(Continuación)
Lo más significativo de la masonería filipina es que después del 98 y de la singular “independencia” de las islas o dependencia de los Estados Unidos, fueron muchas las logias de Filipinas que prefirieron seguir unidas a Madrid y a la masonería española. Logias que fueron incorporándose en 1900, 1907, 1921 y 1922 al Grande Oriente Español que llegó a crear en 1922 la Gran Logia Regional de las Islas Filipinas. Entre 1889 y 1924 fueron no menos de 60 los organismos masónicos que desde Filipinas siguieron fieles a España.
Otro tanto habría que decir de Puerto Rico, pues aunque su “independencia” fue radicalmente diferente a la de Cuba y Filipinas, la masonería española allí implantada que alcanzó más de 90 logias y organizaciones masónicas dependientes de España antes del 98, después de pasar a soberanía norteamericana alguna de estas logias previeron continuar en la masonería española formando parte de la Gran Logia Regional de Puerto Rico, constituida ya en 1911.
La génesis de la masonería española en Puerto Rico es muy similar a la de Cuba y Filipinas, pues hasta la revolución de 1868 no se puede hablar de una instalación estable. Masonería que se identificó con la dominación española frente a otra corriente masónica de signo diferente emprendida desde la isla de Cuba, y que, a su vez, lo había sido desde Estados Unidos, a través de la Gran Logia de Colón que acabó denominándose Gran Logia de la Isla de Cuba, con sede en La Habana.
Catorce logias de Puerto Rico terminaron siendo sus satélites en Puerto Rico, constituyendo la Gran Logia Soberana de Libres y Aceptados Masones de Puerto Rico; obediencia masónica que no tardó en enfrentarse a las organizaciones masónicas de obediencia española.
Y al igual que en Cuba y Filipinas, las dos masonerías adoptaron posturas radicalmente diferentes frente a la independencia. Las masonerías autóctonas, apoyadas por Estados Unidos, favorecieron el autonomismo, y las dependientes de Madrid defendieron el españolismo. De ahí que tras las respectivas independencias estas últimas logias prefi- rieran seguir vinculadas a España.
A este propósito resulta interesante lo que en el Boletín Oficial del Gran Oriente Español, en su número 114, de 10 de noviembre de 1900 se decía:
El Gran Oriente Español, que tanto trabajó masónica y profanamente en favor de la integridad de la Patria, y muy especialmente contra toda tendencia separatista, y que cada día lamenta más la pérdida de nuestras antiguas posesiones de América y de Oceanía, ve con gran satisfacción la fidelidad que a la masonería española guardan los masones de aquellas que fueron nuestras provincias, cuya mayoría continúa perteneciendo a nuestra federación, y engrandeciendo así nuestra orden. Si contra nuestros propósitos y contra los suyos, hoy resultamos extranjeros, bueno es que sigamos siendo hermanos en Masonería.1
Ante esta actitud que, tal vez, resulte extraña a más de uno, de que una parte importante de la masonería de las colonias ya independizadas prefiriera seguir perteneciendo a la masonería de España, se impone aclarar otro aspecto y es el de la actitud de la masonería española frente al problema colonial, antes de que Cuba, Puerto Rico y Filipi- nas se separaran de España, o si se prefiere, antes de que los Estados Unidos se apropiaran de ellas; algo que hoy día ,- lejos ya de viejas y estériles polémicas -, está mucho mejor conocido.
Es cierto que algunos masones fueron miembros destacados en el movimiento independentista tanto de Cuba como de Puerto Rico y Filipinas, si bien esta actitud fue debida más a un compromiso individual o personal que a un propósito señalado por la masonería peninsular.
Como contrapartida hay que destacar en las tres colonias la gran participación de masones, de las masonerías autóctonas, en el movimiento emancipador, e incluso en los primeros cargos de los gobiernos “autónomos” del 98.
En cualquier caso esto nos llevaría a plantear si existió una clara influencia de la concepción masónica en su vertiente filosófica-educativa de corte liberal ,- asimilista en el caso de la masonería española, autonomista o independentista en el de las masonerías autóctonas -, influencia que pudo servir para ampliar y conformar conciencias nacionales en torno a las “nuevas” patrias.
Pero, a pesar de la participación directa o indirecta en esta labor de algunos des- tacados representantes, como Martí y Rizal, su labor no debe sobrevalorarse en el balance final de la lucha emancipadora, como se hizo en cierta prensa del momento y se sigue manteniendo en algunos círculos historiográficos.
Baste recordar lo que ya en 1897 publicaba La Lectura Dominical, órgano del Apostolado de la Prensa, en su número del 9 de mayo. Bajo el epígrafe “Lo que España debe a la Masonería”, aparte de otras muchas revoluciones como la de 1820, 1848, 1854, 1868, 1873..., se citan expresamente “las tres guerras separatistas de Cuba”, y “la insurrección tagala”, como obra de la masonería.2
En las ediciones antisectarias, dirigidas por el presbítero Juan Tusquets, apareció en 1938 un libro de Primitivo Ibáñez, titulado La Masonería y la pérdida de las colonias3 en el que se sintetizan todos los tópicos y falsedades que sobre la materia se pueden decir. Este libro, síntesis de la antihistoria, todavía mereció en 1981 los elogios más destacados de Ricardo de la Cierva, quien abogaba desde Ya nada menos que por su reedición en un truculento y desvariado informe titulado “Vuelve la masonería. ¡Abajo máscaras!”.4
Cuarenta años antes, en noviembre de 1942, Fabregues había publicado algo semejante en un curioso artículo titulado “La FrancMasonería y la pérdida del imperio colonial español”, en la revista antimasónica francesa Los documentos masónicos, dirigida por el colaboracionista del entorno de Petain, Bernad Fay.5
Un par de años antes el general Francisco Franco Bahamonde, en el preámbulo de la ley de 1 de marzo de 1940 sobre represión de la masonería y del comunismo, volvía a culpar a la masonería de la pérdida del imperio colonial español.6
Y unos años más tarde volvería a hacerlo, en 1952, con el pseudónimo de J. Boor, en un libro titulado Masonería.7 En el Prólogo justifica el libro como necesaria defensa de la patria frente a una organización apenas investigada pero que es acusada, entre otras muchas cosas, “de haber llevado la guerra a nuestras colonias” convirtiendo nuestro siglo XIX “en un rosario sin fin de revoluciones y contiendas civiles”.
La acusación de que la masonería propició con sus doctrinas y hechos la segregación de las colonias del dominio español, ha pasado a engrosar la “leyenda negra ” antimasónica como algo que se da por hecho y no necesita justificación.
En este sentido son muchos los que se han dejado llevar del tópico, como Mañé y Flaquer, Casas y del Atrio, Pastells, Mauricio, Cruz de la Espada, Polo y Peyrolón, Creus y Corominas, Pacheco Quintero, Comín Colomer, Patricio Maguirre, Ponte Dominguez...,8 aparte de los ya citados Teodosio, Ibáñez, De la Cierva, Fabregues, y Franco Bahamonde.
Más recientemente podríamos citar, a título de ejemplo, a Ortiz de Andrés9 quien utiliza y manipula claramente a Hugh Thomas como testimonio de autoridad de algo que en modo alguno dice.10
Por su parte el profesor Lalinde Abadía no duda en acusar a la masonería de Puerto Rico,- sin matizar entre unas y otras masonerías -, de ser la autora, como en tantos otros territorios americanos, “de la actividad revolucionaria que condujo a la independencia o que, al menos, creó el clima que la permitió”.11
Casi un siglo antes, Camilo García de Polavieja, Capitán General de Cuba en los años 1890-92, tampoco supo diferenciar correctamente sobre qué masonería y qué masones luchaban por la independencia cubana. Esto es, al menos, lo que se deduce de sus propias palabras:
No han sido extrañas tampoco a la descomposición del partido español las logias masónicas, que aquí siempre tuvieron, tienen y tendrán carácter e influencia política... Los masones españoles siempre han ignorado cuánto en terreno político intrigan y trabajan las logias; mas éstas los educan y dirigen por modo tal, que de buena fe y con recta intención son elementos de perturbación, cuando no de oposición.12
En la documentación y revistas masónicas de la época se constata que en el último tercio del siglo XIX los diferentes Grandes Orientes españoles coinciden en señalar una doble y enfrentada masonería colonial.
Por un lado la nativa (cubana, puertorriqueña o filipina) que pretendía,- apoyada por los Estados Unidos -, conseguir la independencia nacional, y por otro la masonería española o metropolitana, defensora de la integridad del territorio por encima, incluso, de los fundamentos masónicos de la fraternidad.
En este sentido es muy claro el Boletín Oficial del Gran Oriente Español, del 15 de mayo de 1892, en un escrito dirigido precisamente a los talleres y masones de la Federación residentes en Puerto Rico. Allí se reconoce que la masonería antillana se divide en dos: “una que pretende por todos los medios borrar su carácter nacional; y otra que todo lo sacrifica al nobilísimo dictado de la Masonería española”.
Y añadían que la masonería antillana que no formaba parte del Gran Oriente Español o del Grande Oriente Nacional de España tendía a separar, en tanto que la de estos dos Orientes tenderá a unir, pues la causa que defendían era “además de masónica, nacional”. Nacionalismo que abarca “la tierra española, peninsular, americana o filipina”, dirá el mismo escrito oficial, firmado por el Gran Maestre Miguel Morayta y demás miembros del Consejo de la Orden, para quienes “el lema principal de los masones regulares es Masonería, y el que sigue, Patria”.13
Un par de meses antes, en abril de 1892, la logia Borinquen no 81, de Mayagüe, de la Federación del Gran Oriente Español, era la que había acusado de forma directa a la masonería autóctona en su informe al Gran Consejo:
Existe aquí una masonería irregular, titulada de Puerto Rico, que no es otra cosa que una hija bastarda de la de “Colón” con todo su filibusterismo. Esta masonería no practica más nada de la Orden General, que la beneficencia; en lo demás es puramente una asociación separatista; ya sabemos para qué uso ejerce la beneficencia, pues si no le valiera para ocultar sus aviesos fines, estamos seguros de que tampoco la ejercería.14
De esta visión nacional de la masonería española, opuesta a todo movimiento segregacionista, aunque no exenta de exigencias reformistas que sanearan la política y administración colonial, se separó,- dentro de la masonería española -, la Gran Logia Sim- bólica Regional Catalano-Balear, por su carácter federalista recogido en sus Estatutos y Constituciones de 188615 y que fue la única obediencia metropolitana que, consecuente con lo que pedía para Cataluña, defendió postulados favorables a la independencia de las colonias de ultramar, si bien la Gran Logia Independiente de Sevilla y el Grande Oriente Nacional de España, de Alfredo Vega, Vizconde de Ros, también reconocieron y apoyaron, - al menos durante algún tiempo -, a la Gran Logia de Colón en su independencia masónica, aunque no en la política.16
Se puede decir, pues, que las masonerías españolas en general, tanto las metropolitanas, como las antillanas y filipinas, compartieron el mismo ideal patriótico de unidad nacional. Basta recorrer la documentación masónica del momento o las revistas que los diferentes Grandes Orientes publicaban por entonces para uso interno, y por lo tanto carentes de cualquier veleidad propagandística.
Así, cuando el Gran Consejo Regional de la Isla de Cuba del Gran Oriente Espa- ñol acudió al registro de sociedades, en cumplimiento de la ley de asociaciones de 188717 lo hizo dejando constancia de que uno de los fines de esta agrupación era sostener y defender la integridad territorial de la Nación en todos sus ámbitos.18
En este mismo sentido se expresaría unos años después, el 15 de febrero de 1891, el Boletín Oficial del Grande Oriente Nacional de España, órgano de otra de las masone- rías españolas instauradas en las Antillas. Refiriéndose al Capítulo Departamental de la Isla de Cuba, se alude” aquel hermoso trozo de la Nación Española“ donde tan necesaria era la masonería “para estrechar los lazos que nos unen por comunes intereses, hermanan- do la más amplia libertad con el orden, fuente de toda prosperidad y con el respeto a los legítimos poderes, único medio de llegar por el común esfuerzo a épocas de ventura y bienestar”.19
(Continuará)
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