Es un axioma de la realidad cubana que el debate entre quienes exigen mano blanda y quienes exigen mano dura con la dictadura de los hermanos Castro termina decidiéndolo la propia dictadura. Y que invariablemente lo decide a favor de los segundos.
Con su predilección por las acciones represivas, el régimen deja una y otra vez en ridículo a sus compañeros de viaje, quienes perseveran en su fe por obstinación, obcecación u otras razones todavía menos edificantes. Mientras tanto, las azoradas víctimas del castrismo continúan aguardando con paciencia bíblica, la de Job, que en el mundo democrático surja el merecido consenso de repudio a la tiranía que padecen.
Entre las más recientes hazañas represivas de los Castro se cuenta el arresto comprobado de decenas de desafectos, a quienes ha aplicado el principio estaliniano de la "peligrosidad predelictiva'', principio que Human Rights Watch califica de "la más orwelliana de las leyes cubanas" en una denuncia que elocuentemente titula "Un nuevo Castro, la misma Cuba". Muchos de esos arrestos se han practicado en Oriente, bastante lejos de la mirada de los diplomáticos que residen en La Habana y de los pocos periodistas extranjeros que se atreven a informar, en crónicas prudentemente anónimas, sobre estos atropellos.
Con leyes como la Resolución 79 del año pasado, que restringe el uso de internet, el régimen también sentó las bases para la brutal represión que ha desatado contra los valientes blogueros que informan sobre las crudas realidades de Cuba. Esas medidas coercitivas pretenden justificar la estrecha vigilancia a que se somete a esos comunicadores independientes, los ataques físicos que padecen a manos de turbas fascistoides, integradas por policías camuflados de civiles y maleantes de las brigadas de respuesta rápida, que recientemente intimidaron y golpearon al periodista Reinaldo Escobar y a otros colegas en La Habana.
Estas acciones del régimen castrista responden a la lógica del poder absoluto, la única por la que se rige. Es una lógica que se alimenta no sólo de la vulnerabilidad de sus víctimas indefensas, sino de las debilidades que demuestran democracias influyentes, como la norteamericana y la española. Los arrestos de opositores, el maltrato a prisioneros políticos y las golpizas a blogueros son actos deliberados para intimidar a los rebeldes en la isla y burlarse de la "flojera" de las democracias.
Otro aspecto de la misma estrategia son los "intercambios culturales", mediante los cuales la dictadura permite la visita controlada de artistas que le demuestran simpatías y a cambio envía al extranjero a canes amaestrados en el cinismo oficial. En Miami acabamos de sufrir a dos de esos visitantes, Amaury Pérez y Juan Formell, personajes con más talento para el cinismo que para la música.
Alguien, alguna vez, calificó la fascinación y debilidad ante los tiranos como "el menos viril de los vicios". Ese vicio hizo que algunos, incluso en la capital del exilio, se entusiasmaran con la leyenda de un Raúl Castro "más pragmático, humano y familiar"' que, al heredar el mando de su hermano Fidel, emprendería reformas aperturistas. Más de dos años después de que asumiera formalmente el poder, el segundo Castro ha hecho reformas, pero para intensificar la represión. Hasta la ecuánime Human Rights Watch, en su penetrante informe, se suma a quienes siempre hemos exigido a las democracias que ejerzan "la presión necesaria" para aflojar el puño de los dos tiranos unidos por el mismo apellido, la misma sangre y la misma maldad.
© AIPE
DANIEL MORCATE, periodista cubano.
Publicado en Libertad Digital Suplementos
Una colaboracion de Marcos Escandell Montesdeoca
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