestionable de que las posesiones españolas eran consideradas más como una prolongación de la metrópoli (de la “Madre Patria”, como se la denominaría luego) que como unas simples factorías de enriquecimiento de aquellas metrópolis que jamás tuvieron ni pretendieron tener nada que ver con “Madre Patria” alguna.

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