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jueves, 14 de abril de 2011

Sobre Valeriano Weyler. Otra interpretación


Valeriano Weyler y Nicolau (Palma de Mallorca 1838-Madrid 1930):

 Marqués de Tenerife y duque de Rubí. Capitán de estado mayor (1861). estuvo en Cuba en 1863 y en la campaña de Santo Domingo ganó la laureada de San Fernando (1863). De nuevo marchó a Cuba al mando de un escuadrón de voluntarios (1868). Regresó a España al proclamarse la primera república y luchando contra los carlistas, venció a Santés (dic.1863). En un principio se mostró reacio a la Restauración, pero ascendió a teniente general y fue capitán general de Canarias (1878-1883) y de Filipinas (1888-1893); aquí apoyó a las órdenes religiosas e intentó una política de total asimilación. Marchó a Barcelona para reprimir el terrorismo (dic.1893).

Tácticas extremas de guerra en Cuba:

 Fracasada la política de reconciliación de Martínez Campos, Cánovas le eligió para someter la insurrección (1896). Empleó una táctica de guerra total: organizó campos de concentración para los campesinos, destruyó los edificios que pudieran servir de refugio a los sublevados, prohibió la zafra, etc. Los norteamericanos le dieron entonces los calificativos de "carnicero" y "tigre de Manigua". Sobre el general Weyler se tejió una leyenda negra que ha llegado a nuestros días. Fue un militar íntegro que enviaron a Cuba a su pesar, para que ganara la guerra. Si dura fue su actuación, más dura fue la de los insurrectos. Relata el propio Weyler un suceso de 1870. Enterado el mando español de que dos compañías habían sido aniquiladas a machetazos por los insurrectos, le ordenaron acudir al lugar de los hechos:
    "Pude recoger todavía algunos soldados con vida. Entre aquel montón de sangrientos despojos humanos, un cadáver, en actitud de parar con el brazo un machetazo en la cabeza, tenía el corte en la frente, y la mano segada; el gesto de terror impreso en su rostro era tan intenso que no se ha borrado nunca de mi memoria".
 Sus procedimientos guerreros, concentración de poblaciones en lugares determinados, las trochas y otras innovaciones , las llevaron exactamente igual a cabo los norteamericanos en su guerra de Secesión, en la I Guerra Mundial, en Corea y en Vietnam. Entre 1896 y 1897 cayó sobre Weyler la primera campaña periodística de la historia; una obra maestra de William Hearst, el inventor de la prensa amarilla y de la calumnia rentable. Pese a haber alcanzado algunos éxitos militares, su política cerró el paso a la negociación y facilitó la intervención de EEUU. Muerto Cánovas, Sagasta le destituyó (oct.1897).

 Desempeñó después el cargo de ministro de Guerra (1901-1905, 1907), y, de nuevo capitán general de Cataluña, dirigió los sucesos de la Semana trágica de 1909. Publicó entonces Mi mando en Cuba (5 vols., 1910-1911). En 1910 ascendió a capitán general y en 1920 fue nombrado duque de Rubí y grande de España. Se opuso al golpe de estado de Primo de Rivera y hubo de dimitir de la jefatura del estado mayor (1925). Intervino en la "sanjuanada" (1927) y en 1930, presionó al rey para que destituyese al dictador.

William Randolph HearstInterpretaciones históricas enfrentadas:

 Weyler ha sido injustamente tratado y preterido por alguna crítica histórica a lo que no fue ajena la prensa amarilla norteamericana de la época. A Weyler hay que juzgarlo sólo como militar y, por lo tanto, no se le pueden imputar los errores cometidos por los dirigentes políticos de la Restauración. Weyler perteneció al ejército desde 1853 hasta 1930 y jamás se sublevó contra los gobiernos legalmente constituidos, a pesar de haber sido cortejado y tentado por conservadores, liberales, republicanos y carlistas. Como oficial formado políticamente durante el sexenio revolucionario, se opuso a la sublevación de Martínez Campos y marchó sobre Sagunto con su división para reducirlo. Y cuando el Gobierno le preguntó si mantenía su lealtad, respondió con un rotundo "¡por supuesto!", lo mismo que respondió cuando, medio siglo después, se opuso al golpe de Primo de Rivera, al que criticó, igual que al Rey, por haber faltado a sus deberes constitucionales. Siempre que se le intentaba seducir políticamente, contestaba lo mismo:"¡Los militares, a los cuarteles!”.

 Weyler fue, pues, ante todo, un militar de los pies a la cabeza, de ejemplar trayectoria liberal y democrática. Como buen conocedor de la realidad de Cuba, era consciente de que su independencia era inevitable, por lo que, al igual que hiciera el general Polavieja al comienzo de la década de 1890, abogaba por una solución reformista que permitiera conceder la autonomía a la isla sin perjuicio para los intereses y el prestigio de España. Creía que los cubanos tenían derecho a las reformas políticas prometidas en la paz de Zanjón y que la proximidad de los mercados norteamericanos imponía la libertad para comerciar, mientras que los sucesivos gobiernos españoles habían estado atentos a los negocios en Cuba y jamás a las necesidades y derechos de los cubanos. Por eso, no deseaba ir a Cuba cuando el 18 de enero de 1896 Cánovas decide su nombramiento como capitán general de la isla. Sin embargo, era un soldado y, si le enviaban a una guerra, su deber era ganarla. A principios de 1896 los patriotas cubanos tenían la guerra militarmente ganada. Desde que Weyler llegó, el escenario de la guerra cambió radicalmente y al comienzo de 1897, las fuerzas coloniales habían recuperado el control del centro y occidente de la isla. A Weyler se le ha censurado severamente la táctica contraguerrillera de la reconcentración forzosa de los guajiros. En toda guerra se comenten excesos y esta decisión puede tener aspectos reprobables. Pero no se puede emitir un juicio imparcial sobre este hecho si no se tienen en cuenta los cánones de aquella guerra: el desconocimiento del terreno, las epidemias, el clima caluroso y húmedo y la táctica de guerrillas viperina que practicaban los rebeldes cubanos. El joven Winston Churchill, que sirvió como voluntario bajo el mando del general Suárez Valdés, se quejaba de aquella exraña guerra, fantasmal, contra un enemigo invisible que "no daba la cara”.

 Además, se enfrentaba con un enemigo potencial más poderoso que los mambises: la política que impulsaba el imperialismo estadounidense, cuya prensa le cubrió de insultos influyendo en la opinión internacional y en la misma prensa española. Los cubanos no tienen legitimidad moral para reprochar a Weyler la acción de la reconcentración ordenada en octubre de 1897, como lo ha hecho recientemente Raúl Castro, pues dicha táctica ya la habían practicado antes Antonio Maceo y su ejército de Invasión cuando devastaron Pinar del Río, impidieron la vida en el campo y gran parte de los campesios tuvieron que refugiarse en los pueblos y ciudades dónde estaban los españoles y la comida. Más cínica e hipócrita fue la crítica que sufrió de los americanos y su Gobierno, cuyo subsecretario de Guerra cursaba, dos meses después, el 24 de diciembre de 1897, al teniente general del Ejército norteamericano N.S.Miles, jefe de las fuerzas destinadas a llevar a cabo por la vía de hecho la intervención en Cuba, la siguiente comunicación que se comenta por sí sola:
    "...Habrá que destruir cuanto alcancen nuestros cañones y extremar el bloqueo con el hierro y el fuego para que el hambre y la peste, su constante compañera, diezmen su población pacífica y mermen su ejército, que debe sufrir el peso de la guerra entre dos fuegos...".
Sagasta El cese de Weyler por el gobierno de Sagasta dio paso en abril de 1898 a la intervención americana y a la ocupación de Cuba, que en cierto modo todavía permanece con el actual bloqueo propiciado por la Ley Helms Burton. Ello muestra el error tanto de Máximo Gómez, cuando decía "que no veía peligro de que Estados Unidos destruyera la nación cubana", como de José Martí, cuando creía poder impedir la expansión territorial estadounidense en América Latina. Paradójicamente, fueron los propios norteamericanos los que más tarde aplicarían sin contemplaciones los métodos de lucha contraguerrillera de Weyler. Conviene recordar a las jóvenes generaciones de canarios que en febrero de 1878 Weyler fue nombrado a los cuarenta años capitán general de Canarias, donde realizó una labor sin precedentes:
  • En el ámbito militar impulsó las mejoras de las fortificaciones, el rancho de los soldados, la instrucción y el estado de los cuarteles y la construcción del edificio de la Capitanía General en Tenerife; amplió el fuerte de Almeyda, levantó el Hospital Militar, promovió la construcción del Gobierno Militar de Las Palmas, reformó el cuartel de San Francisco, logró algunas piezas modernas de artillería, y sustituyó los inútiles fusiles de las milicias provinciales.

  • En el ámbito político, impulsó la ampliación de los puertos de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, activó diversas obras públicas, ayudó a los ayuntamientos en el trazado y apertura de nuevas calles y avenidas, creó un cuerpo de bomberos y ayudó al establecimiento de varias líneas interinsulares. Iustrado y reformador, los canarios encotraron el él un valedor ante Madrid, de quien reclamaba constantemente mejoras que paliaran nuestro secular abandono, labor que continuó cuando en 1885 fue elegido senador por Tenerife.
 Fiel a su genio y figura, subió al Teide caminando con su Estado Mayor y séquito detrás, al igual que hizo cuando visitó El Hierro, en que marchó a pie desde La Estaca a Valverde, regresando al mar de las calmas en el sur donde embarcó de nuevo. Fue nombrado Hijo Adoptivo de Santa Cruz, que dió su nombre a una plaza, y por iniciativa de los ayuntamientos, Marqués de Tenerife. En una carta de adhesión que envió al acto de homenaje que el 9 de diciembre de 1900 los canarios residentes en Madrid tributaron a Galdós, decía: "Todo lo que sea canario fija mi atención, pues como Hijo Adoptivo no cedo mis derechos de cariño a los hijos naturales". No fue, pues, acertada la opinión que le mereció Weyler a nuestro admirado Nicolás Estévanez, ni justo el trato que éste le dispensó como ministro de la Guerra en el efímero Gobierno de Pi y Margall. Creo sinceramente que el general se ha hecho acreedor del respeto y el agradecimiento de todos los canarios. De Weyler se ha escrito el merecido juicio histórico siguiente:
    "Astuto, inteligente, culto, incansable, y sin piedad en el combate. Un eficiente profesional de la guerra en una España caótica; un general de la Roma republicana en un país de generales golpistas. Un estratega en un ejército huérfano de ellos, que descubrió los principios contraguerrilleros que se aplicarían en todo el mundo durante el siglo siguiente. Indiscutible protagonista, en suma, de la historia militar española durante más de medio siglo".

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